La experiencia de quienes lo tienen
Durante la experiencia de 3 años del psicólogo austriaco Viktor Frankl en los campos de concentración nazis –entre los que estuvieron Auschwitz y Dachau, probablemente los más temibles de todos–, luego de haber sido deportado junto con su familia al Theresienstadt[1], en 1942, éste observó cómo los prisioneros que mostraban y/o alegaban tener un sentido de propósito, o un propósito para vivir, manifestaban una mayor resistencia a la tortura, al trabajo esclavo y al intenso hambre que sufrían bajo la inhumana dieta a la que estaban sometidos a manos de los alemanes. Era la demostración de una frase de Nietzsche que al propio Frankl le gustaba citar: «Quien tiene un porqué para vivir, encontrará casi siempre el cómo», y que quedó cristalizada en su más famosa obra: «El hombre en busca de sentido», escrita a partir de sus vivencias como prisionero.
La experiencia y posterior investigación de Frankl dan cuenta ampliamente de lo que no pocas personas hoy en día saben: que los seres humanos de una u otra manera anhelamos contar con un sentido de propósito y padecemos dificultades psicológicas cuando no lo tenemos. De aquí que nos sintamos perdidos, ansiosos, deprimidos y/o que adoptemos comportamientos errantes y hasta autodestructivos cuando creemos que nuestras vidas no tienen sentido, no significan nada, que no hay nada por lo cual vivir. Por el contrario, aquellos que tienen un propósito y se sienten, en consecuencias, valiosos, son menos propensos al aburrimiento, a la ansiedad, a la depresión y al egocentrismo.

Tener un propósito nos lleva de este modo: a sentirnos parte de algo más grande que nosotros mismos y nuestros problemas personales, por lo tanto, a restarle importancia a éstos; a experimentar con frecuencia el «flujo», ese estado de intensa absorción en el que, de acuerdo con el psicólogo y catedrático de neurociencias de la Universidad de Stanford, Mihaly Csikszentmihalyi, olvidamos nuestro entorno y a nosotros mismos en tanto llevamos a cabo una actividad que nos proporciona placer y en la que somos realmente buenos, lo que a su vez nos produce una intensa sensación de bienestar; a mejorar nuestra autoestima, por sentir que lidiamos con éxito con los desafíos que se interponen en el camino hacia el logro de nuestro objetivo y avanzar cada vez más hacia él; y a sentir esperanza, dado que trabajar por un objetivo implica que creemos que éste es alcanzable y que nos proporcionará una mejor calidad de vida una vez lo alcancemos. Tal como con el sentido del propósito, una gran cantidad de investigación ha demostrado el efecto positivo que la esperanza tiene sobre el bienestar, especialmente evidente en pacientes que padecen enfermedades graves a largo plazo.
Suele ser común que las personas tengan un sentido de propósito que les permite afrontar y sobreponerse a las complicaciones de sus vidas y disfrutar éstas a pesar de cualquier dificultad que pueda surgir, incluso aunque muchas veces no sean capaces de reconocerlo. Desde la simple supervivencia, que es común en todos los seres vivos y se refiere al esfuerzo por satisfacer las necesidades básicas de alimento, seguridad y refugio, frecuente en los países muy pobres, en guerra o con regímenes opresores, o para los miembros de grupos o etnias oprimidos por una mayoría; hasta la devoción al dios o los dioses de alguna religión específica con el objetivo de vivir una vida virtuosa y alcanzar la meta de pasar la eternidad en un lugar de dicha infinita. Esto último supondría la adopción de un propósito preexistente y externo a nuestra vida, en este caso creado por la religión, que de hecho viene a constituir el marco de propósito y significado más popular de todos. Las instituciones deportivas o de casi cualquier otro asunto que involucre el compromiso de sus afiliados tienen una función similar.
Lo que sugieren los estudios
Que el hecho de contar con un propósito y una vida con significado nos brinda una mejor calidad de vida en general y beneficia nuestra salud psicológica –lo que incluso puede derivar en beneficios para nuestra salud física, dado que el bienestar emocional de tener algo por lo que vivir probablemente nos llevaría a apreciar y cuidar más de nuestro organismo–, queda ya expuesto en el creciente número de estudios que se han hecho sobre este asunto. Entre ellos, por ejemplo, uno publicado el 24 de mayo de 2019 en JAMA Network Open[3], en el que se analizaron los datos de casi 7.000 adultos estadounidenses entre las edades de 51 y 61 años, que completaron cuestionarios psicológicos sobre la relación entre la mortalidad y el propósito de vida.
De acuerdo con Celeste Leigh Pearce, profesora asociada de epidemiología en la Universidad de Michigan y una de las autoras del estudio en cuestión, los resultados del análisis fueron sorprendentes, pues expusieron que las personas sin un propósito de vida sólido –entendido como: «un objetivo de vida auto organizado que estimula metas»– tenían más probabilidades de morir que las que lo tenían, y específicamente de morir debido a enfermedades cardiovasculares. La asociación entre un bajo sentido de propósito y la muerte se mostró sin importar que los participantes fueran ricos o pobres, y con independencia del género, la raza o el nivel educativo. El estudio incluso parecía arrojar que tener un propósito puede ser hasta más importante para disminuir el riesgo de muerte que dejar de beber y/o fumar, o hacer ejercicio con regularidad.
Siguiendo a Alan Rozanski, profesor de la escuela de medicina Icahn en Mount Sinai, el sentido de propósito es la necesidad psicológica básica número uno de las personas, similar a las necesidades físicas básicas, como dormir, comer y beber. Tener un propósito sería «el motor de bienestar más profundo que existe», agrega Rozanski, quien además publicó un artículo en el 2016 en la revista Psychosomatic Medicine, en el que se utilizan datos de 10 estudios para mostrar que un propósito de vida fuerte está asociado con un riesgo reducido de mortalidad y eventos cardiovasculares, como ataques cardíacos o ACV.
Aliya Alimujiang, estudiante de doctorado en epidemiología en la Universidad de Michigan y la autora principal del estudio del JAMA Network Open, admite que lo que la motivó a investigar el fenómeno del propósito de vida fue una experiencia que tuvo antes de comenzar la escuela de posgrado, trabajando como voluntaria en una clínica de cáncer de mama; en la que observó con sorpresa cómo las pacientes que decían haberle encontrado un sentido a la vida enfrentaban de mejor manera la enfermedad.
Con todo, los investigadores plantean que si bien el vínculo entre tener un propósito de vida y el bienestar físico parece fuerte, se necesita más investigación para explorar la conexión fisiológica entre ambos elementos. El estudio señala la asociación entre ambos, más no la causalidad.

A lo largo de las últimas décadas, psicólogos y sociólogos han desarrollado una serie de evaluaciones acerca del sentido de propósito de las personas, entre las que se incluyen: el índice de consideración de la vida; el Cuestionario de Significado de la vida; la Escala del propósito de Claremont; el cuestionario de Propósito de Vida; entre otros. La conclusión que arrojan todas ellas, junto con las entrevistas, definiciones y metanálisis asociados, es que la observación de Frankl durante su experiencia con los nazis es correcta: tener un propósito y una vida con significado produce una enorme cantidad de beneficios, que van desde una sensación subjetiva de felicidad a tener niveles más bajos de hormonas del estrés
De acuerdo con un estudio llevado a cabo en el 2004, las mujeres mayores que sentían que sus vidas eran significativas tenían un colesterol más bajo, menos probabilidades de tener sobrepeso y niveles más bajos de repuesta inflamatoria, en tanto que otro del 2010 encontró que las personas que exhibieron un sentido de propósito más fuerte, tenían menos probabilidades de ser diagnosticadas con deterioro cognitivo leve e incluso con Alzheimer. Otro estudio del 2009 que siguió a 89 niños y adolescentes que fueron asignados a escribir y entregar cartas de agradecimiento a las personas que sentían que los habían bendecido, mostró que quienes tenían niveles iniciales más bajos de afecto positivo y gratitud, en comparación con un grupo de control, desarrollaron una gratitud y un afecto positivo bastante más altos luego de entregar las cartas y hasta dos meses después. Un resultado que se torna más prometedor a la luz de una serie de cuatro estudios en el 2014, que concluyeron que incluso inducir un sentido de propósito temporal mejora, para los estudiantes en general, los resultados académicos, la persistencia, el promedio de calificaciones y la cantidad de horas de estudio y de ejecución de tareas. Como vemos, los análisis que dan cuenta de la correlación entre beneficios, propósito y una vida con significado, son vastos. Si bien, una vez más, éstos no tratan sobre la causalidad; es decir, no indican si tener un propósito de vida causa los beneficios que las personas experimentan o si las personas que experimentan estos beneficios solo están mejor preparadas para encontrarle un sentido a sus vidas.
Otro caso interesante es el que expone un estudio del 2001 sobre trabajadores de servicios; entre ellos, el personal de limpieza de hospitales. Los investigadores señalaron que algunos miembros de este personal de limpieza se consideraban a sí mismos como «simples conserjes», mientras que otros se veían como parte valiosa del equipo en general que trabajaba por la curación de los pacientes. Ambos grupos ejecutaban las mismas tareas básicas, solo que con perspectivas diferentes sobre su rol en las organizaciones en las que se desempeñaban. Finalmente, los trabajadores que consideraban que su papel también tenía una función curativa se mostraban más satisfechos con sus trabajos, pasaban más tiempo con las pacientes, trabajaban más de cerca con médicos y enfermeras y, por supuesto, hallaban más significado en sus labores.
Tipos de propósito
De acuerdo con lo expuesto hasta este punto, se observa que el propósito de vida no tiene definiciones o límites específicos. No importa si nuestro sentido de propósito nos lleva a trabajar como voluntarios, recepcionistas, carpinteros, maestros, trabajadores de mantenimiento, padres o médicos: lo que importa es tener un sentido de propósito.
La obtención de riqueza, estatus y éxito podría ser la fuente de propósito y significado de muchas personas, en especial en estas sociedades modernas, individualistas, tecnológicas y competitivas, en las que la capacidad de las religiones para proveer un propósito tiende a ser muy poco valorada. Hay, así mismo, quienes encuentran propósito y significado en contribuir a mejorar la vida de los demás, ya sea desde una perspectiva idealista: luchando por la justicia o alguna otra causa abstracta específica; más globalmente: trabajando por el medio ambiente para intentar frenar la destrucción ecológica; o, siendo más concretos, aliviando el sufrimiento de otros y promoviendo su bienestar. El desarrollo personal y espiritual, por su parte, también suele encontrarse dentro de los sentidos de de vida de muchos, ya a partir de la autoexploración, la creatividad y/o la exploración de la realidad, como en el caso de un artista que busca la autoexpresión o un científico o investigador que continuamente absorbe nuevos conocimientos o intereses para desarrollar nuevas actividades y/o explicarse a sí mismo el mundo, o llevando a cabo prácticas espirituales que, según se cree, elevarán el ser a un nivel superior. Ejemplos de esto último podrían ser el budismo, el sufismo, la Cábala o la meditación.
Claro que hay propósitos de vida mucho más concretos y personales –como vivir para satisfacer o cuidar a una persona en especial, entender un misterio que solo es significativo para nosotros o hasta ganar una competición particular–, y algunos que se superponen –como el de desarrollarse espiritualmente y el de ayudar a los demás– o se excluyen entre sí –como este último y el de acumular bienes materiales–. Hay incluso quien tiene por propósito de vida llegar a un estado en el que ya no sienta el deseo de luchar por nada, uno que le permita renunciar a su libre albedrío para convertirse en un canal de expresión para «lo divino». En la tradición taoísta, por ejemplo, el término «ming» describe un estado en el que la persona ya no experimenta la dualidad entre espiritualidad y humanidad y alcanza su naturaleza como Tao. En el sufismo, por otro lado, hay un estado conocido como «Baqa», en el que el individuo ya no tiene voluntad propia, sino que vive en dios y a través de él, en éxtasis permanente. En este punto ya no se tiene la intención de hacer que las cosas sucedan o de planificar la propia vida; ésta se desarrolla de forma natural y espontánea a través del ser, en virtud del poder divino.
Vale agregar que el propósito de cuidar o velar por el bienestar de una o varias personas suele ser común entre los padres con hijos que aún no llegan a la edad adulta, y para personas con familiares mayores que sufren las afecciones asociadas a la vejez o de alguna otra enfermedad complicada.
Ansiedad de propósito y significado
Ahora bien, pese a la amplia variedad de propósitos que puede haber, y del hecho de que éste no tenga que ser el mismo a lo largo de toda la vida, es bastante frecuente observar a personas alegando no tener ningún propósito y, por lo tanto, sintiendo que sus vidas no tienen significado, en tanto sufren las consecuencias emocionales que ello implica. Y es que no encontrar ningún sentido a la vida suele provocar que: nuestras experiencias cotidianas pierdan significado y, por lo tanto, se desvanezca nuestro entusiasmo por vivirlas; nos sintamos perdidos, por no saber a dónde nos llevan nuestras acciones, lo que a su vez deriva en una ansiedad producto de no observar coherencia alguna en lo que hacemos y, en consecuencia, de desconocer si eso está bien o mal para nosotros; no tengamos metas ni motivación, lo que hace que nos cueste más mejorar nuestra calidad de vida; y, en última instancia, que seamos más propensos a padecer tensión emocional junto el estrés derivado y los síntomas físicos que éste último genera.

Sentimientos que ciertamente se agudizan cuando ese individuo que «no sabe qué hacer con su vida» –frase harto empleada para expresar la falta de sentido–, observa cómo otras personas disfrutan de una vida plena y significativa precisamente por contar con un propósito. Ésta, en gran medida, es la razón de que tanta gente en la actualidad se preocupe por encontrar un propósito y de que las redes sociales se hallen abarrotadas de supuestos profesionales que dicen tener la forma de ayudar a otros a conseguirlo. La búsqueda de sentido puede deparar entonces en lo que los psicólogos definen como «ansiedad de propósito».
Todos esos asombrosos beneficios –tanto expuestos por psicólogos como observados en las vidas de otros– que vienen de la mano de tener un sentido de vida, pueden convertirse en una auténtica presión para aquellos que no tienen idea de cuál es su propósito y que, al mismo tiempo, son demasiado conscientes de que necesitan dar con él para tener una existencia con significado. Estas personas, en sus luchas por encontrar un sentido, pueden experimentar emociones negativas que incluyen estrés, frustración, miedo y ansiedad. A decir verdad, es harto común que la gente se vea en esta situación en alguna etapa de su vida.
La ansiedad de propósito eventualmente hace que quien la sufre no se sienta lo suficientemente bueno o incluso se perciba como un fracaso, en especial si observa a su alrededor a otros individuos siendo exitosos en el camino hacia sus metas establecidas, e incluso ignorando los logros propios. Véase que esto último, además de servir de retroalimentación para dicha ansiedad, puede hacer que nos cueste más encontrar y aceptar nuestro propósito, debido a que quienes más exhiben los beneficios de contar con éste son aquellos que dedican su vida a proyectos que generan admiración en una buena cantidad de personas, lo que nos conduce al error de creer que «un buen propósito» debe ser ése que nos lleve a obtener el reconocimiento de los demás.
Otra característica de la ansiedad de propósito, implícita en el punto anterior, es que provoca que quien la padece tienda a hacer comparaciones de sí mismo con quienes, en apariencia, están teniendo éxito en sus vidas, comparaciones en las que suelen terminar mal parados y que incrementan aún más la tensión asociada a la necesidad de hallar un propósito y tener una vida con significado. Hay que decir que la búsqueda de propósito requiere más de reflexionar y mirar hacia dentro de uno mismo, que mirar al exterior. No hay dos caminos iguales en este proceso; la forma en la que un individuo da con su propósito y encuentra significado a su existencia rara vez es parecida a la de otro.
Ahora bien, pese a que el estrés generado a partir de la incapacidad de conseguir un sentido de vida siendo muy conscientes de que lo necesitamos pueda llevarnos a pensar en un punto que tal vez esta búsqueda no valga la pena, hay que decir que los psicólogos están de acuerdo en sostener que el hallazgo de un propósito y el subsecuente disfrute de una vida valiosa supera con creces la experiencia de la ansiedad surgida cuando el primero no se encuentra. Lo que debe saberse para hacer frente a la ansiedad de propósito y evitar que obstaculice nuestro viaje hacia él, además de lo ya dicho antes, es que el propósito depende del autoconocimiento, y que, de acuerdo con el psicólogo del desarrollo William Damon, éste no debe verse como algo que todos tienen de forma innata, esperando ser descubierto, sino como una meta por la que hay que trabajar de forma constante, lo que motiva nuestro comportamiento y constituye el principio organizador de nuestras vidas. Como vimos antes, un sentido de vida surge a partir de nuestras experiencias y desafíos personales, y no tiene por qué consistir en cosas como acabar con el hambre del planeta o eliminar las armas nucleares; bien podría tratarse de ser un mejor padre o crear un ambiente más ameno en el trabajo.
Pero, ¿Qué es el propósito?
Dentro de la psicología, y aun pese a la variedad de conceptos que existen, se tiene una definición consensuada para el propósito de vida según la cual éste es una intención estable y generalizada de lograr algo que es personalmente significativo, al tiempo que conlleva a un compromiso productivo con algún aspecto de nuestra realidad que nos trasciende a nosotros mismos. No todas las metas o experiencias de valor personal constituyen o dan paso a un propósito, éste se erige más bien a partir de la conjunción del esfuerzo por llegar a una meta, el significado personal y un enfoque más allá del yo. Se trata de un constructo difícil de describir e investigar empíricamente, que puede ayudar a las personas a definir y encontrar sentido a su existencia.
Los psicólogos Patrick McKnight y Todd Kashan, de la universidad norteamericana George Mason, de Virginia, definieron en 2009 que el propósito es: «un objetivo de vida central y autoorganizado que a su vez estructura y estimula metas, gestiona comportamientos y abre paso a un sentido de significado». Central debido a que es una parte consistente y predominante de la personalidad; autoorganizado porque proporciona un marco para los patrones de comportamiento cotidiano; un objetivo de vida en el sentido de que implica un esfuerzo permanente por cumplir una meta. En este orden de ideas, para McKnight y Kashan el propósito sería una parte fundamental de la identidad, que proporciona objetivos continuos a los que podemos aspirar. Más todavía, para que un individuo experimente un propósito de vida, éste debe contar con 5 ingredientes necesarios: 1) consistencia conductual; 2) enfoque de comportamientos motivados; 3) flexibilidad psicológica; 4) asignación eficiente de recursos que conduzca a una actividad cognitiva, conductual y fisiológica más productiva; y 5) un nivel más alto de procesamiento cognitivo por parte de la corteza cerebral.

Por otro lado el psicólogo estadounidense Daniel Keyes conceptualizó en 2011 el propósito como: «una intención y un sentido cognitivo de la vida propia», o, dicho de otra manera; una determinación de hacer o lograr algún fin. Según Keyes, el propósito involucra dos elementos: el propósito psicológico, que consiste en el sentido o la dirección que se tiene en la vida, y la contribución social o el beneficio colectivo producto de nuestro esfuerzo hacia nuestro propósito. De la combinación de estos dos elementos surgirían cuatro clasificaciones diferentes de propósito: sin propósito pero útil, sin propósito e inútil, con propósito pero inútil y propósito auténtico. Este último, siguiendo a Keyes, brinda un fuerte sentido de dirección, es significativamente útil para los demás, y sería la forma de propósito más valiosa y satisfactoria en la vida, por el hecho mismo de conllevar el uso de nuestras capacidades únicas, para dirigir nuestra existencia en tanto beneficiamos a otros.
Volviendo a Viktor Frankl, pionero en el estudio psicológico del significado de la vida, el propósito se concibe como un fenómeno inextricablemente vinculado a este último. El propósito vendría a ser entonces como un subproducto del intento de un individuo por hacer que su vida tenga sentido. Frankl plantea que cada individuo cuenta con un elemento singular y único que lo distingue de otros y a partir del cual surge su sentido de existencia. Una vida significativa, continúa Frankl, es aquella en la que una persona elige actuar de un modo que le permite llevar a cabo de forma única y apropiada las tareas, agradables o no, que la vida le presenta. El propósito se halla en el «por qué» de la realización de dichas tareas, y es lo que le permite al individuo dar sentido a sus circunstancias en tanto halla un motivo futuro por el cual vivir.
Puede decirse entonces que un propósito de vida es lo que ayuda a definir nuestra existencia, y junto con el significado –tal como están de acuerdo en afirmar a través de evidencias los líderes del creciente campo de la psicología positiva– constituye la piedra angular de la felicidad, del flujo, de la experiencia óptima y, en general, de una vida bien vivida. Ahora, si bien la mayor parte del trabajo sobre el propósito de la vida ha estado centrada en los integrantes de sociedades occidentales relativamente prósperas, la literatura contiene resultados interculturales que respaldan el hecho de que un propósito trae consigo los beneficios ya comentados, incluso aunque éstos puedan deparar en otros más amplios o el propósito en sí mismo tenga un enfoque distinto. En Corea, por ejemplo, los jóvenes ven el propósito menos como una búsqueda individual y más como un asunto colectivo, mientras que según los conceptos chinos, el sentido de propósito de un individuo se divide en sentidos de propósito profesional, moral y social.
En relación con las circunstancias socioeconómicas, la investigación sobre la psicología del propósito sugiere que es probable que quienes se encuentren en situaciones desafiantes tengan dificultades para descubrir y perseguir objetivos personalmente significativos. Hallazgo que encaja bien con la famosa jerarquía de necesidades de Maslow, que establece que las personas deben satisfacer sus necesidades básicas de comida, refugio y seguridad, antes de sentirse motivadas a perseguir objetivos más abstractos como la autorrealización. Otros estudios, sin embargo, plantean que el propósito sí que puede surgir en circunstancias difíciles, sirviendo como una forma importante de protección. Así, cierto estudio mostró que tener un propósito de vida protege a los jóvenes afroamericanos de las experiencias negativas asociadas con el crecimiento en comunidades donde sufren de discriminación.
El propósito de la vida, así como el significado de ésta, suele presentarse simultáneamente como una necesidad y como algo que es casi imposible de alcanzar. Y aunque ambos elementos son parte ordinaria de la experiencia humana, tienden a percibirse escasos. Se abordan como «una construcción y una experiencia envuelta en misterio» y se acepta con facilidad que «deben faltar en la vida de las personas». A esta percepción contribuye, entre otras cosas, los aparentemente intrincados conceptos que distintas filosofías tienen sobre la materia; a las que se suman las religiones con su planteamiento indirecto de «siguiendo mis reglas encontrarás tu propósito y un significado para la vida», e incluso artistas y/o figuras públicas. Vale mencionar que los existencialistas, en especial después de la primera guerra mundial, nos han dicho que la vida es absurda e intrínsecamente sin sentido, que no hay ningún propósito superior y que, por lo tanto, todos estamos solos en nuestra búsqueda de propósito y significado. Con este enredo de propuestas, normal que en las películas la búsqueda de significado y propósito suela involucrar el viaje a la cima de una montaña para que un ermitaño-gurú de una respuesta a la pregunta de «¿Cuál es el significado de la vida?». En esta situación parecería que propósito y significado implican un conocimiento escaso y precioso, que está más allá de la satisfacción y la felicidad.
La verdad es que la realidad es mucho más simple que eso. El hallazgo consistente en una enorme cantidad de estudios que miden la experiencia de propósito y significado, es que la mayoría de las personas dicen que sus vidas poseen ambos elementos. No se trata de una experiencia escasa. De hecho, la investigación da cuenta de que la exclusión social conduce a calificaciones más bajas sobre la existencia con propósito, y de que las conexiones sociales mejoran dicha experiencia. De aquí que ser aceptado por una comunidad suela constituir una fuente común de significado y propósito.
Dada la importancia que siempre ha tenido para nuestra vida y la de todos nuestros antepasados, es común que las personas se vean continuamente motivadas a buscar la experiencia de propósito y significado. Como la comida o el sexo, esto es un deseo cotidiano que no se puede satisfacer de una vez por todas, y que incluso depende de nuestro estado de ánimo. Nuestra naturaleza humana nos lleva a buscar algo más cada vez que logramos satisfacer nuestras necesidades más básicas, de modo que la búsqueda de propósito y significado no suele tener un punto final, y a veces puede tornarse difícil. El propósito y el significado pueden cambiar varias o muchas veces a lo largo de la vida, hay propósitos que incluso pueden durar un par de días, y otros por completo contrarios a uno que se tenía anteriormente.
Aún así, de una u otra manera todos terminan encontrando un propósito en su camino, y es que las personas suelen tener algo por lo qué vivir y que da significado a su existencia incluso aunque no sean totalmente conscientes de ello. La prueba es su capacidad de responder a las preguntas de: «¿Quién soy?», «¿Por qué estoy aquí?», «¿Qué es realmente importante para mi?» y «¿Qué se supone que debo hacer con mi vida?».

¿Qué nos lleva a buscar un propósito?
La búsqueda de un propósito parte de esa necesidad humana de encontrar un significado a la existencia, que ha estado presente durante milenios, y en la que han participado, como mencionamos antes, filósofos, teólogos, artistas, intelectuales y sabios de todos los tiempos. En toda las culturas y sociedades a lo largo de la historia de la humanidad, los humanos han tratado de dar sentido a su existencia, se trata de una búsqueda que muy posiblemente inició ya en los albores de la consciencia humana. Al menos durante 100.000 años hemos estado enterrando a nuestros muertos con rituales y artefactos, creyendo que la vida implica algo más que huir del león, cazar, recolectar y aparearse. Si nuestros antepasados hubieran sentido que la vida no valía la pena, es probable que hubieran dejado de protegerse, y estado menos entusiasmado con el apareamiento. En este sentido, podemos decir que el propósito y el significado de la vida que éste trae consigo no solo son necesarios para la salud psicológica, sino también para la adaptación y la supervivencia. La evolución habría dependido, de esta manera, de nuestra motivación y voluntad de sobrevivir, de nuestro sentimiento, en última instancia, de que siempre vale la pena esforzarse para vivir.
Es difícil saber con certeza en qué momento nuestros predecesores comenzaron a cuestionar y a obsesionarse con su lugar en el universo haciéndose preguntas existenciales del tipo: «¿Por qué estamos aquí?», «¿Estamos solos?», «¿Qué nos sucede cuando morimos?». Tal vez esto inició en el tiempo en que empezaron a pintar seres mágicos en las paredes de las cuevas o a enterrar a los muertos con cuidado y de forma ornamental, en un momento, hace decenas o incluso cientos de miles de años, en el que las preocupaciones básicas del día a día y del cuerpo fueron ignoradas para prestar atención a algo más allá.
Aunque mucho ha cambiado desde que nuestra especie comenzó a contemplar estos asuntos tan profundos –ahora somos capaces de enviar cohetes al espacio exterior, mapear el genoma humano y transmitir información alrededor de mundo casi de forma instantánea–, todavía estamos agobiados por las cuestiones existenciales a las que se enfrentaron los primeros humanos. Queremos saber nuestro lugar en el universo, nos aferramos a la esperanza de que somos algo más que la suma de nuestras partes biológicas y de que haremos contribuciones al mundo que trascenderán nuestra mortalidad. De aquí que seamos considerados animales existenciales, una especie en busca de un propósito que le de significado a la vida.
En estos dilemas existenciales que fascinaban a filósofos y teólogos están participando ahora hombres de ciencia, utilizando métodos empíricos para hacer preguntas que algún tiempo atrás se consideraron fuera de sus límites. En específico, los psicólogos empíricos están explorando cuestiones como: ¿Por qué la gente busca un propósito? ¿Por qué la gente necesita un significado? ¿Qué es lo que hace que la vida tenga sentido? Y, como ya hemos visto ¿Cuáles son las consecuencias para la salud mental y física de encontrar o no un propósito de vida?
Una explicación que ha estado recibiendo atención científica se relaciona con la conciencia humana de sí mismo y de la muerte. De acuerdo con la teoría del manejo del terror, prominente en la psicología social, los seres humanos somos como todos los demás animales en el sentido de que nuestros cuerpos constituyen sistemas que trabajan constantemente con el fin de mantenernos vivos; esfuerzos a los que, como seres conscientes, nos sumamos de forma deliberada. Sin embargo, pese a que estamos motivados para vivir, a diferencia de otros animales somos lo suficientemente inteligentes como para darnos cuenta de nuestra naturaleza mortal; de que, sin importar qué tanto nos esforcemos, la muerte será inevitable.
La teoría el manejo del terror plantea que esta yuxtaposición del deseo de vivir y la consciencia de la muerte es capaz de provocar una cantidad significativa de ansiedad o terror, emociones que los humanos necesitan manejar de alguna manera para seguir sus vidas con relativa tranquilidad. Como especie no habríamos llegado al nivel actual de desarrollo que tenemos si viviéramos nuestras vidas con el miedo constante a la muerte. Aquí es donde surgiría la necesidad de encontrar un propósito, que le brinde a nuestra vida un significado que nos haga sentir que ésta de alguna manera perdurará después de nuestra muerte, que somos algo más que simples mortales.
Dicho de otra manera, todos sabemos que nuestras vidas, desde la perspectiva de la historia del universo, son extremadamente breves, y ello es lo que nos lleva a buscar y a esforzarnos por ser parte de algo que trascienda la existencia biológica. Aquí es donde las religiones son particularmente poderosas, por brindar explícitamente cada una de ellas a sus fieles un medio para trascender la muerte. Claro que este sentido de trascendencia, como se mencionó antes, puede provenir de tener hijos; crear obras que creemos nos dejarán un legado; invertir en un grupo u organización que perdure más allá de la vida de cualquier individuo; cuidar de otros, etc.
Esta teoría se sustenta en gran medida en los estudios que dan cuenta de que cuando las personas están expuestas a estímulos que les recuerda su mortalidad, exhiben una mayor inversión en las identidades sociales y culturales que brindan significado y percepciones de la trascendencia de la muerte. De este modo, hacer que una persona contemple su mortalidad incrementa su deseo de tener hijos; su nivel de patriotismo; su fe religiosa; su apego a familiares y a personas emocionalmente cercanas; y en general, su compromiso con lo que crea es su propósito para vivir o su esfuerzo por encontrar algo que le haga sentirse en el camino correcto para hallar dicha trascendencia. Asimismo, tener un propósito mitiga la amenaza de la conciencia de la muerte. Es decir, hacer que alguien piense en la muerte aumenta su miedo a este fenómeno, no obstante, tal efecto solo se observa entre aquellos que no perciben que su vida tiene sentido. Las personas con un propósito y una vida con significado no están tan aterrorizadas por el hecho de que son mortales.

La verdad es que pueden haber múltiples razones por las que las personas necesitan encontrar un significado y buscan un propósito para ello. Aún así, una enorme cantidad de investigación demuestra que la comprensión de que la vida es finita es una muy poderosa fuerza impulsora para los esfuerzos de la gente por sentir y confirmar que sus vidas tienen un propósito y un significado. Todos queremos ser más que meros seres mortales que fallecen y desaparecen para siempre. En este orden de ideas, tener un propósito y dar significado a nuestra vida es sentirnos inmortales.
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