Creo que para este punto el artículo que motivó todo el análisis expuesto en los 6 anteriores publicados en esta página, ha quedado suficientemente rebatido[1]. Las razones expuestas en él para demostrar la existencia de dios y por tanto aceptar ésta de forma incontestable, son por completo inválidas. La historia no corrobora tal hipótesis; las aparentes armonía del universo y complejidad de la vida cuentan con explicaciones racionales y demostrables que hacen que la acción de un ser divino sea, cuando menos, ridícula; explicaciones cuyo objetivo no es ni mucho menos manifestar que todo «surgió por azar», como intenta hacer ver el autor a partir de su uso inadecuado de este último término.

El argumento de la causa primera no es racional, según la connotación moderna de esta palabra, debido, entre otras cosas, a que no cuenta con ninguna prueba empírica concreta que lo respalde. La fe, por su lado, puede ser razonable y suele ser compatible con la razón dentro de muchos escenarios, pero no tiene mayor autoridad que ésta a la hora de definir la realidad, ámbito en el que terminan chocando irremediablemente, y en el que la religión, más que la fe, dada su típica intransigencia, tiende a volverse irracional.

Como vimos, los motivos admisibles, desde un punto de vista racional, para creer en dios y/o ser parte de un credo específico, no tienen nada que ver con la realidad de tales planteamientos. Finalmente, creo que vale la pena cerrar este análisis respondiendo a las últimas preguntas hechas en el artículo tratado; preguntas que muchos creyentes y no creyentes suelen hacerse con frecuencia.

¿Por qué crees que el hombre siempre ha pensado en la existencia de algo llamado «Dios»?

No es posible responder a esta cuestión sin recurrir a algún análisis académico que haya tratado el asunto con rigurosidad y la suficiente imparcialidad. La simple intuición, a la que el autor apela para que la respuesta sea algo así como: «la gente siempre ha creído en “algo llamado dios” porque “algo llamado dios existe”», como ya vimos, no nos sirve para determinar los hechos. El artículo titulado Do humans have a ‘religion instinct’?[2], publicado en la página web de la BBC, por otro lado, nos ayuda a encontrar una contestación más razonable.

Instinto religioso.[3]

Partamos de los sesgos cognitivos que están incorporados naturalmente, y por razones evolutivas, en nuestras mentes; como el ya mencionado sentido de agencia, ése mismo que nos lleva a asustarnos a medianoche cuando escuchamos un leve sonido en la ventana de nuestra habitación, pensando que podría ser alguien que quiere hacernos daño en lugar de las ramas del frondoso árbol que siempre ha estado al lado de nuestra casa y que suele ladearse hacia ella en los días ventosos. Es esto lo que también nos hace atribuir agencia a eventos sin una causa física clara –como cuando alguien dice que un dolor de cabeza se fue después de orar–, y a patrones desconcertantes que son difíciles de explicar de forma sencilla –como en el caso de aquellos que creen que los moáis de la Isla de Pascua chilena fueron puestos en sus lugares por extraterrestres–.

Ese sentido de agencia sería, según el científico cognitivo Justin Barrett, una creencia no reflexiva que siempre opera en nuestro cerebro incluso sin que nos demos cuenta. Tales creencias provendrían de diversos sistemas mentales denominadas por Barrett: «sistemas de inferencia intuitivos», que a su vez incluyen la física inocente, la biología inocente y la moralidad intuitiva. La física inocente, por ejemplo, es la razón por la que un niño sabe de forma intuitiva que los objetos sólidos no pueden atravesar otros objetos sólidos y que éstos caerán al suelo si no se sostienen. Siguiendo al científico, las creencias no reflexivas son cruciales para que aparezcan las creencias reflexivas –dios–. La pregunta sería, cómo es que se pasa de una a otra.

Para buscar alguna respuesta a ella Barrett da cuenta de la idea de conceptos mínimamente contrarios a la intuición (MCI), que por lo general son efectivos para la transmisión cultural. Los MCI son básicamente conceptos intuitivos con uno o dos ajustes menores, como el de una alfombra voladora que se comporta como una alfombra normal en todos los sentidos, excepto por el hecho de que es capaz de volar. Tales ideas: «combinan la facilidad de procesamiento y la eficiencia de las ideas intuitivas con la novedad suficiente para llamar la atención y, por lo tanto, recibir un procesamiento más profundo», de aquí que se destaquen entre una serie de conceptos ordinarios, y que, de acuerdo con estudios transculturales, sean compartidos y recordados con facilidad.

Un ejemplo del MCI, también conectado estrechamente con nuestra tendencia a la asignación de intencionalidad, surge cuando un ser querido muere y sus más cercanos conocidos comienzan a hablar de él como si todavía estuviera presente, contando sus historias y recordándose a sí mismos que éste aprobaría sus decisiones. Lo que hacen estas personas es continuar manteniendo cerca al difunto, si bien no físicamente. Por eso hay quienes sugieren que la religión tal vez tenga más relación con los cadáveres que con la muerte, y que las formas más tempranas de agentes sobrenaturales hayan sido los difuntos, cuyos fantasmas son mínimamente contrarios a la intuición. Es decir, son como los vivos en casi todos los sentidos, excepto por su habilidad de desaparecer a través de las paredes.

El filósofo Daniel Dennett, por su parte, plantea el fenómeno de cartas levantadas, que deriva de nuestro sentido de agencia. Y es que este último implicaría ciertos riesgos ¿Alguien sabrá de nuestras malas acciones? ¿Cómo estar seguros de que alguien las sabrá y de lo que pensará de nosotros por eso? Son cuestiones complejas que quedan zanjadas cuando todos los miembros de una comunidad siguen las mismas reglas y colocan todas sus cartas boca arriba sobre la mesa, para que un maestro, que sería una suerte de agente con acceso total, lo vea todo y pueda actuar en consecuencia. Dichos agentes, siguiendo a Dennett, habrían sido en primera instancia nuestros antepasados muertos; convirtiéndose más tarde en las semillas de una idea similar pero más formalizada.

Sentido de agencia.[4]

El agente de acceso total habría sido la solución al problema del castigo de las comunidades de cazadores-recolectores prehistóricas, que para subsistir necesitaban seguir reglas y penalizar a aquellos que las rompieran, cosa que sería mucho más difícil mientras más grande fuera el tamaño del grupo. Así, los integrantes se sentirían menos tentados a robar por las noches, puesto que, aunque ningún otro miembro de la comunidad lo viera, aún había alguien que sí lo hacía. Tal idea, en consonancia con el sentido de agencia y la moralidad intuitiva, sería bien recibida por los cerebros evolucionados de nuestros antepasados.

Este dios primigenio habría sido entonces el producto de un proceso evolutivo que presionó a nuestros primeros antepasados para que se volvieran más sociables y pudieran vivir en comunidad con un relativo nivel de paz. Ahora, el problema con el aumento de la sociabilidad es su mantenimiento, en especial una vez que nuestros antepasados empezaron a asentarse en lugares específicos y a ver cómo el grupo iba creciendo ¿De qué forma se evitaría que todos se mataran entre sí cuando surgieran tensiones?

Tiene lugar, entonces, un proceso de vinculación que se basa en los sistemas de endorfinas en el cerebro, y que es activado por el proceso de acicalado social –o social grooming, en inglés–, llevado a cabo a través del tacto o el aseo[5]. Claro que en grupos grandes, el acicalado social tiene dos desventajas: solo se puede hacer con una persona a la vez y requiere de un nivel de intimidad que los restringe a las relaciones cercanas. Aparecía de este modo el problema de desencadenar vínculos sociales sin tocarse, frente al que la risa y la música surgieron como soluciones, y que, según el psicólogo evolucionista Robin Dunbar, son elementos que dan paso a los mismos efectos productores de endorfinas que derivan del acicalado social. Éstos, más el lenguaje, que apuntaría en su misma dirección, permitirían que la vinculación social ocurriera a una escala mucho mayor.

Un ejemplo de esto se puede observar en la danza en trance, un ritual involucrado en las religiones chamánicas –los primeros tipos de religiones sin doctrinas–, y cuyo propósito era restaurar el equilibrio social. Se hacían cuando los niveles de tensión en la comunidad se intensificaban; en el momento en que los miembros se molestaban lo suficiente como para admitir que era hora de hacer las paces mediante un baile de trance. Tras él, los individuos salían relajados y en paz, unidos a aquellos que también lo hicieron. A continuación empezarían a preguntarse cómo es que se sienten tan bien después de esto, a lo que algunos contestarían, ya buscando de lleno un sentido para la práctica al tiempo que se erigían como incipiente teólogos, que ésta significa todo. Véase la semilla de las religiones doctrinales en este punto.

Los bailes esporádicos, sin embargo, funcionaron bien hasta que nuestros antepasados se asentaron en aldeas. Una vez que esto sucedió se comenzó a necesitar algo más robusto para alentar a la comunidad a comportarse entre sí de una forma más prosocial, en especial debido al creciente estrés que conllevaba vivir en grupos tan grandes e ineludibles. Aunque los bailes de trance podían seguir teniendo lugar, tal vez mensualmente, se necesitaba algún otro ritual más regularizado para fomentar la cohesión. Prueba de la relación entre el surgimiento de una práctica religiosa organizada y la formación de comunidades sedentarias, se encuentra en el hecho de que la revolución agrícola, que permitió la vida en aldeas y empujó el crecimiento poblacional, tuvo sus inicios en el Creciente Fértil en el Medio Oriente, mismo lugar que, además de ser conocido como la Cuna de la Civilización, alberga los espacios rituales más antiguos que se conocen; el más antiguo de los cuales es Göbekli Tepe, en el suroeste de Turquía, y al que el arqueólogo alemán Klaus Schmidt, líder del equipo que lo examinó por primera vez, se refirió como la primera catedral en una colina de la humanidad. Göbekli Tepe, que significa «colina del vientre» en turco, es un espacio no residencial que parece haber tenido varios templos hechos de pilares, y que parece remontarse al año 10.000 a.C.

Con la agricultura y la consecuente aparición de mega asentamientos, las sociedades y las relaciones entre sus miembros se volvieron mucho más complejas, por lo que tuvieron que crearse nuevas reglas sobre propiedades, derechos, jerarquías y poder. Uno de los resultados fue el concepto de especialización que dio paso a la estratificación de clases. Algunos serían gobernantes, otros comerciantes, y otros sacerdotes. Dios y las prácticas que le afianzaban, y cuyo objetivo era la vinculación social, se hicieron mucho más necesarios que antes, y ahora se centrarían más en los individuos de mayor jerarquía: reyes, sacerdotes o miembros del linaje real. 

La asociación entre divinidad y jerarquía duraría hasta lo que algunos han llamado la Era Axial. Tiempo de cambios radicales que ocurrieron en el siglo I a.C. en China, India, Irán, Israel y Grecia; y en el que, según el filósofo Karl Jaspers, «el hombre se vuelve consciente del Ser como un todo» y «experimenta el absolutismo en la lucidez de la trascendencia». Dicho de un modo más sobrio: una época en la que de repente empezaron a surgir religiones con rituales y doctrinas fuera de los centros imperiales, quizá debido a la competencia existente entre los distintos Estados. Aquí la pregunta clave fue: «Quién es el verdadero rey, el que verdaderamente refleja la justicia», lo que hizo que, en Grecia, Platón instruyera a la gente a mirar a Sócrates en lugar del aristócrata Aquiles; en India, Buda renunciara a su derecho a la sucesión real; y en Israel, se rompiera definitivamente la unidad dios-rey con los relatos proféticos de Yahveh rechazando e instalando reyes a voluntad.

La clave de esta transición hacia la crítica y hacia la universalidad fueron las capacidades de invención gráfica y memoria externa, sin las que, de acuerdo con el sociólogo Robert Bellah, nunca habría surgido un puente del Neolítico a los humanos modernos. Tras el almacenamiento de información fuera del cerebro, se desarrolló un pensamiento de segundo orden, que, además de permitir la codificación de las experiencias religiosas en teologías elaboradas, abrió paso al estudio y a la comparación de narrativas, lo que a su vez aumentó la posibilidad de reflexión crítica. Con este pensamiento de segundo orden que conduciría a un avance religioso y filosófico, vendría una nueva comprensión de la naturaleza de la realidad y de la verdad; una nueva interpretación de nuestra experiencia y un nuevo conjunto de objetivos. La llamada Era Axial sería el inicio de dios tal y como se conoce hoy en día.

Era axial.[6]

Finalmente, queda claro la probabilidad de que «el hombre», en el sentido de todos los seres humanos que han existido a lo largo de la historia del mundo, no siempre haya creído en dios o algo remotamente. Éste empezaría a tener en mente algo parecido a dios cuando la presión que vino tras el aumento significativo de los miembros de su comunidad lo empujara a buscar y promover una mayor cohesión social, que ya no podría ser alcanzada a través del método probado del acicalado, dado el tiempo prohibitivo de éste. Con ciertos rituales, como el baile, el efecto de reducir la tensión comunitaria fue alcanzado durante un tiempo, hasta que los cazadores-recolectores expandieron su tamaño y construyeron asentamientos permanentes donde echarían raíces, y que, debido al advenimiento de la agricultura, comenzaron a crecer con rapidez y a demandar una gestión de la conducta todavía más prosocial para aliviar el estrés mayor. La respuesta natural, dada la capacidad evolucionada del cerebro humano para la detección de la agencia y la moralidad intuitiva, fue la religión cuasi formal, que sentaría las bases para lo que tendría lugar en la Era Axial y hasta nuestros días.

Creo que el hombre, tal y como se conoce hoy en día, siempre –desde su aparición tras la era axial, o, en su defecto, tras la revolución agrícola y el subsecuente sedentarismo– ha pensado en «algo llamado dios» porque ése es el pensamiento que derivó naturalmente, primero, de las prácticas tradicionales que heredaron de sus antepasados y que surgieron como mecanismo para mantener el funcionamiento y permitir el desarrollo de las sociedades; y segundo, de elementos incorporados naturalmente en nuestros cerebros como el sentido de agencia, la moralidad intuitiva y los conceptos mínimamente contrarios a la intuición. Éstos últimos hicieron a su vez: que aquellas prácticas tradicionales tomaran el camino hacia las religiones que conocemos en la actualidad; que éstas se volvieran más robustas; y que, tras su profundización con el advenimiento de la invención gráfica y la memoria externa en forma de escrituras, junto con el subsecuente pensamiento de segundo orden, afianzaron y complejizaron aún más la idea de un dios.

¿Qué opinas sobre la posición de muchos ateos que afirman que todo apareció por «azar»?

Creo que la evidencia científica con que se cuenta en la actualidad apunta a que es bastante probable que el universo y los seres humanos hayan surgido, no como parte de un propósito predeterminado y misterioso que estaba en la mente de un ser divino, que es por demás desconocido a la luz de la razón y la ciencia, sino como los productos de sendos procesos que han sido inimaginablemente largos y transitaron por incontables escenarios antes de reunir las condiciones necesarias para dar paso a lo que vemos hoy.

Si con «todo apareció por azar» se hace referencia a que no hubo intencionalidad alguna en la aparición del universo –incluyendo los seres humanos–, entonces podría decirse que la afirmación es correcta; en cambio, si con ella se intenta decir que «el azar» fue lo que dio lugar a la realidad que vivimos, entonces sería incorrecta. El azar no es más que la forma de decir que hay demasiados factores como para alegar que el desarrollo del universo en la dirección que permitiría la aparición de la vida –más aún: de la vida inteligente– era por completo predecible; que, de acuerdo con lo que sabemos hoy, siempre hubo muchos escenarios posibles en los que nosotros no habríamos nacido jamás. Esto es, ciertamente, la verdad, lo cual no significa que sea imposible que, de todas las alternativas, el universo haya caminado por la de nuestra existencia sin haber sido diseñado para ello. Es verdaderamente poco probable que a una persona le caiga un coco en la cabeza al transitar debajo de una palmera, no obstante, no es un hecho imposible, dado que ha sucedido en no pocas ocasiones.

¿Está bien unir la razón con la fe? ¿o deben separarse para no «contaminar» la fe con ninguna filosofía o pensamiento humano?

A partir de lo expuesto en el artículo que toca la relación entre razón y fe, me parece claro que ambos conceptos son inherentes al ser humano, de modo que es natural asociarlos en un sinnúmero de circunstancias, en especial cuando no se contradicen entre sí, e independiente de si ello está bien o no; juicio este último que dependería de factores más bien subjetivos. Dicho de otra manera, creo que preguntarse si está bien unir razón y fe, o si ambos conceptos deben separarse, es un absurdo. Razón y fe estarán irremediablemente unidas en ciertas cuestiones, y por completo separadas en otras.

En cuanto a la afirmación de «no contaminar la fe con ninguna filosofía o pensamiento humano», solo puedo decir que no tiene sentido creer de alguna manera que la fe trasciende lo humano, en un sentido positivo. Para mí no tiene ni pies ni cabeza pensar en que alguno de estos conceptos se encuentra de algún modo sobre el otro; cada uno tiene preponderancia y es beneficioso en su terreno. La fe, no solo la religiosa, nos proporciona herramientas para una vida más agradable, y la razón es el vehículo por el cual entendemos ésta y la realidad que observamos, que por cierto, debe ser la única que existe, precisamente porque es la única observable. 

Bibliografía

Brandon Ambrosino; BBC. Do humans have a ‘religion instinct’? (mayo, 2019). https://www.bbc.com/future/article/20190529-do-humans-have-a-religion-instinct

Daniel Mediavilla; El País. ¿Por qué la gente sigue creyendo en Dios? (marzo, 2016). https://elpais.com/elpais/2016/03/22/ciencia/1458685280_291426.html

David Ludden; Psychology Today. Why Do People Believe in God? (agosto, 2018). https://www.psychologytoday.com/us/blog/talking-apes/201808/why-do-people-believe-in-god


[1] Aldo Llanos Marín. ¿POR QUÉ CREER EN DIOS? – En clase con un ateo*0 (octubre, 2008). https://web.archive.org/web/20141227162407/http://www.tomasalvira.com/?p=72

[2] Brandon Ambrosino; BBC. Do humans have a ‘religion instinct’? (mayo, 2019). https://www.bbc.com/future/article/20190529-do-humans-have-a-religion-instinct

[3] Snorker Shipmate; Human Life. Human Religious Instinct (abril, 2019). https://humanlife.asia/human-religious-instinct/

[4] Joze Tomsic; WEDDINGINCANA. Hyperactive Agency Detection-Why Do We See Faces in Toast? (julio, 2018). https://weddingincana.com/hyperactive-agency-detection

[5] El aseo social (o social grooming en inglés) es un comportamiento en el que los animales sociales, incluidos los humanos, se limpian o mantienen el cuerpo o la apariencia de los demás. Una actividad social importante y un medio por el cual los animales que viven en las proximidades pueden vincularse y reforzar las estructuras sociales, los lazos familiares y construir compañerismo. También se utiliza como medio de resolución de conflictos, comportamiento materno y reconciliación en algunas especies.

[6] Sally Mallam; The Human Journey. Axial Age Thought: Spiritual Foundations of Today. https://humanjourney.us/ideas-that-shaped-our-modern-world-section/axial-age-thought-spiritual-foundations-of-today/