Un universo aleatorio

Uno de los argumentos más usados por los creacionistas para rechazar la evolución, y cualquier otra teoría o análisis sobre el origen de la humanidad o el universo en el que la idea de un diseñador divino luzca innecesaria, es la supuesta ínfima probabilidad de que, sin una intervención sobrenatural, el cosmos tomara un camino de desarrollo que permitiera la vida en la tierra y de que nosotros, como seres humanos, hayamos derivado de formas de vida que alguna vez habrían sido unicelulares. El artículo al que hemos estado refiriéndonos hasta hace poco[1] da cuenta de esta recurrente tendencia creacionista de hacer uso del «sentido común» –intentando disfrazarlo de «razón» algunas veces–, para descartar esta aparición espontánea de vida o, dicho de otra manera, que hayamos surgido simplemente «por azar o casualidad», teniendo en cuenta el ingente número de otros posibles rumbos que el universo y la evolución en sí misma pudieron haber tomado bajo esta perspectiva. Después de todo ¿Qué posibilidad hay de que obtengamos una secuencia de números determinada luego de barajar un mazo de 42 cartas?

Se trata de uno de los argumentos en favor del creacionismo más complicados de rebatir, debido a que apela como pocos al sentido común y a que suele usar de forma errada cálculos probabilísticos que resultan asombrosos para quienes no conocen demasiado el asunto. Por ello es que el autor del artículo antes citado escribe: «Pensar que toda la armonía del universo y todas las complejas leyes de la naturaleza son fruto del azar, sería como pensar que las andanzas de Don Quijote de la Mancha que escribió Cervantes pudieron aparecer íntegras sacando letras al azar de una gigantesca marmita con una sopa de letras», un razonamiento que, a priori, parece sensato, pero que es por completo equivocado puesto que ignora un montón de otros elementos que, aunque a veces contraintuitivos y/o difíciles de comprender, nos llevan a entender por qué la vida sí pudo haber tenido lugar sin la ayuda de un diseñador inteligente. De aquí la necesidad de abordar este argumento creacionista en una sección aparte.

Para empezar, como ya expusimos antes, hay que decir que no existe ninguna certeza científica de qué otro camino podría haber tomado la evolución del universo o de los seres vivos una vez el primero tuvo las condiciones necesarias para que nacieran; mucho menos de si en un cosmos distinto a éste, o en un escenario en el que la evolución hubiera tomado un camino completamente distinto, igual existirían formas de vida capaces de reflexionar sobre lo que perciben. Dado que nuestro conocimiento aún es limitado, y que tenemos no pocos sesgos a la hora de interpretar lo que observamos, todavía no es posible responder con cierta certidumbre a estas cuestiones. Solo de nuestro universo poseemos una comprensión que, aunque aún acotada, es medianamente satisfactoria, y ello, claramente, debido a que es el único que podemos observar. La idea de que en un universo ligeramente distinto no habría sido posible que existiéramos se debe a que las fuerzas fundamentales que, según lo que sabemos, rigen éste, tienen valores que, de haber sido un tanto mayores o un tanto menores, habrían deparado en circunstancias en las que nuestra existencia habría sido imposible. Pero, una vez más, no sabemos si en un universo con fuerzas fundamentales distintas a las que conocemos otro tipo de vida, que deparara en seres conscientes, habría podido aparecer; caso en el cual dichos individuos, con toda seguridad, también estarían afirmando sorprendidos que: «Un universo con valores apenas distintos no hubiera permitido nuestra existencia».

Alienígenas en un universo paralelo.[2]

Luego, que de la aparente infinidad de caminos posibles el universo haya seguido por el que deparó en el escenario actual, nos resulta increíble solo porque tendemos a creer que los eventos que más nos impactan son los que tienen menos probabilidades de derivar de procesos en los que no existe intencionalidad alguna. Nuestro cerebro está diseñado para encontrar patrones y significado en lo que percibimos –en gran medida ésta es una de las razones de que la idea del diseñador sobrenatural sea tan persistente–; también para otorgar un mayor significado a aquello que más influye en nuestras vidas y encontrar voluntarismo en eso y en lo que podemos definir a través de patrones. Por eso es que pensamos que es menos probable que tras revolver ciegamente una baraja española de 40 cartas, queden todos los números ordenados de mayor a menor y por íconos, que de cualquier otra forma que para nosotros resulte ininteligible. Por eso es que nos costaría mucho creer que quien revolvió el mazo no utilizó ningún truco para que éste quedara ordenado de la manera antes dicha. La verdad es que en los procesos aleatorios –como el de barajar un mazo de cartas a ciegas– no existe el sentido o la interpretación de orden, por lo que todos los escenarios tienen la misma probabilidad de suceder. Aunque nos cueste creerlo, no es menos aleatorio sacar 10 veces la misma carta de una baraja boca abajo que sacar en las 10 oportunidades 10 cartas diferentes.

Lo mismo aplica para el universo y para la evolución biológica. El escenario en el que estamos tuvo la misma probabilidad que cualquier otro en los que no tenemos idea de si habría surgido otro tipo de vida o no. Volviendo al ejemplo de la baraja española, la probabilidad de que, después de revolverla, salga un orden específico de cartas, es de 1 en 40 factorial, es decir, de 1 en 8.2 seguido de 47 ceros; una posibilidad extremadamente baja. Aun así, luego de barajar, una secuencia específica queda, independiente de que ésta tenga sentido o no para nosotros, y no por eso pensamos que tuvo que haber algún truco o intencionalidad detrás del barajeo que llevó a la aparición del orden en cuestión.

Un segundo razonamiento que también sirve para derribar el argumento intuitivo de los creacionistas acerca de la imposibilidad de que, dado el número de escenarios posibles, el actual en el que nosotros nacemos y evolucionamos haya tenido lugar, es el de que, según las leyes del azar, cualquier evento con una probabilidad mayor que 0, sin importar cuán baja sea, probablemente ocurrirá si se le dan las suficientes oportunidades, y seguramente ocurrirá si estas oportunidades son ilimitadas. Así, por ejemplo, la probabilidad de que un jugador de bridge obtenga en una nueva partida la misma mano que obtuvo en la partida inmediatamente anterior, sin importar cuál sea, es de 1 entre 653.013.559.600; cosa que no implica, en absoluto, que si obtiene la misma mano en dos partidas consecutivas, hubo algún truco de parte del repartidor, sí, en cambio, que lo más probable es que dicho jugador tenga que esperar un buen tiempo, o jugar una buena cantidad de partidas, antes de obtener dos manos consecutivas. Lo mismo podríamos decir de la formación de la tierra como planeta habitable. Dado que el universo es en extremo grande, y que contiene innumerables galaxias, estrellas y sistemas planetarios, las oportunidades para que naturalmente uno de esos planetas fuera habitable seguro fueron bastante altas, lo que habría aumentado la probabilidad de tal hecho. En este sentido, si pensamos que el universo es infinito, podemos deducir que hubo infinitas oportunidades de que la vida surgiera, lo que hace de tal hecho una certeza virtual.

Que los eventos estadísticamente improbables aún pueden ocurrir es algo que puede evidenciarse, hasta cierto punto, en la cotidianidad. Piénsese, por ejemplo, en la probabilidad de que a alguna persona le caiga un rayo, circunstancia por la que nadie en realidad jamás se preocupa. La probabilidad de que tal evento suceda es, sin dudas, extremadamente baja, dada la enorme cantidad de lugares en los que dicha descarga podría caer. No obstante, con tanta gente en el mundo, aún existe una buena oportunidad para que tal cosa tenga lugar de vez en cuando. Y así, pese a que es difícil que ocurra, muchos de nosotros conocemos a alguien a quien le ha sucedido. Vemos que el azar se relaciona aquí con eventos difíciles de predecir, pero que aún cabe esperar racionalmente que sucedan.

De forma que, cuando se habla de un evento aleatorio, lo que se expone es que dicho evento es tan improbable que todo el universo observable parece no brindar las suficientes oportunidades para que suceda. Aun así, el suceso en cuestión tiene alguna probabilidad de suceder, solo que sería un absurdo apostar a que tendrá lugar, no solo en un lugar o tiempo determinado, sino en cualquier lugar dentro de los confines espaciales y temporales del universo observable. Un evento aleatorio no es entonces algo que no puede ocurrir, sino algo que no se puede predecir racionalmente.

El azar, es entonces un término epistémico, que da cuenta de nuestro grado de conocimiento sobre cuál de varios resultados posibles podría ocurrir en una situación dada. Se utiliza el concepto del azar cuando se carece del conocimiento suficiente para proporcionar una explicación causal de qué resultado ocurrirá, y así, la predicción de éste debe hacerse sobre la base de probabilidades. En este orden de ideas, afirmar que un hecho dado sucedió por casualidad ni siquiera es descartar una causa; simplemente significa que su posible explicación causal es desconocida. Mucho menos se descarta un tipo particular de explicación causal, que, en el caso de los creyentes, podría ser una que tenga que ver con un diseñador sobrenatural que tuvo por propósito la creación humana. Uno puede encontrarse con un amigo en el supermercado por casualidad, y es claro que tal cosa no significa que nuestro amigo, o uno, no tuvieran propósitos que expliquen por qué ambos estuvimos en el mismo lugar al mismo tiempo, solo que los motivos que llevaron a cada uno al encuentro, no incluían dicho encuentro en primer lugar.

Ahora, para entender la posición de un científico respecto a acontecimientos aleatorios, podemos plantear el escenario de un individuo encontrándose con un amigo en el supermercado, esta vez a propósito, y a un tercero que, al observar a los primeros, por desconocer que éstos tenían la intención de encontrarse, piensa que el evento en cuestión ocurrió por casualidad; incluso aunque sí conozca alguna de las otras razones que llevaron a los amigos hasta el supermercado. A partir de la información que tenía el observador, no era posible predecir que los dos sujetos se encontrarían, tampoco descartar tal hecho ni corroborar  que ambos tuvieran el deseo de encontrarse. Similar es lo que sucede en cuanto a la información científica sobre el desarrollo del universo. La evidencia científica por sí sola no acoge ni descarta ninguna información sobre el propósito de un dios, pero, si bien el científico puede tener creencias religiosas que lo lleven a considerar seriamente que hay un propósito detrás del surgimiento de la vida, estaría cometiendo un grave error al alegar que en la evidencia que tiene a disposición, se encierran las pruebas de sus especulaciones religiosas.

El azar en el universo.[3]

Regresando al hecho, en relación con la formación de un universo apto para albergar vida al menos en uno de sus millones de cuerpos celestes, de que cualquier suceso, de un ingente número de posibilidades, seguramente ocurrirá si tiene infinitas oportunidades, podemos hacer uso de un razonamiento matemático para entenderlo mejor. Para ello, recurramos a la inverosímil afirmación de que un mono oprimiendo teclas al azar en una máquina de escribir un número infinito de veces podrá escribir en una de esas oportunidades la novela Hamlet de Shakespeare. Esto también nos servirá para dar cuenta, una vez más, de que nuestro sentido común no es tan acertado como solemos pensar.

Supongamos que Hamlet tiene x páginas escritas a máquina, que y es el número de caracteres que pueden caber en una página, y que z es el número de caracteres en una máquina de escribir. De esta manera, un texto de x páginas contendrá xy caracteres, cada uno de los cuales podría ser cualquiera de las z posibilidades. Habrá entonces (xy) posibles formas de escribir aleatoriamente x páginas de texto, todas las cuales tienen la misma probabilidad y entre las que se halla la obra de Hamlet completa. Pensemos en este punto que el trabajo del mono se divide en pruebas: en la primera tiene que escribir las primeras x páginas escritas a máquina, en la segunda las segundas x páginas, y así sucesivamente. Debido a que nuestro amigo primate escribirá infinitas páginas, lógicamente tendrá infinitas pruebas.

La probabilidad de que este mono escriba Hamlet es 1 / (xy), que llamaremos p. Luego, en cualquier ensayo dado, la probabilidad de que el mono no escriba Hamlet es 1-p, que llamaremos q. Así, la probabilidad de fallo es q para el primer intento, q para el segundo intento, q para el tercero y así sucesivamente. Véase, a su vez, que la probabilidad de falla en las dos primeras pruebas es q˄2, en las tres primeras pruebas q˄3, y así sucesivamente; de lo que se tiene que la probabilidad de falla en n ensayos es q˄n.

Sabemos que (xy) es un número positivo finito, por lo que 1 / (xy) debe ser mayor que 0. De esta forma, dado que p =1 / (xy), entonces p ˃ 0, a partir de lo cual se sabe que 1 – p, es decir q, es menor que 1. Ahora bien, al elegir cualquier número entre 0 y 1, y multiplicarlo por sí mismo muchas veces, elevándolo a potencias cada vez mayores, el producto se acercará a 0. Mientras más se eleve la potencia, más cerca de 0 estará el producto. Finalmente, si la potencia es infinita, el resultado final será 0, o lo que es lo mismo: q elevado a la potencia del infinito es 0. Esto, por supuesto, significa que en infinitas oportunidades, hay un 100% de probabilidad de que el mono termine escribiendo Hamlet.

El azar en la evolución

Muchas veces quienes abogan por un diseñador sobrenatural e inteligente del universo y de los seres vivientes, quizá por no disponer de la cantidad de información suficiente sobre el cosmos –que, a decir verdad, suele ser un tanto difícil de entender–, hacen énfasis en que las pruebas de tal cosa, en lugar del vasto universo con todas sus galaxias y sistemas solares, se hallan en el cuerpo humano en sí mismo. Alegan que ciertas estructuras biológicas son tan complejas que no podrían haber evolucionado a través de procesos de mutación no dirigidos y selección natural, idea a la que se refieren como: «complejidad irreductible». Sostienen, en este mismo orden de ideas, que los organismos biológicos deben diseñarse del mismo modo en que se diseña un reloj, dispositivo que, para funcionar correctamente, requiere que todos sus componentes trabajen en simultáneo, y que dejará de funcionar si alguno de dichos componentes falla o se cambia. El planteamiento creacionista detrás de esto es que, debido a la complejidad de nuestra estructura biológica, la posibilidad de que a través de procesos naturales y aleatorios de mutación se produzcan los componentes necesarios para ella y estén disponibles para trabajar en conjunto, es infinitesimalmente pequeña.

Ahora bien, tal afirmación es refutada por la biología moderna; desde la que se ha examinado cada uno de los sistemas moleculares que se supone son productos del diseño de un ser sobrenatural, y se ha demostrado cómo bien pudieron surgir a través de procesos naturales. Biólogos evolucionistas también han demostrado cómo algunos mecanismos bioquímicos complejos, como la coagulación de la sangre o el sistema inmunológico de los mamíferos, podrían haber evolucionado a partir de sistemas más simples. En el caso de la coagulación de la sangre, por ejemplo, algunos de los componentes del sistema de los mamíferos se encontraron en organismos anteriores, así como en organismos vivos hoy –peces, reptiles y aves–, que también descienden de estos últimos.

El flagelo bacteriano es otro claro ejemplo de la evolución. No existe una estructura única y uniforme que se encuentre en todas las bacterias flagelares. Hay, de hecho, muchos tipos de flagelos, algunos más simples que otros, y por supuesto, muchas especies de bacterias no tienen flagelos que los ayuden a moverse. De aquí que sea probable que otros componentes de las membranas celulares bacterianas sean los precursores de las proteínas que se hallan en varios flagelos. Ciertas bacterias incluso inyectan toxinas en otras células a través de proteínas secretadas por la bacteria y que son similares en su estructura molecular a las proteínas en partes de los flagelos. Tal similitud da cuenta de un origen evolutivo común, donde pequeños cambios en la estructura y organización de las proteínas secretoras podrían servir como base para proteínas flagelares. Quedando claro de esta manera que las proteínas flagelares no son irreductiblemente complejas.

La evolución por selección natural suele ser malinterpretada como un proceso por completo casual; perspectiva perpetuada por los creacionistas en pro de su idea de un diseñador divino. De aquí su tendencia a utilizar analogías como la del astrofísico británico Chandra Wickramasinghe, expuesta en un tribunal de Arkansas en 1981, según un informe de New Scientist. Siguiendo a Wickramasinghe, que la vida haya surgido por casualidad es tan poco probable como que un tifón haya entrado en un depósito de chatarra y construido un Boeing 747. Su colega Fred Hoyle haría famosa esta afirmación, entre otras cosas, sustituyendo el tifón por un tornado y demostrando cómo hasta las personas muy inteligentes pueden malinterpretar la evolución.

El azar.[4]

Hoyle emplea la analogía del tornado en el depósito de chatarra, utilizada erróneamente por los creacionistas para retratar la evolución por selección natural, para ayudar a comprender por qué la vida es tan improbable y, por tanto, exige una explicación especial. Una mejor analogía es considerar un millón de depósitos de chatarra, en cada uno de los cuales se examina con minuciosidad los restos que quedaron después de que pasara el tornado para encontrar dónde se encuentra la construcción más digna de volar; haciendo a continuación un millón de copias exactas de ese depósito de chatarra específico y desatando después otro millón de tornados, con el propósito de efectuar una serie de pruebas exhaustivas. Repitiendo el proceso una y otra vez hasta que se produzca algún tipo de máquina, sin importar lo tosca y/o poco parecida que sea a un Boeing 747, capaz de volar al menos unos cuantos metros.

La verdad es que la selección natural no es un proceso aleatorio; es, por definición, supervivencia y reproducción no aleatoria, es decir, la antítesis del azar en cuanto a que éste se refiere a un hecho impredecible. La razón por la que la selección natural se interpreta de mala manera como un proceso aleatorio es que requiere de una mutación, que en efecto es aleatoria con respecto a la aptitud. Claro que la mayoría de las mutaciones son dañinas y se eliminan rápidamente a través de selección, siendo solo algunas las que, por ser beneficiosas, perduran. Generando a continuación cambios evolutivos adaptativos mediante un proceso gradual y acumulativo.

La evolución por selección natural es, de esta manera, un proceso de dos pasos, y solo el primero de ellos: las mutaciones, son eventos fortuitos. Su supervivencia, que sería el segundo paso, es, en cambio, todo lo contrario. La selección natural favorece las mutaciones que proporcionan alguna ventaja, en tanto que el mundo físico impone límites muy estrictos sobre lo que funciona y lo que no. El resultado de todo esto son organismos que evolucionan en direcciones particulares, muy en relación con el lugar donde se encuentran. Cualquier criatura que, por ejemplo, viva bajo el agua y tenga que perseguir a su presa, sufrirá mutaciones aleatorias que harán que sus descendientes tengan una variedad de formas. Aquellos descendientes con formas que les permitan moverse más rápido y con menos energía tendrán más probabilidades de sobrevivir y reproducirse que aquellos con formas que los ralentizan. El resultado, en unas cuantas generaciones, será que todas las criaturas nadadoras desarrollarán una forma aerodinámica, tal y como se observa en animales tan diversos como calamares, tiburones y delfines.

Incluso existen organismos que ni siquiera esperan el surgimiento de una mutación útil. El parásito que causa la enfermedad del sueño, por ejemplo, tiene miles de genes de repuesto para las proteínas de su cubierta, que mezcla y combina para generar nuevas capas más rápido que la respuesta del sistema inmunológico de su huésped. Por otro lado, algunos biólogos piensan que ciertos microbios han desarrollado mecanismos para aumentar la tasa de mutación en genes específicos cuando luchan por hacer frente a un entorno cambiante, o para guardar variaciones para cuando las necesiten. Tal cosa podría significar una disminución en el grado de aleatoriedad de las mutaciones de las que se sirve la selección natural, que, después de todo, es el proceso que mueve la evolución en direcciones particulares.

Una consecuencia de esto último es la generación de estructuras similares para resolver problemas similares, un fenómeno que se conoce como convergencia, del que se tienen no pocos ejemplos. Así es cómo los pterosaurios, pájaros y murciélagos desarrollaron formas similares de volar; y el atún y algunos tiburones utilizan mecanismos similares para mantener sus músculos nadadores más calientes que el agua alrededor de ellos. La convergencia tiene lugar en todos los niveles, desde las proteínas hasta las sociedades. Por ejemplo: un anticuerpo inusual que alguna vez se creía que era exclusivo de los camellos tiene un equivalente en los tiburones; y las ratas topo desnudas forman colonias sociales como las de las hormigas y las abejas.

El punto de esto es que, aun cuando las mutaciones, fortuitas, hubieran hecho que la evolución tomara un camino distinto, todavía se habría producido organismos que, de una u otra forma, serían bastante similares a los de hoy. Casi seguro existirían nadadores aerodinámicos en los océanos y criaturas aladas en los cielos. Algunos biólogos van un tanto más allá y alegan que hasta la inteligencia es virtualmente inevitable. Claro que los organismos inteligentes en un escenario evolutivo distinto podrían ser por completo diferentes a nosotros. Finalmente, es patente que, si bien el azar, entendido como el surgimiento de eventos impredecibles, juega un papel de relativa importancia en la evolución, el proceso como tal no es aleatorio, por lo que es incorrecto afirmar que estructuras como la del ojo humano o la de las alas de cualquier especie voladora, aparecieron por accidente.

Con todo, dejando de lado sus sesgos científicos y la mala interpretación que hacen sobre ciertos conceptos, incluso si los alegatos en contra de la evolución fueran correctos, los creacionistas, en estricto rigor, no cuentan con ninguna prueba de que haya un creador divino detrás de los seres vivientes. Plantear tal cosa a partir de afirmaciones como la de: «estructuras tan complejas como las de los seres humanos no pudieron haber surgido por azar», sería como creer que afuera está soleado debido a que no está lloviendo. Bien podría haber otras explicaciones. La creencia de que hay un dios responsable de la creación de los seres vivientes no es ni siquiera una teoría científica, pues no es algo que se pueda probar de forma empírica, y como sabemos, la ciencia requiere de evidencia comprobable para una hipótesis, no solo de desafíos aparentemente intelectuales.

La selección natural no es aleatoria.[5]

Agréguensele todos los ceros que se quiera a la supuesta «ínfima» probabilidad de que la vida «haya surgido por azar», según la apreciación de los creacionistas, y aun así dicha afirmación no es suficiente para refutar la evolución. Deben cumplirse otras dos condiciones para que dicho intento de «refutación» pueda tener lugar. La primera es que debe haber una teoría rival que explique la aparición de la vida tan bien como ya lo hace la evolución; y la segunda es que esa teoría debe implicar una mayor probabilidad de que la vida surja tal y como lo plantea ella misma. La idea de un dios creador falla en ambos criterios, dado que ni siquiera explica nada respecto a la forma en que la vida se originó, siendo, por tanto, incapaz de asignar probabilidad alguna a tal evento.

Una tercera condición, tal vez más importante que las anteriores, es que debe haber razones independientes para pensar que la vida tiene una mayor probabilidad de originarse en el caso del dios creador, respecto a la que tiene en la teoría de la evolución. Ciertamente, no hay nada que lleve a pensar esto, más allá de la postura religiosa de las personas, que es un asunto que no compete a la ciencia.

El mito de la «causa primera»

Habiendo impugnado lo suficiente el argumento del diseño, tratemos ahora de hacer lo propio con el que es probablemente el argumento cosmológico preferido por los creyentes para «probar» la existencia de dios: el de la causa primera. Que, como es fácil de imaginar, no estuvo ausente de los «razonamientos» utilizados por el autor del artículo antes citado en su intento de «demostrar» la existencia de un dios creador.

El argumento de la causa primera básicamente sostiene que, dado que nada puede surgir de la nada, y que todo lo que bien pudiera no existir –es decir, con existencia contingente–, tuvo que tener una causa para ello, el universo en sí mismo debió haber tenido una causa, que es lo que, siguiendo a Tomás de Aquino, se entiende que es dios. Claro que esta causa primera, de la que nace el universo y todo lo demás, no debe –para que el supuesto razonamiento no sea considerado como un absurdo– ser a su vez el producto de otra causa, lo que llevó al escolástico a plantear –con la intención, fallida, diría yo, de cerrar la cuestión–, que la existencia de ella no es contingente, si no necesaria para que todos los seres contingentes posteriores tengan lugar. El alemán Gottfried Leibniz apuntaló este último planteamiento con su principio de razón suficiente, en el que alegaba que no se puede hallar ningún hecho verdadero o existente sin que haya una razón para su existencia, de modo que «¿Por qué existe algo en lugar de nada? La razón suficiente se encuentra en una sustancia que es un ser necesario que lleva la razón de su existencia en sí misma»[6].

Pese a que una interesante lista de pensadores religiosos se han dedicado a lo largo de la historia a desarrollar sus propias versiones, más o menos parecidas a la de Aquino, del argumento de la causa primera, con la obvia intención de hacerlo más fuerte, la verdad es que no han logrado nada capaz de respaldarlo lo suficiente para sobreponerse a las principales objeciones con las que se enfrenta, la mayoría de las cuales son lógicas y no requieren de ningún análisis complicado. A decir verdad, el argumento de la causa primera no es digno siquiera de la atención científica; su nicho se encuentra solo dentro de la filosofía religiosa, lo que ya es mucho decir acerca de su imparcialidad a la hora de «demostrar» la existencia de un dios. De cualquier manera, y por muy obvios que puedan ser, hagamos un repaso de los principales inconvenientes de este argumento, y, por tanto, a por qué no prueba nada en absoluto.

Para empezar, el argumento de la causa primera falla porque deja abierta la interrogante de por qué ella no requiere de ninguna otra causa. Y aunque podamos aceptar que es más descabellado creer que «todo tiene una causa» que creer que «debe haber una causa primera que no sea el producto de otra causa, dado que eso nos llevaría a una infinita y absurda regresión», uno todavía podría preguntarse ¿dios tiene una causa? Quiero decir, aunque pudiera haber una causa primera que no es producto de nada más –cosa que parece convenientemente forzada, en especial dado que contradice la premisa aquella de que «todo tiene una causa», de la que a su vez se sirve–, ¿Por qué suponer que es dios y no la madre de dios o el tatarabuelo de dios –en el sentido en que nosotros entendemos tales relaciones–? Tal vez la causa primera se halla en un salón de dioses al estilo de la mitología nórdica. No hay nada que nos impida transitar por estos disparatados caminos cuando pensamos en una «causa primera».

Ahora, esto último se relaciona bastante con la segunda objeción del argumento, y es que, aunque existiera una causa primera ¿por qué ella debería ser el dios de alguna religión específica? ¿Por qué si quiera debería tratarse de un ser sobrenatural y no de un evento físico? No hay ninguna razón para pensar que ésta se refiere a un ser omnisciente, omnipotente, o con cualquiera de los demás atributos que suelen adjudicarse al dios o a los dioses de las distintas religiones y cultos del mundo. Ésta es la razón por la que el argumento cosmológico total para probar la existencia de dios ha requerido de otros razonamientos además del de la causa primera. Razonamientos también con grandes defectos, y que ya rebatiremos en algún otro momento.

La causa primera es una causa perdida.[7]

El tercer problema con este argumento, y a mi parecer, el que más da cuenta de su invalidez, es que, por muy intuitiva –que lo es– que sea la premisa de que «todo en el universo tiene una causa», ésta no puede considerarse un hecho dado que no cuenta con evidencia que la respalde. Es, más bien, una proposición inductiva que se escapa de lo empírico, una extrapolación de la causalidad de la que no se deberían sacar conclusiones imprudentes. Asimismo, ponerse a establecer, una por una, las causas de cualquier cosa que vemos hoy en día, nos llevaría a una regresión que, aun predisponiendo de una causa primera exenta de otra causa, puede considerarse infinita; y ello en sí mismo es otro obstáculo para el argumento: no hay cómo probar efectivamente que todo tiene una causa.

Véase la contradicción implícita en la lógica del argumento de la causa primera: inicia con la premisa de que todo en el universo tiene una causa, para luego terminar con que, de hecho, hay una primera causa que no procede de nada más. Luego, con las etiquetas de «contingente» y «necesario» se intenta sortear la dificultad anterior planteando que esta causa primera ha debido crearse a sí misma. Pero, si en este juego de lógica dios puede ser su propia causa, ¿Qué nos impediría plantear así mismo que tal vez el mundo natural es su propia causa? Aquí dios ya no sería necesario en absoluto. No existe ni un método ni un análisis razonable mediante los cuales se pueda afirmar que la «causa primera» del universo debe ser dios. No hay ninguna clase de observación ni de dato que respalde tal cosa –muchísimo menos que dé cuenta de que ese supuesto «dios» está interesado en que las personas actuemos de determinada manera–. Volviendo una vez más a la perspectiva científica, uno podría incluso argumentar que, según algunos cosmólogos y físicos, si el universo inició tal y como se establece en la teoría del Big Bang, preguntarse sobre qué había antes de dicho evento no tendría ningún sentido. El concepto de «causa anterior» deja de tener sentido cuando se considera un escenario sin tiempo.

Bibliografía

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Farnam Street. Mental Model: Misconceptions of Chance (Agosto, 2015). https://fs.blog/2015/08/misconceptions-of-chance/

George Dvorsky; GIZMODO. Why Randomness May Not Mean What You Think It Means (julio, 2013). https://gizmodo.com/why-randomness-may-not-mean-what-you-think-it-means-658318167

Gerald Sussman & Jack Wisdom; Science. Chaotic Evolution of the Solar System (julio, 1992). https://science.sciencemag.org/content/257/5066/56

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Nathaniel Scharping; Discover Magazine. Earth May Be a 1-in-700-Quintillion Kind of Place (febrero, 2016). https://www.discovermagazine.com/the-sciences/earth-may-be-a-1-in-700-quintillion-kind-of-place

Thomas MacMillan; The Cut. Our Intuitions About the World Are Usually Wrong (mayo, 2017). https://www.thecut.com/2017/05/why-some-people-still-believe-the-earth-is-flat.html

Thomas Robson; National Center for Science Education. Creationism and Pseudomathematics (agosto, 2000). https://ncse.ngo/creationism-and-pseudomathematics


[1] Aldo Llanos Marín. ¿POR QUÉ CREER EN DIOS? – En clase con un ateo*0 (octubre, 2008). https://web.archive.org/web/20141227162407/http://www.tomasalvira.com/?p=72

[2] Brandon Specktor; Live Science. Aliens May Well Exist in a Parallel Universe, New Studies Find (mayo, 2018). https://www.livescience.com/62558-parallel-universe-aliens-survive-dark-energy.html

[3] BBC. The chance events that led to human existence. https://www.bbc.co.uk/teach/the-chance-events-that-led-to-human-existence/zdjd382

[4] Adam Frank; NPR. The Infinite Monkey Theorem Comes To Life (diciembre, 2013). https://www.npr.org/sections/13.7/2013/12/10/249726951/the-infinite-monkey-theorem-comes-to-life

[5] The Weekly Show. Misconceptions about evolution: why natural selection is not random (diciembre, 2013). https://therealweeklyshow.wordpress.com/2013/12/04/misconceptions-about-evolution-why-natural-selection-is-not-random/

[6] Wikipedia. Por qué existe algo. https://es.wikipedia.org/wiki/Por_qu%C3%A9_existe_algo

[7] John Richards; Atheist Alliance International. Why the First Cause is a Lost Cause (junio, 2018). https://www.atheistalliance.org/thinking-out-loud/why-the-first-cause-is-a-lost-cause/