Perfección intuitiva

¿Cuántas veces no hemos escuchado a religiosos referirse a un universo «perfecto» o «armonioso» antes de lanzarse sin miramientos, un par de segundos más tarde, a afirmar la necesidad de un diseñador inteligente y todopoderoso que sirva de explicación a tal perfección, y que seguramente es «dios»? Creo que para los creyentes este es el argumento «científico» más sólido para probar la existencia de un creador. Diría que piensan eso porque, de hecho, puede ser el más intuitivo y difícil de contradecir para la mayoría de las personas, a partir del hecho de que uno, en efecto, tiende a observar perfección y armonía en la naturaleza y en el cosmos, y debido a que muy poca gente en el mundo tiene muy poca idea sobre los acontecimientos y/o procesos naturales que pueden sugerir lo contrario.

Como lo demuestran las enseñanzas de la mayoría de las religiones en el planeta, los seres humanos tenemos la tendencia a pensar que somos de una u otra manera el centro del universo, que tanto éste como nosotros tenemos un propósito que está más allá de nuestra compresión; de otro modo ¿Por qué estaríamos aquí? Una idea, por supuesto, compatible con la de un creador todopoderoso, y que, dado nuestro sesgo confirmatorio[1], nos predispone a aceptar y a observar en la naturaleza y en el cosmos los indicios de que todo ha sido finamente ajustado para nuestra existencia, seguramente por un ser superior inteligente. Explicación esta última que, por su sencillez, suele ser rápidamente admitida, en una línea de pensamiento sin duda intuitiva.

Creacionismo[2].

Sin embargo, incluso la intuición puede usarse, a partir de determinadas perspectivas, para negar o dudar de la posibilidad de un universo ajustado para la existencia humana. Por ejemplo, de la afirmación de que la existencia humana tiene un propósito, tal vez divino, uno podría derivar que cada ser humano debe tener un rol individual dentro del mencionado propósito más amplio; y siendo éste el caso, podemos preguntarnos ¿Cuál fue el rol entonces que cumplió la existencia de los cientos de miles de millones de homo sapiens que vivieron antes que nosotros desde aproximadamente 315.000 años atrás? ¿Tiene sentido pensar que el universo también fue creado para ellos, teniendo en cuenta que la enorme mayoría ni siquiera es recordada? A menos, por supuesto, que el objetivo de nuestra existencia y la de todos nuestros antepasados se halle en el terreno de lo sobrenatural y, por tanto, de lo inimaginable para el cerebro humano, es un absurdo creer que las cientos de miles de millones de «almas» que habitaron alguna vez el plano terrenal tuvieron un propósito que los unía con el resto de sus homólogos.

Luego, ¿Cuál podría decirse que fue el propósito de un ser humano que nació y murió un par de años más tarde? Y si se supone que el planeta y el cosmos fueron diseñados para nosotros por parte de una mente inteligente y todopoderosa, ¿Cuál fue el punto entonces de haber dispuesto ciertos elementos de su creación de forma tal que se produjeran virus, bacterias y/o desastres naturales que atentaran contra nuestras vidas? No voy a mencionar las guerras porque sé que la respuesta de los creyentes frente a ello sería algo así como: «dios no controla la voluntad de las personas», aun pese a que a partir de esta última afirmación uno pueda sacarse algunos ases más de la manga intuitiva para deducir que, si «dios» no controla voluntades, mucho menos podría controlar emociones o apreciaciones, y así, su influjo en la tierra sería virtualmente nulo; lo que a su vez significaría que el cristianismo y cualquier otra religión que propugne la adoración de una de sus formas –teniendo en cuenta que el dios de una religión no es igual al de las otras–, estaría incurriendo un acto ilógico. Pero bueno, dejemos estos juegos intuitivos para otra ocasión, por lo pronto volvamos a usar tal habilidad innata para contradecir la posibilidad de que el universo haya sido diseñado por un ser superior. ¿Cuál habrá sido el propósito de la creación de esas plantas y animales que nada aportan ni al ecosistema ni mucho menos a los humanos?

Ni hablar de la necesidad de tantas estrellas y/o cuerpos celestes. ¿De verdad dios tenía que haber creado más de cien mil millones de galaxias con sus sistemas solares y demás solo para que los seres humanos aparecieran en la tierra? Después, considerando que la edad del universo es mayor a 13.500 millones de años; que la de nuestro planeta se halla en poco más de 4.500 millones de años; y que los homo sapiens aparecimos apenas hace 315.000, podemos preguntarnos, ¿Por qué nuestro creador no arregló todo para que surgiéramos antes? ¿Por qué esperar tanto? Uno pensaría –a partir de la intuición, nótese– que fueron demasiadas molestias, o que tal vez dios no sea tan todopoderoso como se cree, dado que no fue capaz de concebir a la humanidad de un modo más sencillo. Creo que en este punto puede comenzar a verse que el universo en realidad no es tan perfecto como para haber sido creado por un ser divino, tal y como postulan los creyentes a la hora de validar la existencia de dios. Podemos todavía recurrir a un cuestionamiento más esta vez contra las religiones específicas y que, así mismo, da cuenta, de nuevo, de cómo la historia suele chocar con éstas: ¿Para qué el dios cristiano, o el islámico, dio vida a tantos seres humanos que jamás tuvieron la oportunidad de conocerle? Véase, por enésima ocasión, que los homo sapiens habitamos el planeta desde hace más de 300.000 años, y que el cristianismo y el islam tienen poco más de 2.000 y 1.200 años respectivamente.

La improbabilidad física de nuestra existencia

Ahora bien, dejando de lado la intuición, es verdad que dentro del mundo científico hay una serie de constantes físicas que, de no haber tenido el valor matemático que tienen, habrían impedido el surgimiento de la vida en el planeta tal y como la conocemos; y ello es lo que ha hecho que una buena cantidad de científicos consideren que dichas constantes tuvieron que haber sido ajustadas para que nosotros pudiéramos existir, y que, en consecuencia, la mente maestra creadora del universo siga siendo una posibilidad –una que, por otro lado, nada tendría que ver con el dios cristiano o el dios o los dioses de cualquier otro credo–. Al fin y al cabo ¿Qué otra explicación más simple podría haber para el hecho de que las constantes físicas que rigen el universo, de todas las alternativas posibles, fueran justo las propicias para el surgimiento de la vida o, más aún, de la vida inteligente? Para poner las cosas un poco en perspectiva, la probabilidad de que las leyes físicas y constantes cosmológicas fueran las requeridas para el surgimiento de la vida, eran prácticamente nulas.

Siguiendo un artículo relacionado con este asunto en FORBES, titulado: The Odds Of Your Unlikely Existence Were Not Infinitely Small, el espermatozoide y el óvulo exactos que, al reunirse y crear la secuencia de ADN correcta, trajeron a la existencia a un individuo específico –por ejemplo, el que está leyendo este artículo– tuvieron una probabilidad de encontrarse de uno en 250 millones. Una situación que, por si fuera poco, tuvo que suceder cada vez en una cadena ininterrumpida a lo largo de millones de generaciones de antepasados, desde mucho antes de que fueran seres humanos o incluso homínidos de cualquier tipo. Asimismo, antes de esto también tuvo que haber tenido lugar otra serie de eventos poco probables: el afianzamiento y la supervivencia de la vida en su más mínima expresión; la formación del planeta como un lugar habitable a partir de los elementos adecuados derivados a su vez de cenizas de estrellas previamente muertas; que las leyes de la física fueran las adecuadas para que todo lo anterior pudiera surgir; y que el universo mismo se desarrollara para permitir los valores de las anteriores.

Por la aparente improbabilidad de que todas las circunstancias referidas se dieran «por azar», es que autores como el periodista científico de origen indio Anil Ananthaswamy, actualmente becario de investigación en el Knight Science Journalism del Instituto de Tecnología de Massachusetts (MIT), exponen razonamientos como el siguiente:

[El neutrón] es 1.00137841870 veces más pesado que el protón [un núcleo de hidrógeno desnudo], que es lo que le permite [al neutrón] desintegrarse en un protón, un electrón y un neutrino, un proceso que determinó las abundancias relativas de hidrógeno y helio después del Big Bang y nos dio un universo dominado por hidrógeno. Si la relación de masa de neutrón a protón fuera incluso ligeramente diferente, estaríamos viviendo en un universo muy distinto: uno, tal vez, con demasiado helio, en el que las estrellas se han consumido demasiado rápido como para que la vida evolucionara; o uno en la que los protones se desintegran en neutrones en lugar de al revés, dejando al universo sin átomos. Así que, de hecho, no estaríamos viviendo aquí en absoluto, no existiríamos.[3]

El mismo Stephen Hawking argumenta en esta dirección al decir que: «El hecho notable es que los valores de los números [de la física fundamental] parecen haber sido ajustados muy finamente para hacer posible el desarrollo de la vida»[4]; y que «…parece claro que existen relativamente pocos rangos de valores para los números que permitirían el desarrollo de cualquier forma de vida inteligente. La mayoría de los conjuntos de valores darían lugar a universos que, aunque pudieran ser muy hermosos, no contendrían a nadie capaz de maravillarse ante esta belleza»[5]. Claro que, en las mismas palabras de Hawking, aunque los valores de las leyes que rigen el cosmos fueran distintos a los que conocemos hoy, todavía «podría haber otras formas de vida inteligente, ni siquiera soñadas por los escritores de ciencia ficción, que no requerían la luz de una estrella como el sol o los elementos químicos más pesados ​​que se forman en las estrellas y son arrojados al espacio cuando éstas explotan»[6].

Antes de que algún creyente vaya a postular al científico británico como un baluarte de la idea de la existencia de dios, véase que éste afirmaba que el creador era, de hecho, «innecesario», y que para él «la solución más simple [a la cuestión del origen del universo] es que no hay Dios; nadie creó el universo y nadie dirige nuestro destino»[7].

Dios y el diseño del universo[8].

La predisposición teísta tras la aparente improbabilidad del surgimiento de la vida queda aún más expuesta a partir de investigaciones que dan cuenta de que tal cosa tal vez no fue un hecho tan poco probable como se piensa, y que, a decir verdad, aún es posible que un universo distinto a éste en el que vivimos haya contado con las condiciones necesarias para que naciéramos. En cuanto a esto último, en el artículo titulado: Our Universe Isn’t As Special As We’d Like to Believe, de Live Science, se hace referencia a un estudio llevado a cabo por astrónomos y físicos de la Universidad de Michigan, en el que se manifiesta que un universo sin la fuerza nuclear débil, una de las cuatro fuerzas fundamentales de la naturaleza, todavía puede contar con las condiciones necesarias para el origen de la vida.

La fuerza nuclear débil habría sido la que provocó que los neutrones libres se desintegraran en los protones individuales que darían paso a los núcleos de hidrógeno sueltos que flotan libremente en el espacio; elemento que, más tarde, se uniría al oxígeno en una proporción de 2 a 1 para formar el agua, sustancia indispensable para la vida. En un universo sin la fuerza nuclear débil, por su parte, aunque la gran mayoría de protones y neutrones libres formaría, con la unión de una y otra partícula, helio, todavía existirían los requisitos indispensables para la vida.

Este universo comenzaría con más fotones que partículas de materia, con una proporción entre materia inicial y energía al menos 100 veces menor a la de nuestro universo. De esa nube de partículas de alta energía y baja materia, se derivaría una mezcla de protones, neutrones libres, deuterio y helio similar la que tiene lugar en esta realidad que vivimos. Con la gravedad y el electromagnetismo intactos a gran escala, las nubes de materia todavía formarían discos galácticos y se condensarían en estrellas. Con excepción de una abundancia inusual de deuterio resultante de los protones y neutrones libres, el espacio mantendría su estructura básica. Finalmente, en este universo sin fuerza nuclear débil en el que el hidrógeno no se fusiona en helio, el deuterio sería el encargado de iluminar el espacio a su manera. De acuerdo con Evan Grohs, uno de los autores del estudio:

Creo que si estuvieras en un planeta en un universo sin fuerza nuclear débil, sería bastante similar [a nuestro universo]. Las estrellas podrían ser un poco más grandes si miras al cielo, porque para tener una estrella que quema deuterio por miles de millones de años, ella necesita tener físicamente un radio más grande que una estrella equivalente en nuestro universo, y además, no brillaría tan intensamente.[9]

De modo que un planeta que sustenta la vida en un universo sin fuerza nuclear débil probablemente estaría mucho más cerca de su, mucho más grande, estrella, un disco gigante e inusualmente tenue que ocuparía una enorme fracción del cielo. Véase que si bien la investigación es fundamentalmente especulativa, como aceptan sus propios autores, plantea la posibilidad real de que no hay nada especial ni necesario en las constantes físicas que rigen nuestro cosmos.

¿Perfección o caos?

Por otra parte, la apreciación del universo armonioso y perfecto se halla sustentada en gran medida en la noción, muy fuerte dentro del mundo científico, de que la ley y el orden son los elementos que gobiernan nuestro cosmos. Una perspectiva a la que, a decir verdad, es muy fácil apegarse cuando se comprende que hoy en día hay teorías y leyes físicas que predicen con enorme precisión el comportamiento de cualquier objeto en el universo. Normal que tantos científicos clásicos llegaran a considerar que éste era equivalente a un sistema de relojería, en el que si bien algunas partes son más complejas que otras, todas están determinadas por las mismas reglas; aun pese a que en ciertas circunstancias éstas se vuelvan imperceptibles para nuestro limitado entendimiento. De aquí se desprende el razonamiento de que las causas simples producen efectos simples, y de que la complejidad es producto de reglas complicadas o de la interacción de un gran número de factores. Así, la forma elíptica, simple, de la órbita de un planeta sería una consecuencia directa de la simplicidad de la ley gravitatoria, en tanto que la complejidad de la molécula de ADN se debería al elevado número de formas en que los átomos pueden organizarse.

Esta manera de entender las cosas, sin embargo, ciertamente no es correcta, pues como lo exponen Gerald Sussman y Jack Wisdom, informático y astrónomo, respectivamente, del MIT, en su estudio: Chaotic Evolution of the Solar System, disponible en la web de la revista Science, el sistema solar es impredecible, y sin un conocimiento infinitamente preciso de la ubicación y la velocidad de los planetas en un momento dado, lo cálculos newtonianos serán por completo erróneos después de apenas 4 millones de años –recuérdese que el universo tiene más de 13.000 millones de años de vida–. La naturaleza cambiante del universo aparece cada vez con mayor frecuencia en la frontera de la matemática actual; mostrando que las leyes predeterminadas pueden llevar a un comportamiento tan irregular y complejo, que a todos los efectos, resulta aleatorio; un fenómeno conocido como: caos.

Dos de las preguntas que surgen en este punto son: ¿Acaso es el caos, y no el orden, lo que gobierna el universo? ¿Y de dónde provienen los patrones complejos de la naturaleza, sino de leyes simples? Ecologistas, biólogos, astrónomos, químicos, economistas, físicos, todos se han topado con el caos en sus propias disciplinas; y tal omnipresencia termina por golpear la forma en que se entienden las leyes de la naturaleza, con sus seguras y predecibles consecuencias. Así, aunque reglas simples pueden gobernar átomos individuales, el comportamiento prescrito por dichas reglas puede ser caótico, lo que implica que las leyes de la naturaleza no son las responsables de la simplicidad y el orden que se encuentra, por ejemplo, en la vida diaria. Un perro es simple en el sentido de que es reconocido como entidad y se tiene una buena idea de cómo se comportará y cómo uno debe relacionarse con él, bajo determinadas circunstancias. Pero un perro, a su vez, está hecho de una cantidad desmesuradamente enorme de átomos, y ¿Cómo sabe un sistema complejo de átomos las grandes simplicidades de menear la cola y perseguir gatos?

Universo caótico.[10]

Se puede tener una mejor perspectiva del asunto echándole un vistazo al corazón. La ciencia tradicional intenta entenderlo como si de una bomba que late como un reloj se tratase, con complicados ciclos que pueden descomponerse en una serie de ondas simples de forma estándar. No obstante, los corazones en la realidad son mucho más impresionantes. Los latidos son activados por señales del cerebro, pero las contracciones rítmicas reales son el resultado de un voto democrático de millones de fibras musculares, todas acordando contraerse en sincronía. El ritmo de los latidos, en consecuencia, varía continuamente en cantidades diminutas pero mensurables, incluso cuando uno se halla en reposo, y no debido a una imposición externa, sino a una dinámica interna caótica. Un sistema que, por lo tanto, no se parece en absoluto a un mecanismo de relojería.

Un tenista en medio de un juego puede verse, asimismo, como otro ejemplo. Éste, en tanto espera recibir un servicio, no se moverá, ni mucho menos, como un péndulo, tampoco se quedará quieto. Bailará de forma errática de un pie a otro, en parte tratando de confundir a su adversario, y al mismo tiempo preparándose para cualquier pelota que reciba. Para moverse con rapidez hacia cualquier dirección específica, deberá realizar pequeños movimientos aleatorios en todas las direcciones. De aquí tal vez sea posible derivar que la frecuencia del caos se deba a que éste ofrece ventajas evolutivas. De este modo, el caos en las fibras musculares de un corazón brindaría la posibilidad de que éste pueda responder a un estrés repentino sin generar desgaste ni rotura en sí mismo.

En el mundo de las partículas subatómicas también se manifiesta esta imprevisibilidad reinante. Los átomos radiactivos, por ejemplo, se desintegran al azar, siendo estadísticas sus únicas regularidades. Una gran cantidad de átomos radiactivos posee una vida media bien definida; un período de tiempo en el que la mitad de éstos se desintegran. El problema es que nunca se puede predecir cuál mitad; y tal aleatoriedad no es solo cuestión de ignorancia, está explícitamente integrada en la teoría de la mecánica cuántica. En contra de la que Albert Einstein protestó alegando que «Dios no juega a los dados».

Pese al esfuerzo continuo de una enorme cantidad de científicos, a lo largo de décadas, por expresar la aparente perfección del universo –esa que intuyen a partir de ideas preestablecidas que han servido en el pasado para dar paso a otras teorías exitosas, como la de la simetría o la de que la geometría es la clave para comprender los secretos más profundos de la naturaleza–, a través de un único código matemático que de sentido a todo lo demás, la realidad es que hoy ese objetivo continúa estando muy lejos. Tanto que cada vez es más frecuente notar un cambio de actitud por parte de la comunidad científica, que empieza a proponer que quizá las cosas no son tan perfectas después de todo.

La física de partículas identifica cuatro fuerzas fundamentales de la naturaleza: gravitacional, electromagnética, nuclear débil y nuclear fuerte; éstas dos últimas activas solo dentro de los confines del núcleo atómico. El objetivo de «la teoría del todo» es mostrar que todas estas fuerzas son manifestaciones de una sola. El problema es que tal cosa no se ha podido percibir, ni siquiera en los aceleradores de partículas más poderosos. Y aunque cerca del Big Bang, a energías extremadamente altas, esta «unificación» saldría a relucir en todo su esplendor, la verdad es que en 35 años los intentos y búsquedas experimentales masivas de los efectos predichos que debería producir la tal unificación, han sido un fracaso. Se comienza a aceptar la posibilidad de que el universo haya nacido con estas fuerzas descritas en el Modelo Estándar de la física de partículas, presentando una unificación parcial solo entre la fuerza electromagnética y la nuclear débil, de acuerdo con los experimentos de Sheldon Glashow, Abdus Salam y Steve Weinberg en la década de 1960.

De esta manera el universo matemáticamente perfecto que demuestra su completa armonía a partir de una teoría única de la que derivan todas las demás, y que, por tanto, podría dar cabida a una «mente divina», cede el paso a un universo que se nutre de la imperfección, de la manifestación de asimetrías desde partículas a galaxias, pero que no por eso es menos fascinante. La vida misma ha sido posible solo gracias a mutaciones genéticas, que en sí mismas son imperfecciones durante el ciclo evolutivo.

Algo en lugar de nada

Aún en el caso de que el universo hubiera sido diseñado por una mente inteligente, llámese «dios» para la complacencia de los religiosos, y que de verdad las constantes físicas fundamentales hubieran sido ajustadas por ésa para dar paso a la vida, todavía podríamos plantearnos preguntas del tipo: ¿Por qué deberíamos creer que el ajuste cosmológico se dio para el nacimiento del homo sapiens y no de bacterias y virus, que nos superan notablemente en número? ¿Qué tal si la aparición de los seres humanos no fue más que un efecto colateral? Incluso podríamos plantearnos, al modo de Einstein, si «Dios» en realidad tuvo alguna otra alternativa; cuestionamiento con el que el físico en verdad se preguntaba si las múltiples características de nuestro universo, tales como la velocidad de la luz, la carga del electrón y del protón, entre otras, son fijas o susceptibles de variar. Tal vez las leyes profundas de la física podrían haber fijado las diversas constantes del cosmos en los únicos valores posibles que podían tener, dada la naturaleza de la realidad, en lugar de haber sido afinadas para un fin último. El hecho es que, pese a todos los argumentos a favor de la mente divina creadora del universo, muchos de ellos bastante verosímiles por exponer la aparente infinitamente baja probabilidad de nuestra existencia, en la actualidad no sabemos si el modo en que funciona el mundo es el único en que podría hacerlo; o si las leyes y las constantes físicas que conocemos están unidas de alguna manera, con independencia de que los seres humanos, o cualquier otro ser vivo, haya nacido.

Podemos abordar la cuestión de ¿Por qué estamos aquí? O de ¿Por qué hay algo en lugar de nada? A partir del razonamiento –obvio, pero que contiene una visión mucho más profunda de las cosas– de que si no hubiera nada, no podríamos si quiera hacernos tal pregunta. Para entenderlo, sigamos el ejemplo del filósofo inglés-canadiense Niall Shanks, quien nos pide imaginar que estamos barajando un mazo de cartas y luego repartiéndolas boca abajo. La probabilidad de acertar la primera carta es 1 en 52; la probabilidad de acertar la segunda es 1/52 x 1/51 = 1/2652; y así, la probabilidad de acertar todo el mazo en el orden correcto es 1/52 factorial, un número inimaginablemente pequeño. Pero entre la casi infinidad de posibilidades las cartas, al final, tuvieron que salir de alguna manera; luego ¿Es el orden en que salieron, cuya probabilidad era extremadamente pequeña, una prueba de que fueron dispuesta de esa manera deliberadamente?

Otro ejemplo se halla en una pelota de golf que es golpeada por un golfista ¿Cuál es la probabilidad de que caiga en un lugar específico? Sería prácticamente un milagro determinar con precisión donde aterrizará y se estacionará la bola después de ser golpeada. Aun así debe caer en un punto del campo, y donde sea que éste se encuentre tal hecho no es evidencia, en absoluto, de un milagro; mucho menos de intervención divina ni de que el campo de golf haya sido diseñado para disponer de esa eventual colocación de la pelota, dado que tenía que estar en algún lugar. Maravillarnos del hecho de que existamos sería comparable a que una pelota de golf se asombre por terminar en un lugar específico.

Por otro lado, considérese el caso del asteroide de Chicxulub, que hace 66 millones de años se estrelló contra lo que hoy es la península de Yucatán, en México. Su impacto acabó con los dinosaurios, abriendo el camino para el surgimiento de los mamíferos ¿Podría verse el impacto de este asteroide como una evidencia de que el ajuste de nuestro planeta no estaba funcionando bien y había que corregirlo con una colisión masiva y catastrófica, para poder prepararlo para albergar a los seres humanos? ¿Fue la destrucción de los dinosaurios solo un daño colateral en el camino hacia el propósito final de la aparición del homo sapiens, 65 millones de años más tarde? No es algo que, a priori, parezca razonable.

La física, finalmente, ofrece posibles explicaciones para aquello que muchos insisten en ver como perfección indicadora de creación divina. Una de ellas, aunque difícil de comprender, es la hipótesis de los multiversos, a la que el astrofísico británico Martin Rees, se refiere diciendo:

El cosmos puede tener algo en común con una tienda de ropa lista para usar: si la tienda tiene un gran stock, no nos sorprende encontrar un traje que le quede bien. Del mismo modo, si nuestro Universo se selecciona de un multiverso, sus características aparentemente diseñadas o afinadas no serían sorprendentes.[11]

Multiversos.[12]

De acuerdo con Shanks, la hipótesis del multiverso le haría a la idea del diseño inteligente lo que la hipótesis heliocéntrica copernicana le hizo a la visión de la tierra como un centro fijo del universo. Luego, así como la tierra es solo un planeta entre muchos, quizá seamos los ocupantes de un universo entre muchos. La ciencia no deja de mostrarnos que el cosmos está lejos de ser perfecto, pero que, con todo y eso, al igual que el cuerpo humano, es suficientemente bueno para haber permitido nuestra existencia. La perspectiva del dios creador parece usarse, desde hace mucho tiempo, solo para tapar los huecos; esos que la ciencia deja frente a las cuestiones sobre las que, todavía, no tiene ninguna respuesta. Aunque se observa frecuente la invocación de dios cada vez que surge una brecha en la comprensión científica de la realidad, teólogos de la actualidad empiezan a resistirse a ello, debido a que a medida que la ciencia crece y las brechas se reducen –como ha sido desde hace una buena cantidad de décadas–, dios pierde más y más importancia.

El ajuste fino

Después de que Edwin Hubble descubriera, en la década de 1920, que todas las galaxias visibles se están alejando unas de otras, los cosmólogos desarrollaron la teoría general de que el universo visible se originó a partir de un estado inimaginablemente compacto y caliente. Los modelos estándar del Big Bang implicaban un universo expandiéndose en tamaño y enfriándose a un ritmo constante desde el principio de los tiempos hasta ahora; mismos que se ajustaron a los datos observados seleccionando las condiciones iniciales, que algunos comenzaron a ver como demasiado precisas y especiales. Así, estos modelos implican una densidad de energía en el estado inicial de cosmos y una tasa inicial de expansión del propio espacio, que da paso a una relación entre ambas variables de la que depende la posterior evolución del universo. Si la densidad de energía hubiera sido más alta, el universo se habría contraído en un gran crujido; si hubiera sido menor, éste se expandiría para siempre, con la materia diluyéndose tan rápidamente que las estrellas y galaxias no podrían formarse.

Entre estos dos extremos se encuentra una alternativa específica en la que el universo nunca se contrae y la tasa de expansión se reduce a cero. Dentro del mundo de la cosmología, dicha circunstancia especial se denomina W = 1, estando nuestro universo bastante cerca de ella. En beneficio de la apreciación de la peculiaridad de tal hecho, téngase en cuenta que los modelos del Big Bang exponen que W = 1 es un punto de equilibrio inestable, como el de una canica quieta sobre la parte superior del reverso de un bol esférico. Si la canica se desplaza mínimamente desde su posición empezará a alejarse cada vez más rápido de su estado especial. La existencia de tal condición en el inicio de nuestro universo, indispensable para que éste se desarrollara hasta lo que es hoy, no parecería un simple producto de la suerte. Para afianzar aún más la perspectiva de la mente inteligente creadora súmese a lo anterior el hecho de que el llamado «resplandor del Big Bang», una radiación de fondo cósmica, tiene una temperatura bastante uniforme en todo el cosmos, lo que hace que la uniformidad de temperatura haya sido otra de las circunstancias presentes al comienzo del Big Bang.

El Big Bang.[13]

La necesidad de las condiciones especiales iniciales empieza a desaparecer con la teoría de la inflación, propuesta por Alan Guth en 1980, que plantea un breve período de expansión híper-exponencial del universo que ocurre poco después del Big Bang, y que brindaría a todas las regiones del primero una historia en común –lo que explicaría el hecho de que todas tienen más o menos la misma temperatura–, además de hacer que W se acercara a 1. El problema con la inflación es que requiere la existencia de un campo denominado «inflatón» de restricciones tan severas, que hace que algunos cosmólogos teman que la nueva teoría también precise del llamado ajuste fino, ya no en la forma de condiciones exactas para el Big Bang, sino a través de los detalles precisos para el campo inflatón. Con todo, este análisis encaja tan bien con las fluctuaciones precisas de la temperatura de la radiación de fondo, que una época inflacionaria ya suele ser una característica aceptada de la teoría del Big Bang.

En este punto, en el que, al no conocer el origen del campo inflatón, nos topamos con el límite del conocimiento humano y con una profunda incertidumbre respecto a las explicaciones actuales del universo, ¿Cómo podríamos sentenciar que dicho campo es inusual y por tanto derivado de un ajuste inteligente, en lugar de una consecuencia nada sorprendente de otro fenómeno aún desconocido? Si algo nos ha mostrado la física a partir de lo dicho en este apartado, es que lo que es una coincidencia poco probable en una teoría, puede convertirse en un caso típico de otra, por lo que lo más razonable parece ser, en mi opinión, no enfrascarse de manera cerrada en una postura específica; más todavía considerando que, cuando la física no está del todo clara, las especulaciones sobre la probabilidad o improbabilidad de un fenómeno se tornan confusos.

Volviendo de nuevo a las constantes de la naturaleza, ya mencionadas antes y que, dada su aparente improbabilidad y rol determinante para el universo actual y el surgimiento de la vida, suelen ser el caballo de Troya para aquellos que, sin dejar de lado la ciencia ni el saber astrofísico, continúan postulando a una divinidad creadora, podríamos decir que es posible convertirlas en sucesos previsibles aumentando su número de posibilidades. Por ejemplo, aunque la probabilidad de que un espermatozoide halle un óvulo es sumamente pequeña, la enorme cantidad de espermatozoides supera tal probabilidad individual y hace eventualmente que se produzcan descendientes. Del mismo modo, la posibilidad de que un mono escriba Hamlet pulsando teclas al azar en una máquina de escribir, aunque es mínima, aumenta en dirección al 100% con suficientes monos y máquinas de escribir. De aquí que, si las constantes de la naturaleza tienen que hallarse en un rango de valores estrechos para que tenga lugar el carbono, el número suficiente de elecciones aleatorias de valores para dichas constantes hará que eventualmente éstas caigan dentro de dicho rango. Ahora ¿Cómo podría haber muchas alternativas distintas para las constantes de la naturaleza? La teoría de cuerdas ofrece una respuesta.

De acuerdo con ésta, el espacio-tiempo tiene más de cuatro dimensiones que se compactan o se enrollan a escala microscópica, formando una de las cientos de miles, y posiblemente infinitas, variedades de Calabi-Yau. Si existe un mecanismo para que todas estas posibilidades se lleven a cabo, se hace probable que al menos una dé lugar a las constantes de la naturaleza que observamos. Luego, la teoría de la inflación eterna plantea un mecanismo que podría conducir a todas estas posibles variedades. En ella, el universo es muchísimo más grande y exótico que el universo visible del que somos conscientes; la mayor parte del cual se encuentra en un estado constante de inflación híperexponencial, similar al de la fase inflacionaria de los nuevos modelos del Big Bang. En dicha región en expansión se formarían «burbujas» de espacio-tiempo que se expanden con lentitud, y cada burbuja está asociada con una compactación de Calabi-Yau diferente y, por lo tanto, con distintas constantes de la naturaleza. Tal como con los monos y las máquinas de escribir, con toda seguridad la combinación correcta surgirá con suficientes intentos, por lo que no sería extraña la existencia de universos amigables con la vida.

Finalmente, hay aún otra posibilidad conceptual para superar el ajuste fino del universo, incluso aunque ella todavía no cuente con una física explícita que la respalde. Aquí el universo no apuntaría a una dirección en particular, ni probaría aleatoriamente todas las posibilidades; en cambio, si tendería a producir mundos en los que las cantidades físicas podrían parecer ajustadas entre sí. Proceso físico conocido como homeostasis.  

Teoría de cuerdas.[14]

Por ejemplo, cuando un objeto de gran tamaño comienza a caer a través de la atmósfera, en un principio acelera hacia abajo debido a la fuerza de gravedad. Después, en tanto cae más rápido, aumenta la resistencia del aire y eso se opone a la fuerza gravitacional; hasta que el objeto alcanza una velocidad final en la que la resistencia del aire es exactamente igual a la fuerza de la gravedad, lo que hace que ya no haya más aceleración y el objeto continúe su viaje de descenso a velocidad constante.

Supóngase que unas criaturas inteligentes evolucionaron sobre este objeto luego de que alcanzó la velocidad final. Ellos desarrollan una teoría de la gravedad, a partir de la que pueden calcular la fuerza gravitacional neta de su «mundo». Para dicho cálculo sería necesario determinar la masa del objeto, a través de su composición exacta y su volumen. También desarrollarían una teoría de la resistencia del aire, cuyo valor dependería de la superficie del objeto y sería una función de la forma de ésta: cuanto más suave sea la superficie, menor resistencia.  Luego, debido a que el objeto cae a una velocidad constante, la física de tales seres incluiría una «constante de la naturaleza» que relaciona las formas de la superficie con las fuerzas. Para dar con el arrastre total del objeto, tendrían que mapear con cuidado la forma completa de la superficie y usar su constante. Después de completar todas las tareas, descubrirían entones una inquietante coincidencia: la fuerza gravitacional total, que es una función del volumen y la composición del objeto, coincide casi exactamente con la resistencia total, que es una función de la forma de la superficie del objeto. Les parecería un ejemplo increíble de ajuste fino, dado que los datos que entran en un cálculo no tendrían nada que ver con los que entran en el otro, y porque cambiar la composición sin cambiar la forma de la superficie, o cambiar la forma de la superficie sin cambiar la composición, llevaría a una situación en la que ellos no podrían haber surgido.

Claro que esta milagrosa coincidencia no sería coincidencia para nada. Las criaturas tratarían a la velocidad del objeto en descenso como una constante de la naturaleza, porque ha sido una constante desde que han existido, aunque desde la perspectiva más general, sea en realidad una cantidad variable. Tal como en esta situación, quizá en el futuro descubramos que algunas de las cantidades que hoy consideramos constantes son en realidad variables tanto entre burbujas como dentro de burbujas; que, dado el conjunto adecuado de fuerzas opuestas, aparecieron más tarde como constantes de la naturaleza. Vemos entonces que la física continúa ofreciendo alternativas al problema del ajuste fino, que con el tiempo se va reduciendo cada vez más a una simple interpretación de las cosas. Y aunque tal vez dicha postura, junto con la del dios creador de todo lo que vemos, nunca muera, pues parece improbable que los seres humanos dejen de hallar coincidencias asombrosas alguna vez, su tendencia a reducirse dentro del mundo científico es ya una manifestación de que es innecesaria.

Bibliografía

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Ian Stewart; Discover Magazine. Does Chaos Rules the Cosmos? (octubre, 1992). https://www.discovermagazine.com/the-sciences/does-chaos-rule-the-cosmos

Javier Yanes; BBVA. Prohibido girar alrededor del Sol (febrero, 2016). https://www.bbvaopenmind.com/ciencia/fisica/prohibido-girar-alrededor-del-sol/

Juan Pérez; Cultura Científica. El conflicto con la Iglesia (julio, 2015). https://culturacientifica.com/2015/07/29/galileo-iii-el-conflicto-con-la-iglesia/

Nathaniel Scharping; Discover Magazine. Earth May Be a 1-in-700-Quintillion Kind of Place (febrero, 2016). https://www.discovermagazine.com/the-sciences/earth-may-be-a-1-in-700-quintillion-kind-of-place

National Geographic. Así nació nuestro universo (enero, 2019). https://www.nationalgeographic.com.es/mundo-ng/actualidad/como-empezo-nuestro-universo_13777

Rafi Letzter; Live Science. Our Universe Isn’t As Special As We’d Like to Believe (febrero, 2018). https://www.livescience.com/61734-weak-force-alien-universe.html

Ronald Numbers; El Viejo Topo. El mito de la Tierra plana (agosto, 2018). https://www.elviejotopo.com/topoexpress/el-mito-de-la-tierra-plana/

Tim Maudlin; AEON. The calibrated cosmos (noviembre, 2013). https://aeon.co/essays/why-does-our-universe-appear-specially-made-for-us


[1] Tendencia a favorecer, buscar, interpretar, y recordar, la información que confirma las propias creencias o hipótesis, dando desproporcionadamente menos consideración a posibles alternativas.

[2] Bill Flavell; Atheist Alliance International. How to prove creationism is true (abril, 2019). https://www.atheistalliance.org/thinking-out-loud/how-to-prove-creationism-is-true/

[3] Rafi Letzter; Live Science. Our Universe Isn’t As Special As We’d Like to Believe (febrero, 2018). https://www.livescience.com/61734-weak-force-alien-universe.html

Cita Original:

[The neutron] is 1.00137841870 times heavier than the proton [a bare hydrogen nucleus], which is what allows it [a neutron] to decay into a proton, electron and neutrino — a process that determined the relative abundances of hydrogen and helium after the Big Bang and gave us a universe dominated by hydrogen. If the neutron-to-proton mass ratio were even slightly different, we would be living in a very different universe: one, perhaps, with far too much helium, in which stars would have burned out too quickly for life to evolve, or one in which protons decayed into neutrons rather than the other way around, leaving the universe without atoms. So, in fact, we wouldn’t be living here at all — we wouldn’t exist.

[4] Richard Simmons; The Center. The Fine-Tuning of the Universe: What Does It Mean? (mayo, 2018). https://thecenterbham.org/2018/05/03/the-fine-tuning-of-the-universe-what-does-it-mean/

Cita Original:

The remarkable fact is that the values of [fundamental physics] numbers seem to have been very finely adjusted to make possible the development of life.

[5] Rafi Letzter op. cit. (3)

Cita Original:

…It seems clear that there are relatively few ranges of values for the numbers that would allow the development of any form of intelligent life. Most sets of values would give rise to universes that, although they might be very beautiful, would contain no one able to wonder at that beauty.

[6] Ídem.

Cita Original:

…there might be other forms of intelligent life, not dreamed of even by writers of science fiction, that did not require the light of a star like the sun or the heavier chemical elements that are made in stars and are flung back into space when the stars explode

[7] BBC Mundo. El Dios «innecesario»: por qué Stephen Hawking no creía que el universo hubiera sido creado por un ser superior (marzo, 2018). https://www.bbc.com/mundo/noticias-43411382#:~:text=Ambas%2C%20aunque%20bastante%20complejas%2C%20lo,El%20gran%20dise%C3%B1o%22%20en%202010.

[8] Paul Davies; Cosmos. The number that fascinates physicists (enero, 2016). https://cosmosmagazine.com/science/mathematics/the-number-that-fascinates-physicists-above-all-others/

[9] Rafi Letzter op. cit. (3).

Cita Original:

I think if you were on a planet in a weakless universe, it would be fairly similar. The stars might be a little larger if you looked into the sky, because in order to have a star that burns deuterium for billions of years, it needs to actually physically have a larger radius than an equivalent star in our universe, and in addition, it doesn’t shine as brightly.

[10] Richard Bright; Interalia Magazine. The Chaotic Universe. https://www.interaliamag.org/audiovisual/the-chaotic-universe/

[11] David Barash; Psychology Today.  A Universe Made for Us? Statistics and the Multiverse (noviembre, 2018). https://www.psychologytoday.com/us/blog/pura-vida/201811/universe-made-us-statistics-and-the-multiverse

Cita Original:

The cosmos may have something in common with an off-the-rack clothes shop: if the shop has a large stock, we are not surprised to find one suit that fits. Likewise, if our universe is selected from a multiverse, its seemingly designed or fine-tuned features would not be surprising.

[12] Richard Bizley; Science Photo Library. Sea of multiverses, conceptual illustration. https://www.sciencephoto.com/media/1099151/view/sea-of-multiverses-conceptual-illustration

[13] El Universo. Qué sucedió durante el Big Bang, dos científicos lo explican. https://www.eluniverso.com/noticias/internacional/que-sucedio-durante-el-big-bang-dos-cientificos-lo-explican-nota/

[14] Brendan Foster; Scientific American. Will String Theory Finally Be Put to the Experimental Test? (marzo, 2020). https://www.scientificamerican.com/article/will-string-theory-finally-be-put-to-the-experimental-test/