Uno de los castigos que se logró imponer sobre Marcos Pérez Jiménez durante su proceso judicial en Venezuela, ése que empezaría luego de su extradición de Estados Unidos en agosto de 1963 y por el que se le sentenciaría por peculado un par de años más tarde, fue la prohibición de volver a ejercer cargos públicos, medida que, no obstante –por apegarse al código penal en lugar de a la ley contra el enriquecimiento ilícito–, tendría efecto solo durante el tiempo en que durara su sentencia penal, es decir: por cuatro años, un mes y 15 días. Un período que ya para agosto de 1968 habría transcurrido.
Claro que esta decisión de la mayoría no sería unánime, pues 5 magistrados se enfrentaron a ella, alegando a favor de un castigo más riguroso; una prohibición para ejercer cargos públicos que se extendiera por 5 años desde el día en que concluyera la estancia del imputado en prisión, pues, razonaban, un hombre condenado por robar de las arcas públicas no debía pasar directamente de la cárcel al gobierno. Una vez cumplida la condena, en octubre de 1968, estos hombres intentarían de nuevo forzar la situación, pidiendo a la corte la aceptación de la interpretación de la fiscalía, de que la inelegibilidad política debía ser aplicada sobre el exdictador de cara al futuro, en vez de al pasado. José Antonio Lozada, como procurador general, utilizaría la Ley en contra el Enriquecimiento Ilícito para sustentar su petición. La corte, sin embargo, replicaría en una decisión publicada el 9 de octubre, que no podía revocar ni reformar una sentencia, pero sí clarificar una regla o aclarar puntos dudosos.
Pérez Jiménez, por otro lado, en tanto cumplía su condena en la cárcel, comenzaría a colaborar en 1967 con el partido político Cruzada Cívica Nacionalista (CCN), que había sido creado en 1963 por algunos de sus seguidores y que con su ayuda llevaría a cabo una campaña en 1968. El CCN anunciaba que constituía el capital y el arma políticos de Marcos Pérez Jiménez, y que, por tanto, su única misión era cumplir las órdenes de éste. El asunto más importante de esta organización parecía ser el trato hacia Pérez Jiménez mientras se encontraba en las manos del gobierno de AD, y su mayor documento de campaña fue probablemente el libro del exdictador: Frente a la Infamia, publicado a inicios de 1968; obra que reproducía muchos de los argumentos y declaraciones de Pérez Jiménez frente a la Suprema Corte.
El CCN atraía el voto de todos aquellos que estuvieran cansados del presunto partidismo, mediocridad, venganza política y despilfarro económico de la administración de AD. Con todo, el hecho de haber estado privado de libertad por tanto tiempo y su subsecuente descalificación para ejercer cargos públicos, hacía que, para 1968, año de elecciones, Pérez Jiménez fuera menos que un candidato viable para la presidencia; por lo que el CCN ofrecería solo una lista de candidatos al Congreso y permitiría a sus seguidores votar por quien mejor les pareciera en la elección para la primera magistratura. El exdictador, no obstante, encabezaría la lista de los candidatos al Congreso para el Distrito Federal. Acción Democrática haría un último intento de remover el nombre de Pérez Jiménez de las papeletas en noviembre de este mismo año, cuando la Junta Principal del Distrito Federal se reuniera para validar las listas del Congreso, y Héctor Carpio Castillo, miembro de AD y de la Junta, demandara que el nombre de Pérez Jiménez fuera eliminado debido a que se trataba de un criminal condenado y puesto que no estaba registrado para votar. Los representantes de COPEI y URD rechazarían la solicitud, por lo que el nombre del exdictador permanecería en la lista.
Una de las razones por las que COPEI se opuso a la expulsión de Pérez Jiménez de las listas de postulaciones al Congreso habría sido la gran posibilidad que Rafael Caldera tenía de salir victorioso en las elecciones y de convertirse en presidente; misma que lo llevaría a no ofender a cualquier potencial votante, incluidos los perezjimenistas, y que, en esta misma línea, pero ahora para recaudar votos de la izquierda, lo haría apostar por una política de amnistía hacia los líderes guerrilleros siempre y cuando éstos dejaran de lado las armas. Esta postura –estratégica, si se quiere– de «reconciliación» por parte del líder de COPEI no se detenía aquí, sino que era pues más amplia, y lo había llevado al inicio de su campaña presidencial a abogar por una libertad incondicional para el exdictador, partiendo de una perspectiva ya adoptada por Uslar Pietri en la campaña de 1963: la de no utilizar la ley para resolver rencores políticos. De esta manera Caldera también contrarrestaba al líder de AD Carlos Andrés Pérez, quien proponía iniciar una serie de juicios para compensar a la gente que había pasado tiempo en los campos de concentración perezjimenistas de Guasina y Sacupana.

Pérez Jiménez visitando su tierra natal, en 1972.[1]
Muchos quedaron sorprendidos con la cantidad de votos que el CCN captó a nivel nacional en las elecciones legislativas: un total de 400.093, que representaba el 11.1 por ciento –en Caracas, vale decir, lograron un 26.6 por ciento–, y que les permitió instalar a 21 funcionarios en la Cámara de Diputados y a 4 en el Senado, para gozar así de la cuarta mayor delegación del Congreso. El propio Pérez Jiménez, que encabezaba la lista de senadores, fue electo para este órgano. Analistas de la elección, que calificaron el voto de Pérez Jiménez como uno de protesta no izquierdista de votantes desencantados, notaron que éste fue mayor en las clases bajas urbanas, y capturaba a su vez más del 20 por ciento del voto de las clases medias y altas urbanas. Otro estudio especulaba que el voto podría reflejar la socialización política de muchos habitantes de los barrios de Caracas, que en cierta medida habrían respaldado el anterior intento del exdictador de extinguir la fuerza de AD en la ciudad, y que por tanto tenían menos compromisos con los partidos democráticos. Resulta curioso cómo unos cientos de miles de venezolanos podían estar votando por partidos democráticos, en las elecciones presidenciales, al tiempo que lo hacían, en los comicios para el congreso, por un exdictador.
El relativo éxito electoral de la CCN habría estado, en primera instancia, en la utilización del juicio de Pérez Jiménez ante la Corte Suprema para impactar a los electores; a partir del cual publicitaron el régimen del exdictador y la prosperidad de la que muchos recintos urbanos habían disfrutado durante ese tiempo. Los numerosos trabajos de construcción serían especial y afectuosamente recordados por quienes vivían en los barrios. Una buena cantidad de pobres probablemente mantenían su antigua hostilidad hacia la ley y la sospecha de que legisladores y cortes actuaban de forma arbitraria; misma que les habría empujado a albergar simpatía por Pérez Jiménez cuando éste reclamaba que estaba siendo juzgado injustamente por sus enemigos.
Desde Madrid, un Pérez Jiménez que disfrutaba de la victoria del CCN y profetizaba un período de gobierno tormentoso para COPEI –argumentando que Caldera tendría que llevar a cabo reformas de largo alcance en el «así llamado sistema “democrático”», si no quería tener problemas para finalizar en paz su presidencia–, prometía que iría a servir en el Congreso tan pronto como recibiera sus credenciales de Senador. Y en tanto Caldera superaba las dificultades de lidiar con AD –que, no habituado al difícil rol de oposición, obstruía y protestaba virtualmente cada movimiento que COPEI hacía, en especial durante el primer año de mandato de su líder–, mismas que no le permitía ser capaz de formar una coalición estable con ningún partido del Congreso y lo llevaban a improvisar y a confiar en distintos grupos en diferentes tiempos, y que superaría, entre otras cosas, a través de la simpatía ganada por la pacificación de las guerrillas y el abandono a la Doctrina Betancourt, y del uso en su favor de un incrementado ingreso petrolero gracias a la crisis del Medio Oeste y a una nueva ley de impuestos, Acción Democrática examinaba su derrota y su estrategia para retornar al poder en 1973; análisis en los que aparecía la inquietante posibilidad de que Pérez Jiménez pudiera aprovechar el apoyo popular que tenía y crear una oferta exitosa para hacerse con la presidencia en las elecciones de dicho año.
Para AD, aunque infelizmente dividido en la oposición, la perspectiva de ser superados en votos por el general retirado no era agradable en absoluto; así, muy pronto comenzarían a trabajar hasta el cansancio para asegurarse de que tal aberración no ocurriera jamás. La primera línea de defensa fue asegurarse de que el exdictador no regresara al país para asumir su puesto en el Senado, lo que restaría efectividad a la CCN. Así, mientras avanzaba la petición de Carpio Castillo de que su elección fuera reconsiderada por no ser el exdictador un votante registrado y por, en consecuencia, ser inelegible como candidato, AD lanzaba un segundo ataque. Y es que, pese a que la orden de extradición que había entregado a Pérez Jiménez a Venezuela había estipulado que éste podía ser juzgado únicamente por crímenes financieros; una vez el exdictador hubiera dejado el país, si regresaba voluntariamente, bien podría ser juzgado por otros crímenes. La familia de una de las víctimas de su régimen, de hecho, inició una acción civil en su contra que podía abrir paso a su arresto y a su procesamiento si regresaba a la nación. Y así, indistintamente de la posibilidad real de que tal caso derivara en su arresto, Pérez Jiménez eligió cuidadosamente no regresar hasta no contar con las garantías de que no sería encerrado nuevamente.
La delegación parlamentaria de la CCN inició su trabajo con las esperanzas de que su líder retornara pronto y la de, mientras esto sucedía, explotar la necesidad política de aliados en el Congreso que tenía COPEI. En marzo, ayudarían a este partido a hacerse con la presidencia del Senado, y luego, al no ser capaces de llegar a acuerdos respecto al regreso de Pérez Jiménez, amenazarían a COPEI con la abstención o la ausencia durante las convocatorias de quorum. Los dirigentes de la CCN regularmente viajaban a Lima, donde el exdictador residía por parte del año, para mantenerlo informado de las tácticas del partido. AD, por su lado, cauteloso con la división del Congreso, atacaba a cualquier partido que se aliara con la CCN, y llegó a acusar a COPEI de tratar de revivir la reputación de Pérez Jiménez para alcanzar una mayoría. También se beneficiaría cuando la Cruzada se fracturara, y un cierto grupo de sus miembros se alinearan a su favor en contra del partido en el poder.
A medida que el período presidencial de Caldera se acercaba al final de su primera mitad, los políticos empezaban a preparar sus planes para las elecciones de 1973. Acción Democrática lideraba los esfuerzos para prevenir que la CCN, haciendo uso de la fuerza electoral que lo respaldaba, nominara a Pérez Jiménez como su candidato presidencial. En abril propondrían la adopción de un nuevo sistema electoral similar al usado por los franceses, en el que, si se requería que el ganador lograra una mayoría del 51 por ciento, en una segunda vuelta si fuera necesario, los otros partidos podían formar una coalición y mantener al exdictador fuera. El clima se caldearía cuando Rómulo Betancourt y Marcos Pérez Jiménez retornaran a Venezuela la misma semana de junio de 1972; este último registrándose como candidato presidencial antes de volver rápidamente a España, donde permanecería hasta que decidiera comenzar su campaña. Estallidos de violencia acompañarían la llegada de ambos exmandatarios e incluso el exministro de defensa, Martín García Villasmil, alzaba la voz pidiendo un cambio de política e insinuaba el surgimiento de un levantamiento armado, cosa que tal vez sorprendía más a la población que la perspectiva de una competencia electoral entre Betancourt y Pérez Jiménez.
En tanto algunos políticos querían prevenir que Pérez Jiménez se convirtiera en presidente, otros estaban bastante ansiosos de hacer lo propio con Betancourt; situación que intentaría aprovechar Jóvito Villalba proponiendo al Congreso una enmienda constitucional que prohibiera a cualquiera postularse para una segunda presidencia. AD y la CCN unirían fuerzas inmediatamente para oponerse a tal planteamiento, y aunque COPEI inicialmente apoyó la idea, pronto la desechó, pues sus líderes comenzaron a considerar la posibilidad de que Caldera volviera a la primera magistratura en los comicios de 1978.
Para julio de 1972, URD continuaba presionando para prohibir un segundo período presidencial y COPEI retomaba la propuesta anterior de AD de adoptar un sistema electoral como el francés. Entretanto, AD proponía que el Congreso estableciera una enmienda constitucional que prohibiera que cualquier convicto de malversación de los fondos del Estado pudiera desempeñar un cargo público; y mientras la discusión sobre las tres posibilidades seguía, Rómulo Betancourt hizo la decisión final para su partido más sencilla, al anunciar que no se postularía para la presidencia. Los líderes adecos se mostraron entonces dispuestos a aceptar una combinación de los planteamientos de URD y COPEI, expresando que respaldarían un sistema electoral renovado si COPEI se mostraba a favor de que una persona pudiera ser presidente solo una vez; cosa por la que el partido cristiano naturalmente exhibió poco entusiasmo.
La decisión no resultaba fácil para los copeyanos, pues aunque unos querían evitar a toda costa la ascensión de Pérez Jiménez al poder, otros deseaban que Caldera tuviera nuevas chances de llegar a la presidencia en el futuro, e incluso, un tercer grupo temía que la modificación de la constitución alentara las aspiraciones golpistas expresadas por García Villasmil. Por su lado, otras figuras políticas, como el copeyano Luis Herrera Campíns y José Vicente Rangel, líder del recién creado Movimiento al Socialismo (MAS), consideraban que una democracia sana tenía el deber de extender los privilegios de su sistema aun a quienes hubiesen abusado descaradamente de la confianza pública.
Pese a las indecisiones, en octubre se llegó a un acuerdo. COPEI estuvo a favor de respaldar la enmienda de AD que impediría a cualquier condenado de malversación ejercer un cargo público; se dice que a cambio de que los adecos los apoyaran a su vez en la aprobación por parte del Congreso del presupuesto nacional de 1973. Adicionalmente, Arístides Calvani, Ministro del Exterior, anunció que si Pérez Jiménez regresaba a Venezuela, sería juzgado por sus otros crímenes; y así, el 1 de diciembre de 1972, una nueva orden de detención en contra del exdictador había sido registrada. El afán por procesar de nuevo una vez más al ex general pudo haber tenido un impulso a partir de una encuesta de opinión publicada en noviembre, que manifestaba que COPEI y AD tenían niveles de popularidad similares, y que si Pérez Jiménez se postulaba, tal vez podía capturar cerca de 1 por ciento más del electorado de cualquiera de los dos partidos más poderosos.
Frente a la alianza de copeyanos y adecos, la Cruzada apeló la enmienda ante la Suprema Corte, pero ésta, en agosto de 1973, denegó tal apelación. En diciembre de 1972, Pérez Jiménez avisó a sus seguidores que tomaría la candidatura presidencial a su debido tiempo, y que en ningún caso apoyaran a los partidos que habían colaborado para bloquear su regreso; claro que ni siquiera sería capaz de llevar a cabo tal represalia, pues en abril se reportó que algunos miembros de su partido anunciaron su respaldo a la candidatura del copeyano Lorenzo Fernández.
En enero de 1973, Pedro Tinoco, exministro de hacienda y líder del Partido Desarrollista, anunció a la prensa, luego de haber estado en Madrid con Pérez Jiménez, que sus seguidores y los del exdictador cooperarían en la creación de una lista de candidatos para el Congreso. Tinoco, que tenía mucho dinero, esperaba que los perezjimenistas le brindaran la base popular de la que él carecía, y esperaba que el exdictador respaldara su candidatura presidencial. Ese mismo mes García Villasmil anunció que su grupo de perezjimenistas disidentes le daban la bienvenida a la alianza anunciada por Tinoco, no obstante, sus propias ambiciones parecieron intervenir y en abril hizo también un viaje a Madrid para entrevistarse con el exdictador, después de lo cual, ya en Venezuela, diría que Pérez Jiménez anunciaría a su candidato en mayo, sugiriendo que él mismo sería el favorecido. La Cruzada trató de detener estas apariciones de nuevos contendientes anunciando que, pese a la enmienda constitucional, postularían a Pérez Jiménez para la presidencia; en cierta medida también entusiasmada por lo que ocurría en Chile y en Argentina, con los ascensos, por distintas vías, de Augusto Pinochet y de Juan Domingo Perón –para este último sería la tercera ocasión en que asumiera el mandato de su país–; lo que parecía revelar la decadencia del entusiasmo de las sociedades por los gobernantes civiles.
A diferencia de Perón o Pinochet, Pérez Jiménez no sabría aprovechar la oportunidad que le proveía su aparente popularidad en Venezuela. Planteamientos de corte peronista –como la de postular a su esposa Flor o a su hija Margot Pérez Chalbaud para el Congreso, o la de nominar a Flor o a Pablo Salas Castillo, secretario general de la CCN, como candidato(a) presidencial– que podrían haber jugado a su favor serían descartadas. En cambio, el exdictador eligió otra maniobra que había sido popular con los seguidores de Perón mientras éste estuvo en el exilio: la de pedir a sus seguidores que se abstuvieran de votar. Salas Castillo, nominado por la Cruzada, obedientemente retiró su nombre de la lista por la carrea presidencial, anunciando que cuando los perezjimenistas ganaran la mayoría de asientos en el Congreso, derogarían la enmienda que prohibía que el exdictador fuera candidato a la presidencia.
En tal escenario de desorden político, el gobierno venezolano, para evitar cualquier sorpresa de último minuto por parte de los perezjimenistas, arrestó, en la última semana de noviembre, por subversión y a través de sus fuerzas de seguridad, a varios prominentes líderes del movimiento. Hostilidad que duraría apenas una semana. El frenesí electoral terminó finalmente con la elección, el 9 de diciembre, del adeco Carlos Andrés Pérez. Los resultados de la elección legislativa también desvanecerían las esperanzas de la Cruzada, pues de los 400.093 votos obtenidos, 11.1 por ciento, en 1968, ahora apenas alcanzarían 178.089, sólo el 4.3 por ciento. Quedaba más que claro que las divisiones y la carencia de liderazgo de Pérez Jiménez habían dañado al partido.
Aunado a esta ineptitud de los perezjimenistas, no debe dejarse de lado la sofisticación lograda por AD y COPEI, que en sus respectivas campañas emplearon más fondos que los utilizados en los comicios de 1968. Asimismo, la bonanza petrolera producida por los problemas en el Medio Oriente alentaba un panorama de prosperidad que traía consigo grandes posibilidades de patronazgo político y desarrollo económico. La nueva oleada de riqueza petrolera cambiaba a su vez el contexto de la política venezolana, ahora el nuevo presidente estaría más preocupado de gastar sabiamente el dinero que de unir a la sociedad en contra de la amenaza guerrillera.

Marcos Pérez Jiménez en Venezuela, 1972.[2]
Contrario a Carlos Andrés Pérez, y al mismo Lorenzo Fernández, –que, a pesar de ser derrotado, logró más votos para COPEI que el mismo Caldera en los comicios de 1968–, Pérez Jiménez no demostró que podía mantener unido a su diverso partido político ni mucho menos llevar a cabo una campaña efectiva. Las divisiones de la CCN, los distintos oportunistas que buscaban su respaldo y su propia vacilación en cuanto a las tácticas a tomar, hicieron que el exdictador y su grupo terminaran luciendo ridículos de cara al público. Siendo flanqueados y superados por la política de Betancourt en el Congreso y en la campaña presidencial. Por otro lado, en contraste con un Carlos Andrés Pérez que, gracias en buena medida al intenso trabajo de los medios, lucía vigoroso con sus corbatas llamativas, patillas largas y sus caminatas a lo largo y ancho del país, Pérez Jiménez se mostraba como un hombre regordete, envejecido y bajo que no destacaba en absoluto por su dinamismo.
Asimismo, los simpatizantes de Acción Democrática comenzaron a publicar una serie de libros en 1969 para informar a los más jóvenes sobre los horrores de la dictadura que ellos no podían recordar. Y si bien la generación post 1968 pudo, de hecho, haber preferido el autoritarismo político antes que la democracia, Pérez Jiménez no era capaz de capturar su imaginación ni despertar sus ánimos. Su negativa a enfrentar la enmienda de AD y COPEI, y el hecho de que finalmente no regresara a Venezuela para ocupar el cargo que ganó en las elecciones de 1968, también pudieron haber convencido a una buena cantidad de electores de su timidez. Más todavía, el supuesto nacionalismo bien promocionado del perezjimenismo quedaría socavado ante la nacionalización de gas efectuada por Caldera, la ley de reversión del petróleo y la denuncia del tratado de reciprocidad con los Estados Unidos. Y así, mientras que AD y COPEI estaban por llegar a un acuerdo respecto a una temprana nacionalización del hierro y el petróleo venezolanos, Pérez Jiménez, seguro en Madrid, ni siquiera tenía parte en estos debates históricos.
Las cosas no irían mejor políticamente para el exdictador ni para la Cruzada durante el tránsito hacia las elecciones de 1978. Pérez Jiménez permanecería en Madrid, y la CCN continuaría dividida. En diciembre de 1974 el partido incluso expulsaría a Pérez Jiménez por traicionarlos y engañar a la gente, y ya en 1978, se encontraría apoyando al candidato adeco. El principal contendiente, si se quiere, de los partidos tradicionales, se encontraría ahora dentro de los grupos de izquierda.
En resumen, Pérez Jiménez y los perezjimenistas no fueron capaces de construir un movimiento político unido y perdurable en el escenario de prosperidad de 1970. Y es que, no habiendo sido jamás un político, el exdictador se vio claramente superado por las maquinarias de generar votos de AD y COPEI; y aunque entró a este mundo en los últimos años del régimen gomecista, se mantuvo aislado de la actividad política estudiantil en Caracas y siempre distante de las maniobras políticas. En contrate, su contraparte argentina, Juan Domingo Perón, no solo entendió la tradición de las élites de los partidos políticos, sino que también descubrió que podía politizar a los «descamisados» para formar una base popular de apoyo. Incluso a su avanzada edad y luego de 18 años de exilio, Perón estuvo listo para entrar a la refriega de nuevo en 1973; y aunque tal jugada resultó en un desastre, dejó en claro las grandes habilidades que poseía el exmandatario y que le permitieron construir el fuerte movimiento peronista.
De cara a la realidad que viven los venezolanos hoy en día, la historia del perezjimenismo durante los años 60 y 70 deja, a mi percepción, dos puntos importantes a resaltar; siendo el primero de ellos, la típica memoria a corto plazo de tantos venezolanos y su desinterés por informarse sobre los acontecimientos que forman parte de su historia. Uno podría tal vez sospechar que la poca experiencia democrática que tenían y el hecho de que el nuevo sistema no produjera cambios demasiado sustanciales en sus vidas, no les permitía en ese entonces, a quienes de una u otra manera aupaban el perezjimenismo, percibir las virtudes de la democracia; pero, por otro lado, diría que había transcurrido demasiado poco tiempo desde el derrocamiento de la dictadura, como para que tantas personas ignoraran los atropellos de ésta y, por tanto, no tuvieran inconvenientes en desear regresar a ella.
Es posible que un buen número de estos perezjimenistas vieran su vida empeorar –o estancarse– de algún modo después del derrocamiento de la dictadura, y/o, más probable aún, que nunca conocieran lo suficiente sobre los desmanes y desaciertos del régimen, ya sea porque sus vidas se encontraran demasiado distanciadas de tales acontecimientos como para percibir sus consecuencias o simplemente por no contar con un conveniente acceso a la información. En cualquier caso, dada la dependencia del apoyo popular que tenían los partidos políticos llamados a emprender la nueva forma de gobierno, es fácil imaginar que se encargaron de difundir la realidad de la dictadura al grueso de la población; luego, que una parte nada despreciable de ésta decidiera pasar por alto dichos horrores para brindar su apoyo a la Cruzada Cívica Nacional en los comicios de 1968, respondería quizá a un problema de fondo relacionado con la ausencia de conciencia social. A riesgo de caer en el anacronismo, hoy no parece muy sensato que poco más del 11 por ciento de los electores venezolanos desearan, a finales de los 60 y principios de los 70, regresar a una dictadura militar.
Y si ése era el nivel de apoyo a las ideologías autoritarias en ese entonces ¿Cómo podríamos pensar que es en la actualidad, teniendo en cuenta la distancia temporal que nos separa ya del régimen perezjimenista; el recelo que, dada la desastrosa realidad que viven, tienen ahora los venezolanos hacia la democracia; y el hecho de que la baja consciencia social y el desconocimiento de nuestra historia, en mayor o menor medida, han sido siempre una constante? Esto, desde cierta perspectiva, explica por qué tantas personas tienden a pensar que un gobierno como el de Pérez Jiménez durante los 50 sería lo mejor que le podría suceder a Venezuela. Es patente que el grueso de la población, aun en este siglo, sigue siendo susceptible de caer en los encantos de populistas ansiosos de poder; cosa que, no me cabe la menor duda, se manifestaría contundentemente si por desgracia algún militar de renombre decidiera emprender su camino hacia la silla de mando.
La otra, si se quiere, enseñanza, que deja la historia del fracaso electoral de la Cruzada Cívica Nacional, es que, sin importar cuánto apoyo popular latente pueda tener un partido político con marcada tendencia al autoritarismo, éste no llegará al poder si no cuenta con representantes lo suficientemente carismáticos para convertir en respaldo concreto las simpatías que tiene de parte de la sociedad; y al menos hasta hoy ninguno de los dirigentes más importantes de la oposición política exhibe afinidades con algún tipo de ideología que promueva el autoritarismo. Esto podría ser una suerte de salvaguarda de cara al porvenir que sobrevenga a la anhelada caída de la dictadura actual, incluso pese a que tales posturas «pacifistas» parezcan generar hoy más bien descontento y decepción entre muchos venezolanos; quienes preferirían ver a un hombre fuerte y dominante que los defienda y los vengue, al tiempo que restaura la supuesta gloria pasada de la nación.
Ahora, que en la oposición política no haya líderes con propensiones autoritarias, también es un indicador de que una buena parte de la población se inclina, aun a pesar de lo que pueda expresar, hacia los métodos democráticos. Lo único que cabría esperar es que, a la hora de la verdad, ésta sea la perspectiva que se superponga. Entretanto, resulta harto difícil creer que Venezuela será algún día próspera sabiendo que el grueso de sus ciudadanos continúa ignorando cuáles son los mínimos requerimientos para ello.
Bibliografía
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RESDAL (Red de Seguridad y Defensa de América Latina). Título: Relaciones civiles-militares en el siglo XX venezolano – Capítulo II – El protagonismo militar venezolano, velado primero y directo después: Del General y Jefe Supremo Juan Vicente Gómez al General de División Marcos Evangelista Pérez Jiménez, de una a otra dictadura. https://www.resdal.org/Archivo/dom-cap2.htm
Universidad Simón Bolívar. El Estado Cuartel en Venezuela (diciembre, 2014).
[1] Marcos Pérez Jiménez; Twitter. El expresidente Marcos Pérez Jiménez, luego de cumplir su condena, visita por última vez su tierra natal, Táchira (1972). https://twitter.com/PerezJimenez52/status/1344352301700419584
[2] Marcos Pérez Jiménez; Twitter. General Marcos Pérez Jiménez se reencuentra con su amigo General Luis Felipe Llovera Páez (1972). https://twitter.com/PerezJimenez52/status/783454425272770560/photo/1