Batalla de Perusia

A Octaviano le tocó la tediosa tarea de confiscar las tierras de civiles en Italia para entregarlas a los veteranos que se hallaban bajo la dirección de Casio y Bruto. Eran decenas de miles de soldados, por lo que hasta 18 ciudades se vieron afectadas por los nuevos asentamientos, con poblaciones enteras incluso expulsadas o al menos sufriendo desalojos parciales. Hubo un descontento generalizado de los soldados de estos asentamientos hacia Octaviano, lo que animó a muchos de ellos a unirse a Lucio Antonio, hermano de Marco Antonio. Mientras tanto, Octaviano pedía el divorcio de Claudia, bajo el juramento de que su matrimonio nunca se consumó. Su madrastra, sin duda enojada por este hecho, y después de hacer una aparición con los hijos de Antonio y su madre ante los soldados, para reclamarles su lealtad, formó un ejército para luchar por los derechos de su marido contra Octaviano. Éste terminó sitiando a las tropas enemigas en Perusia[1], y aunque Fulvia, madrastra de Claudia y mujer de Marco Antonio, escribió a este último para pedir auxilio, fue demasiado tarde. Si los reportes no mienten, Octaviano habría masacrado a un enorme número de enemigos sobre el altar de Julio César. Aunque dejó escapar a Lucio, y Fulvia fue exiliada a Sición. Un Octaviano que no mostraba piedad, hizo que, el 15 de marzo, ejecutaran a 300 senadores y jinetes por aliarse con Lucio. Perusia fue asimismo saqueada y quemada como advertencia. Sucesos que provocaron críticas hacia el joven dirigente.

Marco Antonio y Octaviano habían estado compitiendo por una alianza con Sexto Pompeyo, hijo de Pompeyo y todavía un general renegado después de la victoria de Julio César sobre su padre, que se había instalado en Sicilia y Cerdeña según un acuerdo con el Segundo triunvirato. Octaviano alcanzó el referido acuerdo en el año 40 a.C., cuando se casó con Escribonia, hermana o hija del suegro de Pompeyo, Lucio Escribonio Libo. Esta mujer dio a luz a Julia, la única hija de Octaviano, el mismo día en que éste se divorció de ella para casarse con Livia Drusila.

Por su lado, en el 41 a.C., Marco Antonio inició una relación con la afamada reina egipcia Cleopatra, la mujer más poderosa, rica y glamorosa de la época; una gobernante femenina en un mundo de hombres; reconocida además por su inteligencia, astucia, educación, seducción y presencia física. Ambos tuvieron tres hijos. Con todo, al corriente de que su relación con Octaviano estaba deteriorada, el general cesáreo dejó a su amante y, en el 40 a.C., navegó hacia Italia con una gran fuerza para enfrentarse al joven, llegando a sitiar Bríndisi. El choque no tuvo lugar debido a que los centuriones de un bando y otro, convertidos en importantes figuras políticas, y las legiones bajo su dirección, se negaron a luchar. Esto, junto a la muerte repentina de Fulvia, permitió que los dos triunviros se reconciliaran. Para consolidar aún más las relaciones, Octaviano dio a su hermana, Octavia, en matrimonio con Marco Antonio. Y aunque se trataba más de un matrimonio por motivos políticos, la chica parece haber disfrutado de los encantos de Marco Antonio, con quien tuvo 2 hijos, a los que criaría junto a otros tres de los matrimonios pasados de ambos, en su casa en Atenas.

Guerra con Sexto Pompeyo y matrimonio con Livia Drusila

A sus veintitantos, Octaviano todavía no consolidaba su poder en el Oeste; para ello, tenía todavía que derrotar a Sexto Pompeyo, quien controlaba los mares que rodeaban a Italia con una flota cuya base se hallaba en Sicilia. Sexto era un astuto y seductor hombre que defendía la República y había ofrecido asilo a las víctimas de la proscripción del Segundo Triunvirato. Y aunque bloqueó los cargamentos de grano y provocó el hambre en Italia, era un individuo bastante popular en una Roma que estaba cansada de las purgas y las confiscaciones. Fue aquí cuando Marco Antonio y Octaviano se vieron forzados a hacer la paz con Sexto, bajo el tratado de Miseno, en el que le concedieron Cerdeña, Córcega, Sicilia y el Peloponeso, además de asegurarle un futuro puesto como cónsul en el 35 a.C.

Al año siguiente del acuerdo, en el 39 a.C., un Octaviano casado con Escribonia, conocería a Livia; una chica de 19 años, noble, brillante y hermosa, que tres años antes había apoyado a Fulvia y a Lucio en el conflicto de Perusia, y que, por tal razón, tuvo que huir de Italia. Livia, así como Octaviano, estaba casada; y de hecho se encontraba embarazada, como Escribonia. La jovencita se ganaría el corazón de Octaviano, y como los hechos posteriores lo demostrarían, se convertiría en su alma gemela, emparejándolo en inteligencia y ambición. Claro que el hijo adoptivo de Julio César era todo un político, por lo que había más que esperar de ese matrimonio que solo un profundo enamoramiento. Livia le ofrecía un aumento de respetabilidad dado que venía de lo más azul de la sangre noble romana. Sus antepasados tuvieron un rango más alto dentro de la élite romana que los de Escribonia. Los ancestros de Livia ocuparon los más altos cargos de Roma, siendo prominentes hombres de estado, generales, oradores y reformadores. Sumado a esto, estaba el hecho de que Escribonia molestaba a Octaviano con sus quejas por adulterio, y el de que estaba perdiendo su utilidad política, debido a que la relación con su hermano se manifestaba debilitada.

Estatua de Livia Drusila.[2]

El 14 de enero del 38 a.C., Octaviano se divorció de Escribonia, y Livia, con 6 meses de embarazo, hizo lo propio con su marido. Los amantes se casarían tres días más tarde. Luego, tres meses después, ya viviendo en la casa de Octaviano, la chica daría a luz a su hijo, Druso, quien se uniría a un hermano tres años mayor que él: Tiberio. Livia no tendría hijos con Octaviano, y pese a que este último deseaba construir una dinastía con la mujer, durarían 22 años casados.

El acuerdo entre el triunvirato y Sexto Pompeyo se debilitaría por el divorcio de Escribonia, y luego de que uno de los comandantes navales del primero lo traicionara y entregara Córcega y Cerdeña a Octaviano. Aun así, éste último carecía de los recursos para enfrentarse solo al vástago de Pompeyo el Grande, de modo que se llegó a otro acuerdo que duraría lo que la extensión de 5 años del triunvirato, empezando en el 37 a.C.

La paz, sin embargo, no llegaría. Octaviano consideraba a su oponente demasiado peligroso como para tener una pacífica coexistencia con él, así que decidió ir de nuevo a la guerra. Tensó la economía italiana y rozó la impopularidad, para poder construirse una nueva y masiva flota. Fue a la guerra con ésta, junto a Lépido, y con la ayuda de 120 barcos proporcionados por Antonio, –bajo el acuerdo de que Octaviano le enviaría en el futuro próximo a 20.000 legionarios para usarlos contra el Imperio Parto–. El hijo adoptivo de Julio César tuvo la suerte más de una vez de sobrevivir a aquella guerra; una que ganaría gracias a la destreza de su almirante y camarada, Agripa, quien el 36 a.C., se encargaría de destruir casi por completo la flota naval de Sexto, en la batalla de Nauloco. Sexto se vio obligado a huir hacia el Este con sus fuerzas restantes; al año siguiente sería capturado y ejecutado en Mileto de mano de uno de los generales de Marco Antonio.

Batalla de Nauloco.[3]

Cuando Lépido y Octaviano aceptaron la rendición de las tropas de Pompeyo, el primero intentó reclamar Sicilia para sí mismo, ordenando que su aliado se retirara. No obstante, las tropas de Lépido, cansadas de luchar y atraídas por las promesas de dinero de Octaviano, abandonaron a su líder y se unieron a este último. Lépido entonces se vio forzado a rendirse ante Octaviano, quien le permitió retener el cargo de Pontifex Maximus[4], pero lo expulsó del triunvirato. Quien fuera probablemente el tercer hombre más poderoso de Roma en aquella época, vio finalizada su carrera política y acabó sus días exiliado en una villa en Cabo Circeo[5].

Hacia el conflicto final con Marco Antonio

Ahora Octaviano gobernaba todo el Oeste, en tanto Marco Antonio permanecía con el control del Este. El primero mantuvo la paz y la estabilidad en su parte del imperio asegurando a los ciudadanos de Roma sus derechos a la propiedad, instalando esta vez a sus soldados dados de baja fuera de Italia, y devolviendo 30.000 esclavos –que habían huido para unirse al ejército y a la marina de Pompeyo– a sus antiguos dueños. También haría que el Senado le concediera a él, a su esposa y a su hermana, inmunidad ante el tribunal.

Contemporáneo al conflicto entre Sexto y Octaviano, Marco Antonio preparaba su guerra con el Imperio Parto, y al no recibir la ayuda que esperaba de parte del máximo dirigente del Oeste, acudió a Cleopatra, quien entonces se convirtió en su proveedora y, una vez más, en su amante, dándole en esta época, a su tercer hijo. Por un momento, el imperio parecía estar gobernado a ambos lados del mediterráneo por dos parejas de amantes, que además competían por reclamar el legado de Julio César. Octaviano, por un lado, era el hijo legalmente adoptivo, tenía el nombre de César y vivía en Roma. Antonio, por el otro, fue el soldado sobreviviente más cercano a Julio César, tenía a su amante y vivía en la ciudad que él conquistó: Alejandría. Además, Cleopatra era la madre no solo de los hijos de Antonio, sino también del hijo del amor de César y ahora rey de Egipto: Ptolomeo XV.

La situación entre ambas parejas se tensaría entre el 36 y el 32 a.C. Primero con la desastrosa invasión de Marco Antonio a Partia, lo que empañaría su imagen como líder. Segundo, con la captura de Armenia por parte de sus tropas en el 34 a.C. y el nombramiento de su hijo, Alejandro Helios, como gobernante de este territorio. Antonio incluso distribuiría algunos territorios romanos en el Este entre Cleopatra –a quien incluso le otorgó el título de «Reina de reyes»– y sus hijos; además de reconocer a Cesarión como vástago de Julio César, lo que constituyó una cachetada en el rostro de Octaviano. Actos que el hijo de Acia utilizaría para convencer al Senado de que Antonio pretendía disminuir la preeminencia de Roma. El rompimiento decisivo entre ambos dirigentes llegaría en el 32 a.C., cuando Marco Antonio se divorciara de Octavia y la enviara de regreso a Roma, decisión que Octaviano supo aprovechar para difundir propaganda que exponía que Antonio se estaba volviendo menos romano, al rechazar a su esposa romana legítima por una amante oriental.

La disputa entre los dos triunviros provocó que gran parte de los senadores abandonaran a Antonio, entre ellos dos claves: Munacio Planco y Marco Ticio, quienes le darían a Octaviano la información que necesitaba para confirmar las acusaciones contra Antonio. El joven entraría a la fuerza al templo de las vírgenes Vestales y se apoderaría del testamento de Antonio, en el que se expresaba el deseo de éste de ser enterrado en Alejandría junto a Cleopatra, y se cedían sus territorios a sus hijos. Octaviano entonces acusó a su rival de traición, alegando que éste tenía la intención de mover el asiento del imperio romano hacia esa ciudad. Muchos eminentes senadores, sin embargo, no se convencieron, y continuaron viendo a Marco Antonio como un miembro de la nobleza romana, de la que Octaviano ni siquiera era parte. Y así, aunque el Senado revocó de forma oficial los poderes de Antonio como cónsul, terminó declarando la guerra no a éste, sino a Cleopatra.

Batalla de Accio

En tanto Antonio y su amada se hallaban estacionados temporalmente en Grecia, la marina de Octaviano, comandada por el fiel y talentoso Agripa, transportó con éxito tropas a través del Adriático y lentamente fue cortando las rutas de suministros del enemigo. El hijo adoptivo de Julio César, por su parte, se estableció en el continente, frente a la isla de Córcira (actual Corfú), y marchó hacia el Sur. Atrapados en tierra y mar, los desertores del ejército de Marco Antonio se pasaban al bando de Octaviano mientras que las fuerzas de éste se encontraban lo suficientemente cómodas para llevar a cabo sus preparativos. Antonio y Cleopatra estarían bajo una enorme presión cuando finalmente se enfrentaran a la armada de su rival frente a la península de Actium, al Oeste de Grecia.

Se dice que la flota de Antonio intentó librarse del bloqueo navegando a través de la bahía de Actium, y que fue allí donde se enfrentó a la mucho más grande y de barcos más pequeños y maniobrables dirigida por Agripa y el senador y comandante Cayo Sosio, dando paso a la histórica batalla de Actium, el 2 de septiembre del 31 a.C., de la que Antonio y sus fuerzas se salvaron debido a un último esfuerzo de la flota de Cleopatra que había estado esperando cerca. Los amantes huirían de la escena y dejarían a la mayor parte de su armada a su suerte. Octaviano los perseguiría hasta Alejandría, donde una resistencia armada se desmoronaría ante su poder en agosto del 30 a.C., luego de lo cual la pareja se suicidaría; Marco Antonio cayendo sobre su propia espada y Cleopatra dejando que una serpiente venenosa la mordiera. El nuevo comandante en solitario de Roma seguiría el consejo de Ario Dídimo de que: «dos Césares son demasiado», y terminaría con la vida de Cesarión, en tanto perdonaba a los hijos de Marco Antonio con la reina egipcia, a excepción del mayor.

La Batalla de Accio de Lorenzo Castro.[6]

Octaviano se presentaría en Alejandría como el nuevo soberano de Egipto, claro que se comportaría más como un político que como un dictador, prefiriendo ser más como un jefe político, que hace tratos con los locales, que un tirano que los somete. Entró al edificio más hermoso de la ciudad, el Gimnasio, símbolo de la cultura griega, y sobre un estrado se le dijo a la gente en griego que los perdonaría por tres razones: la memoria de Alejandro Magno, el tamaño y la belleza de la ciudad, y como un favor a Ario, uno de sus maestros, nativo de Alejandría. Más tarde, Octaviano ordenaría la ejecución de Casio de Parma, un poeta y el último sobreviviente de los asesinos de César.

Augusto, el Princeps

Después de haber derrotado a Marco Antonio y a Cleopatra, Octaviano tenía que enfrentar aún otro gran reto: estabilizar el sistema político de Roma de forma que no tuviera que abandonar su cargo, pero tampoco exponerse a las dagas que habían acabado con la vida de Julio César. Tenía el camino libre para dar paso a un principado no oficial, pero debía hacerlo obteniendo poder de un modo incremental, puesto que, pese a que Roma se hallaba en un estado de anarquía dados los años de guerra civil que la habían perjudicado, no se encontraba preparada para aceptar a ningún hombre como déspota. El hijo de Acia y su mano derecha, Agripa, fueron elegidos cónsules al entrar a Roma.

El 13 de enero del 27 a.C., Octaviano anunció que devolvía todo el poder al Senado y renunciaba al control de sus provincias. Sin embargo, esto no era más que un show, pues, aun sin territorios bajo su mando, contaba con la lealtad de los soldados en servicio activo y de los veteranos, y ejercía una enorme influencia sobre grupos, seguidores y/o clientes que dependían del patrocinio que podía brindar gracias a su poder financiero, sin rival en la República. El Senado propuso a Octaviano como el vencedor de las guerras civiles de Roma, lo que era una ratificación del poder extraconstitucional del hombre. Con aparente desgana, aceptó supervisar por 10 años las provincias que se consideraban caóticas, que comprendían gran parte del mundo romano conquistado: Hispania, Galia, Siria, Cilicia, Chipre y Egipto. El mando de estos territorios le daría el control de la mayoría de las legiones romanas.

Octaviano se convertía en la figura política más poderosa de Roma y de la mayoría de sus provincias, aunque claro, todavía no tenía el monopolio del poder político y militar. El Senado todavía controlaba África, importante productor regional de cereales, y asimismo Liria y Macedonia; con lo que sus legiones llegaban a 5 o 6, eso sí, incomparables con las 20 leales a Octaviano. En el fondo, tal distribución de poder lo que hacía era ayudar a mantener una fachada republicana para cubrir el principado autocrático que ya estaba en gestación.

Bajo la intención de consolidar su poder en Roma sin exponerse a ninguna traición, Octaviano diseñó para sí el nombre de Augusto, y el 16 de enero el Senado le otorgó tal título, además del de Princeps (Primer Ciudadano). El término «Augusto» procede de la palabra latina Augere, que significa aumentar, y puede traducirse como «el ilustre». Se trataba de un título de autoridad religiosa más que de autoridad política, por el que se decantó en lugar del de Rómulo, uno que también había pensado ostentar, en referencia a la historia del legendario fundador de Roma, y que simbolizaría una especie de segunda fundación. Rómulo se asociaba más con las nociones de realeza y monarquía, imagen que, como ya vimos, el hijo adoptivo de Julio César trataba de evitar. Por otro lado, el de Princeps Senatus significaba el miembro del Senado con mayor precedencia; claro que en el caso de Augusto se convertiría en un título casi de reinado. También se autodenominaría Imperator Caesar divi filius (comandante César hijo del deificado), título con el que se jactaría de su vínculo familiar con su divinizado padre adoptivo y con la tradición romana de la victoria.

La estabilización de Roma

Pronto Augusto se hallaría en todos lados. Nadie cruzaría una calle, iría a una cena, entraría a un templo, o usaría una moneda sin escuchar su nombre, ver su rostro o el de sus hermosos hijos y esposa. Usó su nombre e imagen para promover la paz y la estabilidad, por ejemplo, emitiendo monedas entre el 27 y el 26 a.C., con una versión familiar de su rostro, pero con los nuevos nombres de Augusto y César; que a su vez destacaban imágenes de paz y abundancia, como coronas de laurel, tallos de grano y cornucopias; evocaban a los dioses Apolo y Júpiter; y alababan a Augusto por salvar las vidas de los ciudadanos. Y así como Augusto, las mujeres de su familia también fueron ubicuas. Sus imágenes aparecerían en estatuas, relieves esculpidos, gemas y, de vez en cuando, en monedas. Se construirían edificios dedicados a ellas; sus cumpleaños serían celebrados y se las honraría con sacrificios y oraciones.

Augusto creía que Roma tenía que reestablecerse, no sólo desde el punto de vista político, sino asimismo desde el moral. La decadencia de la élite le molestaba, y también se preocupaba por la disminución de la tasa de natalidad y el daño que los años de guerra civil habían provocado en el tamaño de la población. En este sentido, aprobó una serie de leyes que promovían el embarazo y el parto y castigaba la soltería y la no tenencia de hijos limitando la posibilidad de heredar. Por su lado, los romanos también serían penalizados por adulterio, dado que Augusto convertiría el sexo extramarital con una mujer casada, viuda o soltera, en un crimen público. Nótese que éste no sería el caso para una relación con una esclava, exesclava o prostituta. Sus leyes, aunque serias, generarían oposición en esa parte de la clase alta que, con ellas, vería limitada su diversión.

Estatua de Augusto.[7]

Augusto acabó con un siglo de guerra civil y sentó las bases de 200 años de paz y prosperidad, la famosa Pax Romana. El comercio floreció durante esta época, y gracias a las victorias de Agripa, Roma controló los mares, que constituían la vía más barata de transporte de bienes; la piratería incluso desaparecería de forma virtual. La república constituía un jugoso mercado para los importadores de grano, aunque muchos otros bienes asimismo fueron comercializados. La estabilidad y la seguridad de la ley romana alentaron el préstamo de dinero, en tanto una reducción militar quitaba presión de la recaudación de impuestos. En poco tiempo, las condiciones para un próspero futuro estarían establecidas. Este hombre alcanzaría lo que una vez soñó: la fama y la gloria de Julio César, y no porque emulara las habilidades de este último sobre el campo de batalla, sino porque lo superó en el terreno de la política, construyendo una paz estable y duradera. Las guerras habían demostrado que muy pocos generales eran tan buenos en la política como en los conflictos armados, Augusto, sin duda, era una excepción.

Acuerdo con el Senado

Hacia el 23 a.C., algunas de las implicaciones no republicanas del acuerdo de Augusto con el Senado del 27 a.C. se hicieron evidentes. La retención de un consulado que era anual dejó claro su dominio de facto sobre el sistema político romano y reducía las oportunidades para que otros lograran lo que, aún, era la posición preeminente del estado. Asimismo, estaba causando problemas al desear que Marco Claudio Marcelo, su sobrino, siguiera sus pasos y asumiera él mismo el principado.

Para disipar las sospechas de su antirrepublicanismo y de su intención de perpetuar el principado, Augusto, el 23 a.C., nombró a Cayo Calpurnio Pisón (quien había luchado contra Julio César y apoyado a Casio y a Bruto), como su co-cónsul; asimismo, en tanto sufría de una enfermedad que lo atacó a fines de la primavera y que parecía que le iba a quitar la vida, en su supuesto lecho de muerte, le entregó al reconocido republicano todos sus documentos oficiales, una cuenta de las finanzas públicas y la autoridad sobre las tropas inscritas en las provincias que dirigía; mientras que a sus herederos, y a Marcelo, el sobrino al que, se sospechaba, quería legar todo su poder, no les otorgó sino propiedades y posesiones. Con todo, dio su anillo de sello a Agripa, con la intención de indicar a sus legiones que debían seguir obedeciendo a este general, quien sería su sucesor, a pesar de cualquier disposición constitucional.

Al poco tiempo de superar su enfermedad, Augusto renunciaría a su consulado, no sirviendo en el cargo sino en los años 5 y 2 a.C., en ambas ocasiones para introducir a sus nietos en la vida pública. Este movimiento permitió a los aspirantes a senadores tener mayores chances de lograr el cargo consular, y a él mismo, ejercer un patrocinio más amplio dentro de la clase senatorial. Aunque había dimitido del puesto, deseaba conservar su poder no solo en las provincias otorgadas sino en toda Roma, a partir de aquí llegaría a un segundo acuerdo con el Senado.

Aunque ya no estaba en una posición oficial para gobernar el estado, Augusto todavía presumía de una posición muy dominante sobre las provincias romanas donde todavía era procónsul, o gobernador. Esto, sumado a su posible responsabilidad sobre la guerra librada por Marco Primo, exgobernador de Macedonia, en el reino de Tracia, cuyo rey era un aliado romano, al supuestamente haberle dado a éste la orden de llevar a cabo tal acción (lo que significaría una violación a la prerrogativa del Senado del control absoluto de ciertas provincias sin la interferencia de Augusto, y, en consecuencia, una prueba de sus aspiraciones monárquicas), provocó que el Senado le concediera la autoridad legal para intervenir en cualquier provincia del imperio; un poder constitucional con el que se situaba incluso por encima de otros procónsules –que si bien podían intervenir en los asuntos de otras provincias, no tenían la misma autoridad en Roma, donde debían someterse a la dirección del cónsul de la ciudad–, y que, gracias a sus generosas donaciones, sería renovado en el 13 a.C.

Bajo este acuerdo, a Augusto también se le concedió el poder de tribuno[8] de por vida (si bien no el título oficial), así como la inmunidad propia de tal posición, con lo que podía convocar al Senado y al pueblo a su antojo y plantear asuntos ante ellos, vetar las acciones de la Asamblea o del Senado, presidir elecciones y hablar primero en cualquier reunión. Los poderes de un censor romano se incluyeron asimismo en su autoridad de tribuno, lo que le daba el derecho de supervisar la moral pública, examinar las leyes para asegurarse de que fueran de interés de la ciudadanía, y la capacidad de realizar un censo y determinar la composición del Senado. Algo que hasta ese entonces no tenía precedentes.

Por su parte, Augusto recibía el crédito de cada victoria militar romana en este tiempo, dado que la mayoría de los ejércitos estaban estacionados en provincias imperiales comandadas por él a través de sus diputados. Además, si se libraba una batalla en una provincia del Senado, Augusto, teniendo el imperium maius proconsular (poder proconsular superior), podía tomar el mando y, por tanto, el crédito de las batallas y posteriores victorias. Se convertía así en el único individuo capaz de recibir un triunfo, tradición que comenzó con Rómulo, el primer rey de Roma y primer general triunfante.

Ascenso y expansión

La clase plebeya, la mayor partidaria de Augusto, insistía cada vez más en la participación de éste en los asuntos imperiales. En el año 22 a.C., por ejemplo, el Princeps no pudo presentarse a las elecciones como cónsul y surgieron temores de que el Senado lo estuviera obligando a abandonar el poder; de modo que el pueblo se amotinó y sólo permitió que se eligiera un cónsul en ese y los años 21 y 19 a.C., para que quedara el otro cargo abierto para el hijo adoptivo de Julio César. Asimismo, una escasez de alimentos que tuvo lugar en Roma el 22 a.C., y que generó el pánico, llevó a muchos plebeyos urbanos a pedir que Augusto asumiera poderes dictatoriales para supervisar personalmente el problema. Éste aceptó la autoridad sobre el suministro de cereales de Roma en virtud de su poder superior proconsular, y puso fin a la crisis casi de inmediato.

La expansión de poderes de Augusto llegó a un punto máximo con una aparente conspiración de Fanio Cepión y Lucio Lucinio Varrón Murena (defensor de Marco Primo y quien señalaba a Augusto) en su contra; en la que ambos terminaron ejecutados luego de un juicio en el que Tiberio fungía como fiscal, el jurado los declaró culpables y no tuvieron la oportunidad de dar testimonio para defenderse. Por si fuera poco, el 6 de marzo del 12 a.C., tras la muerte de Lépido, Augusto asumió también el cargo de Pontifex Maximus, el sumo sacerdote del colegio de los pontífices y cargo más importante de la religión romana. El 5 de febrero de 2 a.C., recibiría a su vez el título de pater patriae, o padre de la patria.

Augusto como Pontífice Máximo.[9]

El «reinado» de Augusto, que bien es posible decir que empezó el 23 a.C. después del segundo acuerdo con el Senado, manifestó la dependencia que tenía el régimen republicano de la vida de este hombre, y sirvió para acceder a una estabilidad duradera, que tal vez se hubiera venido abajo sin él.

La enorme influencia de Augusto se debía, en parte, a que era inmensamente rico, gracias a la fortuna heredada de Julio César y también a las que fue adquiriendo durante sus conquistas; se dice que controlaba Egipto, que en ese entonces era uno de los lugares más ricos de la tierra, como su posesión personal. Aparte de esto, sabía cómo elegir sabiamente a sus consejeros; de los cuales, el más destacado fue sin duda Agripa, quien era un solucionador de problemas, constructor, gerente y, cuando era necesario, un ejecutor. Agripa incluso negociaba con senadores y reyes, y patrocinaba programas de infraestructura en Roma y las provincias. Y pese a que no carecía de ambición personal, pareció siempre poner primero su lealtad a Augusto.

Un Augusto maquiavélico que, anteponiéndose siglos antes a los consejos del italiano Nicolás Maquiavelo, tomó las medidas más crueles que consideró necesarias para hacerse con el poder máximo y luego gobernó de una manera que calmó y enriqueció a la gente, que peleó, engañó, mintió, pisoteó la ley y que, se dice, llegó a asesinar a más de 100 senadores, sabía que sus éxitos dependían de sus soldados; de modo que satisfizo a sus tropas dándoles tierras y/o dinero, o estableciéndolos en colonias dentro o fuera de Italia. Primero a partir de los botines de guerra, y luego con impuestos a los ricos.

Augusto, asimismo, tenía un buen ojo para los comandantes renegados, potenciales nuevos Césares si tuvieran la oportunidad. En este sentido, redujo el tamaño de sus fuerzas militares de 60 legiones a 28, con un ejército total de trescientos mil hombres. Cosa que redujo los impuestos, pero que también limitó la capacidad del imperio de expandir sus fronteras. Claro que eso no evitó que éste se expandiera, pues los romanos esperaban de sus líderes la conquista de nuevos territorios y, por lo tanto, la demostración del favor de los dioses. Augusto llevó a cabo esta tarea con responsabilidad y entusiasmo, haciéndose con nuevas tierras en Hispania, el norte de los Balcanes, Germania, y, por supuesto, Egipto. Por su parte, no era un comandante natural, más bien peleaba las campañas que podía, dejando más tarde el generalato a otros, preferiblemente confiables miembros de su familia, a quienes solía transmitirle palabras de prudencia y cuidado.

Quería conquistar Germania y expandir su imperio hasta el río Elba[10], pero sufrió sobremanera cuando, en el año 9, Publio Quintilio Varo perdió tres legiones, o cerca de quince mil hombres, en la famosa batalla germánica del bosque de Teutoburgo[11]. Desastre que redujo el número de legiones a 25, y que, peor aún, le costó a Roma el control de la mayor parte de Germania. Se dice que cuando Augusto recibió esta noticia, gritó: «¡Quintilio Varo, devuélveme mis legiones!»; exclamando la frase de vez en cuando en los meses subsiguientes. Este hecho hizo que dejara crecer una vez más su barba, en señal de luto, aunque sólo por algunos meses.

Representación de la batalla de Teutoburgo.[12]

Bibliografía

Adrian Goldsworthy. Augustus; First Emperor of Rome (2014).

Barry Strauss. Ten Caesars; Roman Emperors from Augustus to Constantine.

David Potter. The Emperors of Rome; The story of Imperial Rome from Julius Caesar to the last emperor (2013). Michael Kerrigan. Dark History of the Roman Emperors (2012).

Michael Kerrigan. Dark History of the Roman Emperors (2012).


[1] Actual Perugia, cerca del río Tíber, en el centro de la península Itálica.

[2] Wikimedia Commons. Livia statue. https://commons.wikimedia.org/wiki/File:Livia_statue.jpg

[3] Marisa Ollero; VCoins Community. The Battle of Naulochus. September 3, 36 BC. http://community.vcoins.com/battle-naulochus-september-3-36-bc/

[4] El cargo más honorable en la religión romana.

[5] Montaña costera italiana que se levanta en el sur del Lacio y que culmina a 541 metros sobre el nivel del mar formando el promontorio homónimo.

[6] Wikimedia Commons. Castro Battle of Actium. https://commons.wikimedia.org/wiki/File:Castro_Battle_of_Actium.jpg

[7] Wikipedia. Statue-Augustus. https://en.wikipedia.org/wiki/File:Statue-Augustus.jpg

[8] Persona que era elegida como cabeza de cada una de las tribus y poseía atribuciones de diverso carácter; que además podía poner veto a las resoluciones del Senado y proponer plebiscitos.

[9] Wikipedia. Augustus as pontifex maximus. https://es.m.wikipedia.org/wiki/Archivo:Augustus_as_pontifex_maximus.jpg

[10] Uno de los principales ríos de la Europa central, el segundo más largo de los que desembocan en el mar del Norte, tras el Rin.

[11] Enfrentamiento armado sucedido en el bosque Teutónico, cerca de la moderna Osnabrück (Baja Sajonia, Alemania) en el año 9, entre una alianza de tribus germánicas encabezada por el caudillo Arminio, y tres legiones del Imperio romano dirigidas por Publio Quintilio Varo, gobernador de la provincia de la Germania Magna, que se extendía hasta el río Elba.

[12] Wikimedia Commons. Akvy Secstievy Battle. https://commons.wikimedia.org/wiki/File:Akvy_Secstievy_Battle.jpg