Cristianismo a principios del Siglo IV
Siguiendo a Rodney Stark[1], la cantidad de cristianos dentro de los territorios romanos para principios del siglo IV –estamos en el período preniceno del cristianismo primitivo– era aproximadamente de 6.299.832[2], lo que constituía más o menos el 10.5% de toda la población del imperio[3] y con seguridad menos del 3% de la mundial[4]. Si junto con estas cifras tenemos en cuenta el mayor número de seguidores de los cultos helénicos, romanos y egipcios, las diversas ramas del cristianismo existentes en ese entonces –como gnosticismo, arrianismo y montanismo, sólo por nombrar a algunas–, casi siempre muy distanciadas unas de otras en cuanto a conceptos, e incluso las –probablemente– más extensas religiones del zoroastrismo en el imperio sasánida[5] y taoísmo y/o budismo de la dinastía Jin[6] y sus alrededores, podemos considerar que el cristianismo, al menos el más parecido al católico u ortodoxo actual[7], todavía no gozaba de gran preponderancia.

Más aún, al inicio de aquel tiempo, es bastante posible que los cristianos, dada la naturaleza secreta e incomprendida de su adoración[9] y su, ya a estas alturas insistente, negativa a participar en los cultos del imperio[10], siguieran siendo vistos con desconfianza y antipatía por el grueso de la sociedad romana, como bien lo demostraría la decisión de Diocleciano en febrero del 303 de desatar una persecución en su contra, que sería mucho más grande que la llevada a cabo por sus predecesores[11].
Con todo –y contrario a la tradición cristiana y hollywoodense–, no debe pensarse que esta persecución hacia seguidores de cristo era constante e implacable, más bien habría sido esporádica y dependiente de las circunstancias, teniendo lugar cada vez que surgiera alguna crisis –invasión extranjera, hambre, peste– en la que los cristianos, haciendo el papel de chivos expiatorios, pudieran verse de una u otra manera como responsables[12]. Vale agregar también que los decretos imperiales contra éstos a menudo se enfocaban en la propiedad de la iglesia, las escrituras o el clero solamente. Las persecuciones, a decir verdad, y no sin importantes construcciones conceptuales por parte de sagaces apologistas, ayudarían a desarrollar doctrinas teológicas que impulsarían todavía más el desarrollo y la difusión de la fe; por ejemplo, mediante la explotación del culto a los santos y de la idea del martirio, entre otros.
Volviendo a la línea de análisis que quiero exhibir, otra evidencia de que las autoridades romanas no estaban especialmente ensañadas hacia los cristianos es que, de hecho, también hostigaban a otros cultos, como el maniqueísmo[13], a cuyos fieles, Diocleciano, en marzo del 302, ordenó ejecutar, esclavizar y despojar de sus propiedades para ser depositadas en el tesoro imperial.
En este punto se hace razonable la idea de que, a principios del siglo IV, el cristianismo –en ninguna de sus versiones– aún no era lo suficientemente significativo como para constituir una seria amenaza para el statu quo del imperio; como para que su exterminio figurara entre los planes más relevantes de la agenda del gobierno. Ahora, ¿Cómo es que, desde esta época –que podemos situar alrededor del año 300–, hasta el 350, el cristianismo pasó de ser un movimiento religioso de cuidado, pero no muy relevante, a convertirse en la fuerza más grande del imperio, arropando bajo su manto a un 56% de la población[14]? Más todavía ¿Cómo es que, cincuenta años más tarde, en el 400, llega a ser la única fe permitida en Roma?
A grandes rasgos, esto podría explicarse, primero: por el notable descenso en la persecución que había en su contra a partir de la abdicación de Diocleciano en el 305[15] y el consecuente reajuste del gobierno imperial, que llevó al fin de todo hostigamiento en el grueso de las provincias occidentales; segundo: por el Edicto de Tolerancia emitido por Galerio en el 311[16], que terminaría de detener casi por completo cualquier persecución de cristianos en todo el imperio –incluso pese a que Maximino Daya[17] no siguiera al pie de la letra lo dictaminado por su augusto en los territorios bajo su cargo–; y tercero y más importante: la victoriosa campaña de Constantino bajo el estandarte de la cruz[18] y la subsecuente unión del Imperio de Occidente bajo su cetro, seguido por el mal llamado «Edicto de Milán»[19] que este soberano firmó junto con su homólogo de los territorios del Este, Licinio –quien, se dice, nunca favoreció realmente al cristianismo, sino que lo toleró de forma poco entusiasta en sus dominios más que nada por la influencia y el poder de Constantino[20]–, en el que, ratificando lo decretado por Galerio en su último año, se otorgaba a los cristianos, en especial a los del Este, el total derecho de practicar su fe sin temor a ser arrestados o perseguidos, al tiempo que se ordenaba la restauración de sus propiedades.
El edicto de Milán y la conversión de Constantino
Vale destacar la posibilidad de que, incluso en el año del supuesto «Edicto de Milán», el cristianismo todavía no era tan poderoso como lo sería décadas después, y es que este documento no constituía el motivo principal de la reunión en la que los augustos de oriente y occidente decidieron consignarlo. Tal encuentro se debía más bien al matrimonio de Licinio con la hermanastra de Constantino, Constancia, y en él, asimismo, se discutieron otros asuntos de estado. Más aún, el documento no sólo iba referido al cristianismo, sino que involucraba a todas las religiones. Fue más allá de la mera tolerancia y encarnó una idea más sólida de la libertad religiosa, basada en la convicción de que la verdadera fe y adoración no podían ser obligadas; al tiempo que trataba a la Iglesia como un organismo corporativo con derechos legales, incluidos los derechos de propiedad.
Siendo así, incluso habiendo cesado el hostigamiento luego de la renuncia de Diocleciano y la determinación de tolerancia de Galerio, el «Edicto de Milán» y la declaración de Constantino como cristiano poco después[21] serían los acontecimientos que marcarían el verdadero punto de inflexión para la acelerada expansión que esta religión sufriría –en lo personal, dada la naturaleza estimativa de las cifras de Stark, yo diría que es plausible que el crecimiento del cristianismo a partir del 313 haya sido más vertiginoso de lo que él expone–. De aquí que sea común escuchar que, de no ser por la conversión del referido emperador y/o el Edicto de Milán, el cristianismo jamás habría llegado a ser lo que es hoy.
Claro que esta afirmación no es del todo cierta ni razonable, porque, aunque es muy probable que sin la influencia de Constantino el cristianismo actual sería diferente –como, de hecho, lo veremos de mejor manera dentro de unos cuantos párrafos–, ello no necesariamente implica que su desarrollo y propagación en aquella época se hubieran visto truncados. Esto no es más que una posibilidad, como lo es también la de que, sin Constantino, su multitudinaria difusión tan sólo habría tardado mucho más tiempo en hacerse realidad. A mi parecer, este último pensamiento es un tanto más aceptable que el anterior, dado que los precursores del cristianismo, aunque a lo largo de 4 siglos no pudieran alcanzar un decisivo reconocimiento por sobre los demás cultos del imperio, sin duda hacían no pocos méritos para propagar sus ideas. Además de establecer éstas de forma que resultaran atractivas y sencillas de entender para los paganos[22] –no cristianos–, podría decirse que aprovechaban cada situación adversa para formularlas y/o desarrollarlas al tiempo que adoptaban para sus propósitos elementos llamativos de otras creencias[23]; y que se hallaban organizados de un modo que les permitía mantener el movimiento de pie frente a la antipatía general de la sociedad, y aun hacerlo crecer[24]. No por nada hay estudiosos que opinan que el «Edicto de Milán» y la conversión de Constantino no impulsaron la propagación de la fe cristiana, sino que fueron una consecuencia de ésta[25].

Yo creo que, sin Constantino, en ese entonces el cristianismo habría hallado de una u otra manera la vía para propagarse a una enorme cantidad de seguidores dentro del imperio y seguramente fuera de él[27]. Ahora, no se me mal entienda, esto no quiere decir que en algún momento de su historia no hubiera podido decaer y hasta desaparecer, ya porque el impulso inicial que le llevó a expandirse no fuera lo suficientemente fuerte para dejarlo mantenerse a lo largo de mucho tiempo, por la hostilidad de algún otro emperador, por la expansión todavía más rápida de otra religión contendiente y/o por haber seguido doctrinas contraproducentes para su crecimiento. En este sentido, resulta claro que el empuje de Constantino no es decisivo únicamente por la ingente difusión cristiana en que derivó, y que este movimiento religioso, asimismo, tuvo que continuar trabajando por su permanencia y ampliación.
En lo tocante a la conversión del referido emperador, hay quienes opinan que, no sólo se debió al poder que el cristianismo estaba alcanzando a nivel político, gracias a sus adeptos dentro de la corte y entre personas influyentes de la sociedad romana[28], sino que, además –y en consecuencia–, ésta jamás fue auténtica, debido a que Constantino, luego de haberse proclamado cristiano, continuó realizando y promoviendo prácticas paganas, como lo demuestra, entre otras cosas, la construcción del Arco de Constantino, que fue completado en el 315 y que está decorado con imágenes de su victoria en el puente Milvio y sacrificios a dioses como Apolo, Diana y Hércules, sin manifestar, a su vez, ningún símbolo cristiano[29]. Por supuesto que este análisis se muestra débil frente al hecho de que, según Eusebio de Cesarea, el monarca, en el último período de su reinado, comenzó a ordenar el saqueo y la destrucción de los templos paganos[30] y a predicar en contra de las prácticas relacionadas con éstos. También por el financiamiento que le otorgó a la iglesia cristiana, los constantes proyectos de construcción que ejecutó junto a ésta y el apoyo retirado a los demás cultos, todo a lo largo de su reinado.
Otros estiman que, puesto que el número de cristianos en Roma cuando Constantino llegó al poder todavía era insignificante; que la mayoría de éstos en realidad se encontraba entre las clases menos relevantes políticamente hablando –ya que en ellas las ideas cristianas solían tener un mayor efecto–; que el culto más popular dentro de las legiones era más bien el mitraísmo[31]; y que el imperio romano no era una especie de democracia donde ganar el apoyo popular otorgaba poder político, sino una oligarquía militarista, donde el poder provenía principalmente del apoyo del ejército y luego del de las clases senatoriales y ecuestres; tiene sentido que la conversión de este gobernante sí haya sido genuina. Quizás hasta promovida por su madre Helena, quien, se cree, era cristiana. Tal vez Constantino se comprometió a seguir al dios de su madre si éste le ayudaba a ganar la batalla del puente Milvio, y cuando lo hizo, mantuvo su juramento como cualquier buen soldado supersticioso romano lo habría hecho.
Teniendo en cuenta todos los hechos, parece sensato creer tanto que la conversión de este emperador fue auténtica como que, a su vez, estuvo influenciada por la de una buena cantidad de soldados y personas, de una u otra forma, importantes en su vida. En cualquier caso, no cabe duda de que selló un antes y un después en la historia del cristianismo.
Tomando de nuevo el tema que nos ocupa, véase que los cristianos, como buenos oportunistas, después del 313, honraron públicamente las tumbas de los mártires que murieron durante las pasadas persecuciones e hicieron que los confesores mártires, a menudo desfigurados por la tortura, emergieran del subsuelo para que unos con otros se besaran las heridas durante el primer concilio ecuménico[32]. Actividades que obviamente estaban destinadas a hacer crecer el número de sus seguidores.
Luego, una de las señales del inmediato efecto que tuvo en esta religión tanto la conversión de Constantino –y su profesión abierta de la misma– como el «Edicto de Milán», fue el número de construcciones erigidas. En aquellos años se cimentaron y finalizaron no pocas basílicas, en particular las grandes iglesias de Pedro en el Vaticano, de Pablo en la Vía Ostiensis, de san Lorenzo, de santa Inés, y la basílica y el palacio de los obispos de Roma en los jardines de Letrán. Asimismo, en innumerables ciudades del imperio aparecieron estos edificios por lo general espléndidamente adornados y algunos de gran suntuosidad, como la memorable basílica de Tiro que Eusebio inauguró y cuya descripción guardó en sus escritos. Que un edificio de tal magnificencia surgiera en una ciudad que recientemente se hallaba del lado del paganismo, ilustra el poder y la opulencia que estaban gozando los cristianos, quienes sólo necesitaron unos años de paz asegurada y el favor imperial para crear obras tan poderosas y desarrollar rituales majestuosos y tan elaborados alrededor de éstas.
Impacto de la conversión de Constantino
Si bien Constantino no se libró de los símbolos paganos que acompañaron a su imagen –sus apologistas alegan que ello se debía al deseo de mantener la paz y tranquilidad pública, ya que, después de todo, en los años siguientes al 313 todavía gobernaba sobre una sociedad mayormente pagana–, no cejó en ayudar y promover los intereses de la religión que, creía, era la verdadera. Hasta cierto punto brindó a la orden eclesiástica de ésta una exención de los deberes públicos que odiaban, y, dada su posición, sin usar ninguna medida violenta, poco a poco comenzó a restringir los cultos paganos, a separarlos de la vida social ordinaria de los ciudadanos. Pronto, en el 319, prohíbe todas las ceremonias de sacrificio que fueran privadas. Algunos ritos públicos, aunque continuaron, dejaron de contar con su antigua pompa y distinción a medida que la frialdad del emperador hacia ellos aumentaba.
Como lo demuestran el concilio de Letrán, del 313, y el de Arlés, del 314, Constantino facilitó una conexión rápida entre la sociedad civil y este cristianismo que se encontraba en pleno auge –por ejemplo, recibiendo una petición de los donatistas[33] para que fuera revocada la decisión que el papa Melquíades tomó en Letrán respecto a la designación de Ceciliano como obispo Cartago[34], y, por lo tanto, convocando la asamblea de Arlés para tratar el asunto–. Autoridades cristianas tenían una gran influencia en la corte del emperador, misma que deparaba en la promulgación de leyes directamente atribuibles a su religión; como la del descanso de los sábados, día santo para las comunidades cristianas en el que ahora los tribunales de justicia y los negocios públicos deberían permanecer cerrados. En esta misma línea se abrogaron leyes hostiles al celibato, se aprobaron otras sobre la inmoralidad, y el castigo de la crucifixión fue abolido de forma significativa –más tarde lo sería por completo–. Una concesión aún más relevante hecha a la iglesia sería la del poder más completo para recibir los legados de los piadosos[35], disposición que tuvo consecuencias de enorme alcance en posteriores épocas.
Un acontecimiento que puede percibirse como cuarta explicación de la propagación del cristianismo fue la disputa iniciada en el 314 entre Licinio y Constantino, que terminó con la derrota y ejecución del primero en el 324, y la sucesión pacífica del segundo al trono del Este, quien a partir de entonces tendría bajo a su gobierno al imperio completo[36]. Esto provocó que los movimientos paganos en oriente que, auspiciados por Licinio, se esforzaban por recuperar su terreno, lo perdieran y terminaran fracasando en sus aspiraciones.
Licinio nunca estuvo de acuerdo con el favor que su colega de occidente otorgaba a los cristianos, y su aversión hacia éstos se fue manifestando de forma gradual. Eventualmente comenzó a prohibir los sínodos del clero y a emitir decretos insultantes para los obispos. En algunas de sus provincias, en contravención directa al Edicto de Milán, se cerraron las iglesias cristianas, y finalmente se llevó a cabo una persecución parcial. Circunstancias que pueden mirarse como un esfuerzo final del paganismo para imponerse contra el rápido crecimiento del cristianismo en el imperio.
La muerte de Licinio dejó a Constantino como único gobernador de Oriente y Occidente. El primer acto del conquistador fue, de inmediato, retirar los edictos anticristianos recientemente promulgados por el difunto y otorgar a los seguidores orientales del crucificado todos los privilegios que sus homólogos en occidente ya disfrutaban desde hacía varios años. Puede decirse, en esencia, que el año 324 fue testigo de un final temporal de la prolongada lucha entre el cristianismo y el paganismo.
Aparición del arrianismo
Ahora, por muy resplandeciente que luciera el futuro del cristianismo de la mano de Constantino entre el 313 y el 324, lo cierto es que el primero comenzó a sufrir bastante pronto de enredos teológicos dentro de la corte imperial y la política eclesiástica, generados por quienes pretendían desconocer y/o modificar ciertas doctrinas de la «ortodoxia» –como los ya mencionados donatistas–. La disputa más sobresaliente en este sentido fue la que surgió a partir de la difusión de las ideas de Arrio, presbítero de Alejandría y discípulo de Luciano de Antioquía[37], en las que, a grandes rasgos, se manifestaba que Jesús, aunque divino, no era de una sola «sustancia» con el Padre y no era intrínsecamente eterno, ya que, en realidad empezó a existir antes de que comenzara el tiempo.
Esta doctrina respecto a la figura central de la fe cristiana se extendió velozmente mucho más allá de Alejandría –especialmente en el Mediterráneo oriental– y se convirtió en todo un tema de discusión y perturbación para la Iglesia. El obispo Alejandro de Alejandría convocó un sínodo regional en el 321, en el que condenó a Arrio y lo expulsó de la comunión con la iglesia, pero, aun así, los puntos de vista del primero siguieron compartiéndose por otros, incluidas figuras tan influyentes como Eusebio de Nicomedia.
Fue entonces cuando Constantino, para frenar la escisión que se estaba produciendo en el seno de la cristiandad, convocó un concilio en Nicea con la intención de resolver la controversia arriana. Entre 250 y 318 obispos de todo el imperio –y más de 2000 líderes eclesiásticos–, e incluso de fuera de él, asistieron al llamado, donde se enfrentarían, liderados por el archidiácono de Alejandría, Atanasio, aquellos que defendían la idea de que Cristo era coeterno con el Padre, en contra de quienes, guiados por Arrio, insistían en que «Dios el hijo» venía después de «Dios el padre».
Después de un debate acalorado –en el que incluso Nicolás de Myra habría abofeteado a Arrio en la cara[38]– que duró aproximadamente dos meses, y en el que cada facción argumentaba apelando a las escrituras, la mayoría de los obispos finalmente acordaron un credo, conocido posteriormente como el «Credo de Nicea»[39], que incluía la palabra homoousios[40], que significa «consustancial» o «uno en esencia» y que claramente era incompatible con las creencias de Arrio. El 19 de junio de 325, el consejo y el emperador emitieron una circular a las iglesias en Alejandría y sus alrededores: Arrio y dos de sus partidarios inflexibles fueron depuestos y exiliados a Ilírico, mientras que otros tres partidarios: Theognis de Nicea, Eusebio de Nicomedia y Maris de Calcedonia, apoyaron la decisión únicamente por deferencia al emperador –claro que pronto Constantino encontraría razones para sospechar de la sinceridad de estos tres, lo que le llevó a incluirlos en la sentencia de Arrio–.

A pesar de que a corto plazo este concilio de Nicea no fue muy significativo –el arrianismo continuaría extendiéndose e incluso pronto recuperaría casi todos los derechos que perdió, manteniéndose en el centro del debate eclesiástico prácticamente por todo el siglo IV[42]–, a largo plazo sí que tuvo un impacto relevante. No sólo por ser la primera ocasión en que se reuniera una enorme cantidad de representantes de iglesias, ni porque la conclusión de tal reunión constituyera un primer paso en la formación del futuro y dominante cristianismo católico, sino porque fue el comienzo de la práctica de usar el poder secular para establecer la ortodoxia doctrinal –ejemplo que sería seguido por emperadores posteriores y futuros líderes–; lo que más tarde provocaría un círculo de violencia y de resistencia dentro y alrededor de esta religion.
El efecto del Concilio de Nicea
La importancia política de este Concilio de Nicea, sin duda alguna, radica en la participación e influencia del emperador. El propio Constantino asistió a las sesiones y asumió la carga principal de controlar a los obispos; lo que da cuenta de la magnitud del control del gobierno sobre la iglesia y la rapidez con que se produjo. La iglesia, al recibir la aprobación y el apoyo del estado, renunció rápidamente a sus derechos de autogobierno. Al mismo tiempo, sin embargo, las enseñanzas de la iglesia se estaban integrando en el gobierno estatal. Cuando los obispos ortodoxos triunfaron y escribieron el Credo de Nicea, «la ley fundamental y el estatuto del cristianismo trinitario», Constantino exigió que todos los obispos se suscribieran a él. Luego denunció a los disidentes y decretó que todas sus obras fueran destruidas. La pena por poseer una obra escrita por Arrio y negarse a quemarla era la muerte. El Credo de Nicea se proclamó universalmente como ley imperial. A través de la participación de Constantino, la doctrina cristiana se legisló en todo el Imperio. De aquí en adelante iglesia y estado, unidos en la persona del emperador, se volverían casi inseparables. Siguiendo a Francis Opoku en una cita de Alexander Clarence Flick:
La interferencia en las preocupaciones más vitales de la Iglesia sería reconocida como una prerrogativa imperial. El Emperador convocó al Concilio, presidió sus procedimientos, actuó como mediador entre las facciones rivales, forzó al Credo de Nicea a la Iglesia, fijó el día para celebrar la Pascua y aprobó los primeros cánones eclesiásticos.
Cita Original:
Interference in the most vital concerns of the Church was recognized as an imperial prerogative. The Emperor called the Council, presided over its proceedings, acted as mediator between contending factions, forced the Nicene Creed on the Church, fixed the day for celebrating Easter, and approved the first ecclesiastical canons.[43]
Los efectos de este matrimonio entre iglesia y estado, auspiciado por Constantino, sacudieron al imperio y tuvieron efectos profundos e irreversibles en ambas instituciones. En tanto este emperador legislaba a favor de la religión, la población iba derivando gradualmente hacia el campo de ésta. Muchas personas, simplemente siguiendo el liderazgo del monarca, sustituyeron a Júpiter por Cristo, a la eucaristía por el sacrificio y al bautismo por el taurobolio[44]. Obedecer la ley pronto se tradujo en aceptar los principios básicos del cristianismo. El derecho civil promovió los valores cristianos. El cambio en el derecho penal desdibujó la distinción entre las nociones teológicas del pecado y las consecuencias legales del delito. Puede que no hayan entendido el cristianismo o lo hayan creído sinceramente, pero de todos modos estaban sujetos a él a través de las leyes civiles.
El propio Constantino, en especial en la última etapa de su vida, promovió fuertemente el cristianismo tratando de convertir a sus súbditos a través de gobernadores cristianos en las provincias, mediante cartas y sermones, recompensando a los pueblos por convertir templos en iglesias y por adoptar el culto adecuado.
Se cree que, de un momento a otro, se llegó a un punto en que la iglesia se habría ganado la lealtad moral de la gente, y que en adelante el imperio tendría que trabajar a través de la iglesia para mantener su lealtad. Al crear un estado cristiano y fusionar la política con la religión, Constantino, en cierto sentido, se habría puesto a merced de la iglesia. Los emperadores ahora dependerían de su apoyo para el apoyo de la gente.
A estas alturas, e independientemente de las razones que lo llevaron a convertirse y a favorecer tanto al cristianismo, no queda duda del ingente impulso que Constantino le dio a la iglesia cristiana. No por nada Eusebio de Cesarea lo alaba hasta el cansancio en sus textos, incluso refiriéndose a él como la mano de dios en la historia humana[45]. Este emperador probablemente fue visto como una suerte de santo político por parte de los líderes de la iglesia, a quien no se consideró impío designar como decimotercer apóstol[46], y cuyos juicios debían ser aceptados sin quejas.
Queda explicado en este punto cómo fue que el cristianismo pudo haber pasado de ser una religión minoritaria en el año 300, a convertirse en la mayor fuerza del imperio romano aproximadamente 50 años más tarde. Ahora bien, ¿Hubiera ocurrido todo esto sin Constantino? Probablemente no, ya que la intervención de éste en el movimiento fue demasiado específica como para pensar lo contrario. Sin el emperador es probable que el cristianismo aún lograra una enorme difusión, sí, pero no que alcanzara tanto poder ¿Cómo los cristianos habrían logrado erigir tantas basílicas sin la ayuda del monarca? Por ejemplo, o ¿Cómo habrían detenido la hostilidad que, en los territorios de Licinio, todavía se cernía sobre ellos de parte de las autoridades, si el gobernante del imperio no los hubiera amparado?
Ya con 60 años, a fines del 336[47], la vitalidad de Constantino comenzó a disminuir, su muerte se aproximaba, cosa que, debido a la orden de que su tumba fuera preparada en la iglesia de los Santos Apóstoles de Constantinopla, él mismo ya preveía. Se retiró a su ciudad y, poco después de la fiesta de pascua del 337, cayó gravemente enfermo. Dejó Constantinopla para ir a los baños calientes cercanos a Helenopolis, la ciudad de su progenitora. Allí se dio cuenta de que su muerte se hallaba más cerca de lo que esperaba. Pronto intentó regresar a su ciudad, pero sólo fue capaz de llegar hasta Nicomedia, donde solicitó ser bautizado en el cristianismo, eligiendo al arriano Eusebio de Nicomedia como el encargado de ejecutar la tarea. El 22 de mayo Constantino dejó de vivir.
Como es deducible de la elección que el soberano de Roma hizo para ser bautizado, la lucha en el seno de la iglesia entre arrianos y anti-arrianos no finalizó, en absoluto, con el concilio de Nicea. Es más, debido a los varios destierros que el mismo Atanasio recibió después de éste, y al regreso de Arrio y varios de sus seguidores a la iglesia[48] poco tiempo después, hay quienes creen que Constantino, cuyo objetivo era la tolerancia religiosa en pro de la paz del imperio, llegó a pensar que se había puesto del lado equivocado en Nicea; del lado de quienes, en realidad, con su ferviente persecución a los arrianos, estaban perpetuando los conflictos dentro de la religión.
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[1] Sociólogo estadounidense, en su obra The Rise of Christianity: A Sociologist Reconsiders History.
[2] Rodney Stark. The Rise of Christianity (1996), p. 6. También en: David Atherton. Christian Population in the Roman Empire. http://www.forumancientcoins.com/board/index.php?topic=40556.0;wap2.
[3] Suponiendo que ésta fuera de 60 millones, tal y como estima Stark. Aunque, de acuerdo con The Cambridge economic history of the Greco-Roman world Escrito por Walter Scheidel, Ian Morris y Richard P. Saller. Esa cifra podría ser mayor, dado que en el 165 habría 72 millones de personas en el imperio.
[4] Basado en: Anna Barford. Population Year 1 (2006). http://archive.worldmapper.org/posters/worldmapper_map7_ver5.pdf
[5] Fundado en el 226 sobre los actuales Irán, Irak, Armenia, Afganistán y partes del este de Turquía y Siria.
[6] Que gobernó el territorio de China desde 265 hasta el 420.
[7] Ese que tiempo después formularía el credo de Nicea.
[8] Wikimedia Commons. World in 300 CE. commons.wikimedia.org/wiki/File:World_in_300_CE.PNG
[9] Eric Robertson Dodds. Pagan and Christian in an Age of Anxiety (1965), p. 111.
[10] En especial en el culto al emperador, cosa que empezó en la época de Adriano.
[11] Y cuyo objetivo era eliminar de los cristianos todos los honores y oficios, limitar su acceso a la justicia y negarles la libertad y los derechos jurídicos, haciéndolos inexistentes ante la ley. Esta esta persecución fue más intensa en el este, donde persistió hasta la primavera de 311, que en el oeste, donde en algunos territorios, especialmente en la Galia y Gran Bretaña, los cristianos sufrieron muy poco. Noel Lenski. The Significance of the Edict of Milan, in Edward Siecienski, Constantine: Religious Faith and Imperial Policy. https://www.academia.edu/31384654/The_Significance_of_the_Edict_of_Milan_in_Edward_Siecienski_Constantine_Religious_Faith_and_Imperial_Policy_London_2017_27-56
[12] De los 54 emperadores que gobernaron entre el 30 y el 311, tan sólo una docena se esforzó por perseguir a los cristianos. Por otro lado, se ha calculado que entre la primera persecución bajo Nerón en el año 64 d.C. al Edicto de Milán en el año 313, los cristianos experimentaron 129 años de persecución y 120 años de tolerancia y paz. Esto se debía, en términos generales, a que en el imperio romano comúnmente se permitía la libertad de culto. ReligionFacts. Persecution in the Early Church. http://www.religionfacts.com/persecution-early-church
[13] Religión universalista (abierta a todos los seres humanos) fundada por el sabio persa Mani, quien decía ser el último de los profetas enviados por Dios a la humanidad.
[14] Stark op. cit. (2), p. 10.
[15] Donald M. Spence. Early Christianity and Paganism (1902), Chapter XVI. From Paganism to Christianity, SECTION I.—THE CHANGE. https://erenow.net/ancient/early-christianity-and-paganism-1902/46.php
[16] Galerio fue emperador romano desde el 305 hasta el 311, parte de la tetrarquía de Diocleciano. Su Edicto de Tolerancia puso un punto final a las medidas represivas instituidas anteriormente en contra de los cristianos.
[17] César y supremo gobernante de más al Este en ese entonces.
[18] Conocida como la batalla del Puente Milvio; en la que Constantino I se enfrentó y derrotó militarmente a Majencio. Este suceso es de suma importancia para el cristianismo porque en él, según los escritos que lo relatan, Constantino, quien por entonces era todavía un pagano, tuvo una visión que lo llevó a combatir bajo la protección del Dios cristiano. Este sería el punto de inflexión para su conversión al cristianismo.
[19] No fue un edicto sino una carta publicada por Licinio en varias ciudades del Este, como Nicomedia, la residencia del emperador. Al igual que otra correspondencia oficial, fue escrita a nombre de ambos emperadores y su contenido refleja la mano de Constantino. George Weigel, The Tablet. The Impact of The Edict of Milan – 1,700 Years Later (junio, 2013). https://thetablet.org/the-impact-of-the-edict-of-milan-1700-years-later/
[20] Eusebio de Cesarea incluso lo llama «perseguidor». Milton V. Anastos. The Edict of Milan (313): A Defence of its Traditional Authorship and Designation. https://www.persee.fr/doc/rebyz_0766-5598_1967_num_25_1_1383
[21] Constantino sólo se declaró cristiano después de emitir el Edicto de Milán. Escribiendo a los cristianos, dejó en claro que creía que debía sus éxitos a la protección de ese Dios. Peter Brown. The Rise of Western Christendom (1996); New Religion in a New Empire: Christianity before Constantine.
[22] Por ejemplo, el cristianismo enseñaba que la ascendencia y los linajes ya no eran relevantes. Según Pablo, la fe en Cristo era todo lo que se necesitaba para la salvación. Esta nueva idea provocó que el movimiento ya no se limitara a un área geográfica o a un grupo étnico, dando paso de esta forma a una religión portátil disponible para todos. La idea de la salvación fue otra innovación. Los paganos no tenían un concepto similar, pero algunos tenían preocupaciones sobre su existencia en el más allá. Pablo escribió que la muerte de Cristo fue un sacrificio que eliminó el castigo por el pecado de Adán, un sacrificio para la expiación y salvación de los cristianos; para quienes la muerte física ya no era una realidad, dado que serían transformados en «cuerpos espirituales» cuando Cristo regresara (1 Corintios 15). A medida que pasó el tiempo y Cristo no regresó, los cristianos aceptaron la muerte del cuerpo, pero se les prometió una recompensa en el cielo.
[23] El cristianismo compartió algunos elementos con los cultos del misterio (como el de Deméter y Dioniso) que fueron populares en el período helenístico. Estos cultos requerían iniciación y ofrecían información secreta sobre una vida mejorada en este mundo, así como una transición suave hacia una buena vida futura. Dichos cultos también utilizaron la idea de un dios moribundo y naciente.
[24] Los cristianos adoptaron el sistema griego de asambleas políticas y el sistema romano de un supervisor (obispo) de una sección de una provincia (una diócesis). En el siglo I d. C., los obispos fueron elegidos líderes administrativos. Una innovación en el oficio de obispo ocurrió en algún momento entre los siglos I y II, dado que éstos ahora tenían el poder de absolver los pecados a través de su posesión por el Espíritu Santo. Los diáconos fueron elegidos inicialmente como ayudantes en la distribución de caridad y eventualmente se convirtieron en sacerdotes.
[25] Stark op. cit. (2), p. 2.
[26] Wikipedia. Rome-Capitole-StatueConstantin. https://en.wikipedia.org/wiki/File:Rome-Capitole-StatueConstantin.jpg
[27] Véase que el reino de Armenia, protectorado del imperio romano a partir del año 165, fue, en el 301, el primer estado en declararse cristiano.
[28] David B. Kopel. Christianity before Constantine; C. More and More Christian Soldiers, p.9. https://papers.ssrn.com/sol3/papers.cfm?abstract_id=1144924. Véase el relato de por qué Diocleciano inició, en primer lugar, la persecución a cristianos.
[29] Otra prueba de esto es que sus monedas y otros adornos oficiales, hasta 325, lo habían afiliado al culto pagano de Sol Invictus. Los símbolos cristianos aparecían sólo como atributos personales de Constantino entre sus manos o en su lábaro.
[30] Eusebius Pamphilius. Church History, Life of Constantine, Oration in Praise of Constantine; Destruction of Idol Temples and Images everywhere, p. 808.
[31] Religión mistérica muy difundida en el Imperio romano entre los siglos I y IV d. C. en que se rendía culto a una divinidad llamada Mitra.
[32] Weigel op. cit. (19).
[33] Adeptos al donatismo, movimiento cristiano iniciado en el siglo IV en Numidia, que nació como una reacción ante el relajamiento de las costumbres de los fieles. Iniciado por Donato, obispo de Cartago, en el norte de África, aseguraba que sólo aquellos sacerdotes cuya vida fuese intachable podían administrar los sacramentos, y que los pecadores no podían ser miembros de la Iglesia.
[34] Los donatistas acusaban a Ceciliano de traidor, por haber entregado ejemplares de las Sagradas Escrituras a las autoridades, durante una persecución. También argumentaban que su nombramiento como obispo era inválido debido a que había sido realizado por Félix de Aptonga, quien habría incurrido en el delito de apostasía igualmente durante una persecución.
[35] Asignación, por última voluntad, de una cosa particular que forma parte de un patrimonio, a una iglesia o institución eclesiástica.
[36] Spence op. cit. (15).
[37] Influyente teólogo. Particularmente valorado entre los cristianos ortodoxos. Se le considera el fundador de la Escuela de Antioquía.
[38] Mickey Gollahon. Moses, The Ten Commandments & The Council of Nicaea; The Council of Nicaea.
[39] Precursor del credo católico actual.
[40] «And in one Lord Jesus Christ, the Son of God, begotten of the Father [the only-begotten; that is, of the essence of the Father, God of God,] Light of Light, very God of very God, begotten, not made, being of one substance with the Father».
[41] Wikipedia. Rylands Nicene Creed papyrus. https://en.wikipedia.org/wiki/File:Rylands_Nicene_Creed_papyrus.jpg
[42] Atanasio, que había sucedido a Alejandro como Obispo de Alejandría, fue depuesto por el Primer Sínodo de Tiro en el 335 y Marcelo de Ancira, partidario acérrimo del primero, lo siguió en el 336. Arrio mismo regresó a Constantinopla para ser readmitido en la Iglesia, pero murió poco antes de que pudiera ser recibido. Constantino murió al año siguiente, después de recibir finalmente el bautismo por parte del obispo arriano Eusebio de Nicomedia.
[43] Francis Opoku; School of Theology and Missions, Valley View University, Accra, Ghana. CONSTANTINE AND CHRISTIANITY: THE FORMATION OF CHURCH/ STATE RELATIONS IN THE ROMAN EMPIRE (2015), p. 25. ajol.info/index.php/ijrs/article/viewFile/119594/109054
[44] Rito de los misterios de Cibeles y Atis en el que se sacrifica un toro.
[45] Opoku op. cit. (43) p. 27.
[46] Eusebius op. cit. (30), p. 667. And yet again it is shown in what seems at this distance his Conceit, sublime in its unconsciousness in reckoning himself a sort of thirteenth, but, it would seem, a facile princeps apostle, in the disposition for his burial, «anticipating with extraordinary fervor of faith that his body would share their title with the apostles themselves.…He accordingly caused twelve coffins to be set up in this church, like sacred pillars, in honor and memory of the apostolic number, in the centre of which his own was placed, having six of theirs on either side of it» (V. C. 4. 60).
[47] En ese momento se estaba preparando para la guerra contra los persas y pasó mucho tiempo en Asia Menor formando un ejército.
[48] Atanasio fue exiliado 5 veces en total; la primera en el 335, de parte de Constantino y a petición de Eusebio de Nicomedia; la segunda en el 338, por Constancio, que, viendo que el patriarca de Alejandría regresaba a la iglesia ante la ausencia de su padre, renovó la orden de éste; la tercera, nuevamente por Constancio, en el 356, dentro de sus políticas que, según escritores cristianos, favorecían al arrianismo; la cuarta, en el 362 por el emperador Juliano, promotor del paganismo; y la quinta, en el 364, por parte de Valente, quien, se dice, también favorecía al arrianismo. Arrio, por su parte, y por orden de Constantino a Alejandro de Constantinopla, sería recibido de nuevo en la iglesia en el 336 (habiendo ya reformulado su doctrina cristológica para silenciar las ideas que sus críticos consideraban más objetables). Según Sócrates de Constantinopla, murió antes de que esto sucediera.