Como se puede ver a lo largo de los artículos publicados en esta página, las teorías negacionistas del holocausto carecen de validez dentro del mundo académico. Me atrevería a decir que la mayoría de ellas son tenidas en la actualidad por sandeces, y las pocas que en algún momento aparentemente llegaron a plantear un problema serio a la historia oficial del holocausto –como los argumentos químicos de Rudolf; la negación de la existencia de hoyos para depositar el Zyklon B de John Ball, Faurisson y el mencionado químico; y la imposibilidad de la cremación de cadáveres gaseados de Mattogno y otros–, ya han sido amplia e implacablemente refutadas. Esto, junto con las derrotas judiciales que han sufrido conocidos negacionistas en distintos países –como Zündel, Irving y el mismo Rudolf–, y sus relaciones con movimientos claramente antisemitas, es, ha sido y probablemente seguirá siendo lo que no permite que los negadores de la shoah sean bien considerados por la mayoría de la sociedad.
Esto no quiere decir ni mucho menos que los negacionistas hayan cesado en sus tentativas de desmentir la historia del holocausto, hoy en día todavía hay una buena cantidad de websites y autores que buscan esto de forma constante, aunque ya no causando el mismo revuelo social provocado en la década de los 90 por distintos informes y libros. Los argumentos del negacionismo moderno son mucho menos elaborados que antes dado que ya no existen pruebas determinantes que lo fundamenten y, en los mejores casos, consisten no más que en la oposición a evidencias que en algún momento desmontaron sus teorías «más sólidas». Claro que tampoco falta quien, ignorando estas evidencias –ya sea por desconocimiento o conveniencia–, siga utilizando planteamientos negacionistas ya desenmascarados. Esto es lo que ocurre, por ejemplo, en las redes sociales y el internet de Latinoamérica, donde es fácil encontrarse con algún individuo proclamando que el holocausto es una mentira y sustentándose en el informe Leuchter.
A partir de lo anterior se entiende por qué es tan común observar que el negacionismo se manifiesta a través de propagandas sin sentido; ataques en contra de los principales historiadores y figuras que sostienen la versión oficial del holocausto; y la creación de teorías conspiracionistas en contra del sionismo, Israel, las potencias mundiales e incluso el socialismo –aunque bien pudiera ser que éste sea, en realidad, el fin del negacionismo del holocausto–. En este sentido termina hundiéndose todavía más en el charco de infamia en el que se encuentra desde hace ya un buen tiempo; termina alejándose sin lugar a duda del título que sus más importantes representantes pretenden darle: el de revisionismo de la historia.
Sabiendo todo esto, la pregunta inmediata que uno se haría es por qué el negacionismo sigue teniendo tantos seguidores en todo el mundo, y la principal respuesta es que muchas personas, con quienes es fácil interactuar gracias a la extraordinaria capacidad de conexión que suministran las redes sociales, desconocen la historia y sus evidencias; y ello, junto con determinados factores sociales los hace propensos a creerse casi cualquier disparatada teoría de conspiración con apariencia de razonable. Los mencionados factores serían, a mi parecer: descontento con el sistema social bajo el que viven y la necesidad psicológica de desmarcarse del resto. Diría asimismo que un pensamiento crítico, un tanto científico, les ayudaría a ver las cosas de una manera, si se quiere, más clara.
Debido a que el grueso de la información real de la historia del holocausto –y la no tan real elaborada por sus negadores–, en internet, se halla más que nada en inglés, es comprensible que para los hispanohablantes las teorías negacionistas sean toda una novedad, y que desconozcan gran parte de las investigaciones que las impugnan. De hecho, no he podido encontrar réplicas en la web en español de investigaciones tan importantes como las de Richard J. Green o las de Robert Jan van Pelt. En este sentido, los negacionistas latinoamericanos, a diferencia de sus pares del norte, todavía afirman que el informe Rudolf no ha sido refutado, que los números de Einar Aberg y el informe de la cruz roja demuestran que no pudieron haber muerto 6 millones de judíos, que el informe Leuchter derrumba por sí solo toda la historia del holocausto, y otras cosas más. Los argumentos de los negadores de la shoah anglohablantes, como se puede observar en no pocos foros, contienen en cambio información más reciente y tratan cuestiones que requieren más análisis y conocimientos para ser entendidas.
Es esta ausencia de información en la web en español otro de los principales motivos para la realización de este repaso por las investigaciones que desmontan los principales alegatos negacionistas; además claro de la exposición de la verdad de un hecho tan importante para la historia de la humanidad como el holocausto, uno que muchos, gracias a la irresponsabilidad de ciertos grupos, niegan hoy de forma soberbia, atacando consecuentemente a determinados grupos políticos a nivel internacional y manifestando una ridícula aversión en contra de lo judío. Porque precisamente esto es lo que implica la negación del holocausto: la descabellada idea de que ciertos individuos poderosos, la mayor parte de ellos judíos, han engañado al planeta fabricando un hecho para beneficiar sus propios intereses de dominio mundial; y que los testigos, víctimas y perpetradores de este acontecimiento, son todos copartícipes de esta monumental farsa. El calificativo de este pensamiento debe ser el superlativo de disparatado.
¿Qué pasaría entonces si, como debe ser el deseo de los negacionistas, a partir de mañana todos los gobiernos y académicos serios del mundo declararan que el holocausto ha sido un engaño, que nunca ocurrió, y que Hitler y el nazismo fueron en realidad un hombre y un movimiento ejemplar? Pues lo primero es que, con toda probabilidad, se va a desatar una ola de antisemitismo incontrolable en el mundo –muchísimo más alta de la que ya se puede observar en la actualidad, que, hasta cierto punto, se ve contenida por los gobiernos y determinadas leyes– que va a acabar y/o perjudicar la vida de no pocos inocentes. Lo segundo es que los partidos de ideologías fascistas o nacional-socialistas tendrán un gran auge y, eventualmente, la peligrosísima oportunidad de hacerse con el poder en algún estado europeo ¿Algún Hitlerlover podría siquiera imaginar las catastróficas consecuencias del surgimiento de otro Adolf, Stalin o Mussolini?
Es esta línea de pensamiento la que hace bastante verosímil la sugerencia de Joe Mulhall, columnista para The Guardian e investigador de la organización contra el racismo Hope not Hate[1], en su artículo Holocaust denial is changing – the fight against it must change too publicado en este mismo periódico, de que los horrores del holocausto constituyen el principal obstáculo para la resurrección de las ideologías fascistas, por lo que la negación de estos hechos, junto con el intento de blanquear el historial de crímenes del tercer Reich, es una actividad que nace ya a fines de la segunda guerra mundial en círculos de extrema derecha; aunque no se limita sólo a éstos.
Se observa entonces la posibilidad, muy razonable a mi parecer, de que la negación del holocausto a nivel mundial, además de otros métodos para desprestigiar este acontecimiento, como el de restarle importancia histórica, es en realidad una manera de reivindicar determinadas ideas políticas –seguramente nacionalistas y antisemitas– y socavar otras. Aunque por supuesto que tendría que hacerse una investigación mucho más profunda de este asunto para poder corroborarlo.
[1] En esta organización, Mulhall supervisa grupos e individuos de extrema derecha y dirige una unidad de monitoreo anti-musulmán que rastrea grupos organizados anti-musulmanes en Europa y América del Norte.