No hay duda de la grandeza, majestad, y otro montón de cualidades enaltecedoras que Jesús de Nazaret posee para casi un tercio de la población mundial: los cristianos; la gran mayoría de ellos –seguidores de la idea de la santísima trinidad[1]– considerándolo Dios mismo, y otros –como los archiconocidos Testigos de Jehová–, viéndolo como el mayor líder de la historia del cristianismo. En cualquiera de los dos casos, Jesús es la máxima figura de la religión que, se supone, es fundador, el símbolo y único pilar fundamental de la cristiandad.

Sagrado Corazón de Pompeo Batoni.[2]

Tan relevante que en la mayoría de las comunidades de Latinoamérica[3] –en especial del principio de las décadas de los 90 y anteriores, en las que ni el internet ni las redes sociales eran algo normal, y donde, por tanto, la información no llegaba a todos los rincones– es visto como un ser perfecto, sobrehumano –o casi sobrehumano, dirían los antitrinitarios[4]–, cuya persona, vida, acciones y supuesta filosofía están por encima de cualquier individuo que haya existido jamás, por encima de cualquier cosa. El ser que representa la bondad, el amor, y enteramente todo lo bueno del mundo, fuera del cual no existe más que maldad, destrucción, sufrimiento y futilidad.

En este sentido, para los cristianos de estas comunidades no es admisible que Jesús se relacione con errores humanos y/o catástrofes, ni pensar que lo que hizo no cambió drásticamente el rumbo de la humanidad, de aquí que sientan recelo hacia determinadas teorías y hechos expuestos por la ciencia y la historia universal, por humanizar éstos a Jesús o implicar que las ideas derivadas de él son dudables o falsas. Por exponer pruebas de que el principal precursor del cristianismo, en realidad pudo no haber tenido ninguna de las cualidades que tanto se le atribuyen.

Estos cristianos rara vez considerarían que la causa de su fervor a Jesús y de la concepción que de él tienen se debe a lo que en su comunidad y familia les han enseñado desde pequeños y, más concretamente, a haber nacido y crecido en sociedades cristianas. De seguro pensarán que el motivo de su percepción de Jesús de Nazaret como un ser glorioso se halla en la verdad incuestionable de la misma. Así, creerán que el cristianismo es lo normal y lógico en el mundo, y que éste y su fundador existirían independientemente de lo que hubiera sucedido en la historia. Desafortunadamente, eso no es lo que esta última nos enseña.

Para empezar, preguntémonos qué pasaba en el mundo durante la vida de Jesús, que, según la opinión mayormente aceptada, transcurrió desde unos años antes del siglo I, hasta el año 30 de la era común. En aquel tiempo, se calcula que ya había unos 250 millones de habitantes en el planeta; el naciente imperio romano alcanzaba enormes poder y extensión bajo los gobiernos de Augusto y Tiberio; y además de éste, existían otros reinos e imperios como el de Kushán en parte de lo que hoy es Afganistán y Pakistán, el de la dinastía Satavájana en lo que hoy es el sur de la india, el de la dinastía Han en territorio chino, el imperio de Partia en el oriente medio, el reino de Armenia, entre otros. Todas sociedades con sus propias costumbres y religiones, que no se vieron influenciadas por Jesús y las ideas del cristianismo sino hasta que los problemas políticos y sociales llegaron a ellas de la mano de invasiones extranjeras. Aquí es posible encontrar la razón de por qué el cristianismo no es la religión predominante en Asia Oriental, y es que estos territorios jamás fueron conquistados por dirigentes de civilizaciones occidentales.

Mapa de Europa, África y Asia en el año 200 d.C.[5]

Entre los estudiosos de la historia de Jesús se suele afirmar que éste comenzó a predicar aproximadamente en el año 27 d.C., cuando contaba más o menos con 30 años; asimismo, según los 4 evangelios canónicos, dicha prédica duraría entre uno y tres años, después de los cuales Jesús moriría crucificado por los romanos y daría paso a uno de los acontecimientos más importantes para la fe cristiana: la resurrección. Y éste no es el único suceso extraordinario que los líderes del cristianismo le atribuyen al conocido profeta de Judea, pues bien conocido es que durante la difusión de sus ideas religiosas sanó enfermos, caminó sobre el agua, convirtió ésta en vino, multiplicó panes y peces, resucitó a personas, y otras cosas más. Ante tan impresionantes demostraciones de poder no imagino cómo es posible que aquel hombre no haya causado un revuelo inmediato en la sociedad judía –de donde provenía– y en los dirigentes romanos. Lejos de conmoverse, los primeros se hicieron hostiles hacia el nuevo movimiento religioso, y los segundos continuaron ignorándolo hasta que Nerón, en el 64, decidiera culparlos y perseguirlos por un incendio que había tenido lugar en Roma en el otoño de ese mismo año, de acuerdo con Anales de Tácito[6].

Véase que la caza cristiana durante el principado del tan difamado sobrino de Claudio[7], si es que es cierta –pues hay quienes la ponen en duda–, no se debió a que el movimiento supuestamente iniciado por Jesús de Nazaret fuera visto como una amenaza para el imperio, sino a que, según Nerón, los cristianos habían sido los causantes del gran incendio de Roma[8] –muchos piensan que en realidad no fueron ellos los culpables, y que este emperador los responsabilizó para zafarse él mismo del disgusto del pueblo hacia su mala gestión–. A decir verdad, los cristianos ni siquiera fueron totalmente distinguidos de los judíos sino hasta finales del siglo I, especialmente luego de la destrucción del segundo templo de Jerusalén por parte de Tito[9], y se dice que por negarse a rendir culto al emperador de Roma y a los dioses paganos, lo que era una suerte de deber para todos los que vivían en territorios del imperio.

De modo que Jesucristo no fue valioso para mucha gente, ni durante su prédica y grandiosas hazañas, ni después de su crucifixión por órdenes de un Poncio Pilato de seguro en alianza con líderes judíos que veían en el nacido en Galilea una amenaza para sus doctrinas, costumbres y/o leyes. Como indica el historiador Michael Scott en su documental El ascenso del cristianismo,televisado en National Geographic, la vida de Jesús fue tan insignificante para los romanos, que «ni siquiera mereció una anotación a pie de página en su historia»; y sin duda puede decirse algo parecido sobre aquel cristianismo primitivo que se produjo a partir del presunto hijo de Dios, pues aún en el año 150, la cantidad de personas que lo conformaban, según el sociólogo estadounidense Rodney Stark, apenas llegaba a los 40.000, un número muy bajo si consideramos que en el imperio romano había más de 40 millones de seres humanos en ese entonces, y más de 250 millones en el resto del mundo. A mi modo de ver, esto pone en duda la grandiosidad que los cristianos de hoy asocian a Jesucristo, y por otro lado evidencia que las eventuales persecuciones que sufrieron los cristianos primitivos durante los reinados posteriores a Nerón, no se debieron a que éstos representaran una amenaza para la estructura del poder de Roma, sino a su oposición a rendir culto al emperador y a dioses paganos. La carta que, en el 112, Trajano envió a Plinio el joven, gobernador romano de Bitinia[10], como respuesta a las preguntas de éste sobre los procedimientos para enjuiciar cristianos, es una prueba de que los dirigentes de Roma no estaban interesados en los partidarios de esta religión, sino únicamente en que cumplieran con las tradiciones del imperio. 

Si seguimos a Stark, podemos decir que los cristianos empezaron a cobrar una relativa relevancia en la última parte del período preniceno[11], ya en los primeros años del siglo IV y 270 años después de la muerte de Jesús de Nazaret, cuando Diocleciano instaura de forma legal la llamada gran persecución, en el marco de su intento de reformar el imperio en todos sus aspectos para adecuarlo a sus objetivos e ideología, con el propósito de restaurar su gloria pasada. En este tiempo, se dice que el número de cristianos estaba entre 5 y 6 millones, lo que si bien da cuenta de un gran crecimiento en comparación con la cantidad que había en el año 150, aún sigue siendo un número bastante bajo, considerando que los habitantes de Roma superaban los 50 millones. Una vez más, es clara la nimiedad del cristianismo para el imperio y, obviamente, para el mundo, así también la poca o nula influencia de Jesús.

La última oración de los mártires.[12]

Para comprender por qué estas persecuciones a cristianos nunca fueron provocadas por que la religión en cuestión fuera socialmente trascendental o representara una verdadera amenaza para los gobernantes, es preciso exponer varios asuntos acerca de la sociedad romana y la comunidad del cristianismo primitivo. En primer lugar, nunca hubo un ensañamiento específico de parte de los emperadores hacia esta religión antes, posiblemente, de Diocleciano, si así fuese, es probable que hubiera desaparecido bastante rápido. Los romanos, la verdad, no eran hostiles hacia las religiones diferentes de la suya, y permitían que las gentes que vivían en territorios del imperio adoraran a los dioses que quisieran. Esto lo demuestra el hecho de que en Roma no sólo no había leyes en contra del culto a dioses extranjeros, sino que incluso existían legislaciones que prohibían la persecución de personas sólo por pertenecer a dichos cultos, al menos fue así hasta que en el 202 Septimio Severo prohibiera la difusión del cristianismo y el judaísmo. Con lo que sí tenían serios problemas los romanos era con el no cumplimiento de sus convenciones, entre las que se encontraba el sacrificio de animales en favor de los dioses del imperio, algo a lo que, obviamente, los cristianos se oponían de forma radical.

Para los romanos, incluido el emperador, los dioses estaban presentes en cada aspecto de la vida, además eran volubles y sumamente exigentes, por eso era muy necesario hacer rituales que los mantuvieran siempre contentos y a favor del bienestar del estado y sus ciudadanos. De modo que dichos rituales, que por lo general consistían en sacrificios de animales, eran muy frecuentes, parte de las tradiciones del imperio y de la perspectiva de vida de la mayoría de sus habitantes. Los dirigentes, pese a ser indiferentes con los cultos de sus súbditos, exigían que todos los que vivían en territorios del imperio cumplieran con las principales costumbres y tradiciones de éste, pues entendían que esa era la única manera de mantener a la sociedad bajo control. En este sentido, se observa que negarse a los rituales significaba oponerse a las costumbres de Roma, desafiar lo romano, algo antisocial; lo que, sin lugar a duda, debía deparar, cuando no en un castigo legal, sí en la desaprobación popular.

Por eso es que el hostigamiento hacia las comunidades cristianas venía más de parte del populacho y de gobernadores locales que de los propios emperadores –en el siglo I, comúnmente de parte de escribas y fariseos, autoridades judías con gran animadversión hacia el nuevo movimiento–. Ahora bien, este acoso se intensificó a partir de la subida al trono de la dinastía Severa, porque antes de ésta Roma había entrado en una crisis político-militar de la mano de Cómodo, que provocó que Septimio y los reyes posteriores reformaran la estructura de gobierno de la urbe y ejercieran un enorme control militar sobre ella, que, entre otras cosas, vigorizó la exigencia de sacrificios e incrementó la frecuencia e intensidad de castigos a quienes se oponían a ellos, lo que derivó en una más notable persecución de cristianos que incluso llegó hasta el ámbito legal. Véase la probabilidad de que la nueva dureza en la demanda de sacrificios se originara fundamentalmente por la creencia de los emperadores de que los problemas por los que el imperio pasaba se debían al descontento de los dioses.    

Escena de una familia romana.[13]

La repulsa de los romanos a los cristianos se termina de entender si agregamos que, además de la oposición a realizar sacrificios –extraña para los habitantes de Roma–, éstos llevaban a cabo actividades que provocaban desconfianza y eran consideradas socialmente inapropiadas. En primer lugar, se reunían para poner en práctica su fe, lo que para los altos cargos del imperio resultaba sospechoso y hasta inaceptable, dado que éstos creían –y con razón– que, en las congregaciones de gente, en especial cuando eran privadas, podía ocurrir que se incentivaran y/o planificaran revoluciones. Así, las reuniones estaban prohibidas en el imperio. Por otro lado, al ser el cristianismo una religión con una fuerte práctica evangelizadora, que abarca casi todos los aspectos de la vida y que promueve la exaltación de un solo Dios en detrimento de cualquier otro, se entiende que sus seguidores, aun en aquel tiempo, llevaran a cabo actividades misioneras de forma agresiva, expusieran sus creencias en todo tipo de contexto y desdeñaran a cualquier otro dios y/o culto. Conductas que vendrían a ser lo que la sociedad romana denominaba Superstitio[14], manifestaciones de religiosidad confusas o en desacuerdo con la estructura religiosa predominante, que muchas veces se calificaban de excesivas.

Con lo antes expuesto, es lógico que los romanos vieran a los cristianos como personas raras, poco confiables, misteriosas, despreciables y hasta antipáticas, y que asociaran sus creencias y actividades religiosas con hechicería y toda clase de atrocidades. Esto se puede demostrar, por ejemplo, con lo que Tertuliano[15] escribió en su Apología contra los gentiles, del año 200, sobre los que, como él, eran seguidores del cristianismo:

Que en la nocturna congregación sacrificamos y nos comemos un niño. Que en la sangre del niño degollado mojamos el pan y empapado en la sangre comemos un pedazo cada uno. Que unos perros que están atados a los candeleros los derriban forcejeando para alcanzar el pan que les arrojamos bañado en sangre del niño. Que en las tinieblas que ocasiona el forcejeo de los perros, alcahuetes de la torpeza, nos mezclamos impíamente con las hermanas o las madres. De estos delitos nos pregona reos la voz clamorosa popular, y aunque ha tiempo que la fama los imputa, hasta hoy no ha tratado el Senado de averiguarlos[16].

Esta percepción hacia el cristianismo hace comprender bastante bien por qué durante el siglo III sus partidarios fueron mucho más hostigados que antes. Cuando en el Siglo IV, Diocleciano tomó las riendas de Roma, la mala reputación de los discípulos de Cristo ya habría estado en su punto más álgido, tanto como para hacerlos directamente responsables del disgusto de los dioses y, en consecuencia, de las desgracias del imperio; resultaba natural que el sucesor de Numeriano y Carino, en su deseo de superar la crisis del siglo III[17], los fustigara con suma violencia. Aunque cabe destacar que no fueron sólo ellos las víctimas de los ataques del soberano de familia iliria, pues los maniqueístas[18] también sufrieron enormemente su saña.

En resumen, la imagen de magnificencia y gloria dada a la figura de Jesús hoy, por el grueso de quienes se declaran cristianos, queda mermada en gran medida por la poca relevancia mundial y para el imperio romano que, de acuerdo con todo lo dicho hasta aquí, tuvo este hombre y el movimiento que se inició inmediatamente después de él –y que, como sabemos, lo utilizó como su figura principal–. Con todo, no debemos menospreciar la gestión expansionista de varios líderes del cristianismo primitivo, hombres que por sus actos, pueden denominarse los verdaderos precursores de la religión que nacería más tarde, pues aunque los cristianos representaran apenas el 10% de los habitantes del imperio en el año 300, el hecho de que hayan pasado de miles a millones en poco más de 150 años, da cuenta de un crecimiento importante, que tuvo que haber tenido repercusiones no menores en la sociedad; como veremos en otro artículo. Esta vía de análisis es la que nos permitirá entender cómo se produjo lo que, para muchos, es el mayor y más determinante punto de inflexión de la historia de esta religión, el hecho a partir del cual llegaría a convertirse en la ingente movilizadora de masas que es hoy: la conversión de Constantino I.

Bibliografía

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James Rives. The Persecution of Christians and Ideas of Community in the Roman Empire. https://www.academia.edu/5382548/The_Persecution_of_Christians_and_Ideas_of_Community_in_the_Roman_Empire

Joshua J. Mark; Ancient Encyclopedia. Ancient Rome. https://www.ancient.eu/Rome/

Joshua J. Mark; Ancient Encyclopedia. Roman Empire. https://www.ancient.eu/Roman_Empire/

Margaret Nutting Ralph. Christian Persecutions in the Roman Empire. https://www.smp.org/dynamicmedia/files/bee7b8f9afbe95c47fe34613b48fba99/TX002307-1-content-Christian_Persecutions_in_the_Roman_Empire.pdf

Mathew Owen, Ingo Gildenhard. Tacitus, Annals, 15.20-23, 33-45 (2013).

Documanía. Jesus, el ascenso del cristianismo: 1- El mesias. https://www.documaniatv.com/historia/jesus-el-ascenso-del-cristianismo-1-el-mesias-video_d156395de.html

Rebecca Denova; Ancient Encyclopedia. Early Christianity. https://www.ancient.eu/article/1205/early-christianity/

Rodney Stark. The Rise of Christianity: How the Obscure, Marginal Jesus Movement Became the Dominant Religious Force in the Western World in a Few Centuries (1996).

Rebecca Denova; Ancient Encyclopedia. Paul the Apostle. https://www.ancient.eu/Paul_the_Apostle/ W. M. Reeve, Jeremy Collier; The Library of Victoria University. Apology of Tertullian and the Meditations of the Emperor Marcus Aurelius Antoninus (1907)


[1] Principal dogma del cristianismo sobre la naturaleza de Dios; que afirma que éste es un ser que existe como tres personas distintas: padre, hijo y espíritu santo.

[2] Wikipedia. Batoni sacred heart. https://es.wikipedia.org/wiki/Archivo:Batoni_sacred_heart.jpg.

[3] En las que las doctrinas cristianas se mezclan con las de pentecostales, protestantes, testigos de Jehová, y otros.

[4] Los no aceptan la idea de la santísima trinidad.

[5] Wikimedia Commons. East-Hem 200ad. https://commons.wikimedia.org/wiki/File:East-Hem_200ad.jpg

[6] Historiador, senador, cónsul y gobernador del imperio romano, entre los siglos I y II.

[7] Nerón era sobrino de su predecesor Claudio.

[8] Incendio ocurrido en el imperio romano el 18 o 19 de Julio del año 64, durante el principado de Nerón.

[9] Emperador romano desde el 79 al 81, anteriormente general del ejército.

[10] Antiguo reino ubicado en el noroeste de Asia menor; convertido en provincia de Roma más o menos en el 74 a.C.

[11] Período que va desde el siglo II hasta el concilio de Nicea celebrado en el siglo 325.

[12] Wikimedia Commons. Jean-Léon Gérôme – The Christian Martyrs’ Last Prayer – Walters 37113. https://commons.wikimedia.org/wiki/File:Jean-L%C3%A9on_G%C3%A9r%C3%B4me_-_The_Christian_Martyrs%27_Last_Prayer_-_Walters_37113.jpg

[13] Revista de Historia. Educación en la Roma arcaica y republicana. https://revistadehistoria.es/educacion-en-la-roma-arcaica-y-republicana/

[14] En el imperio, esta palabra designaba a las religiones que no coincidían con la práctica religiosa tradicional romana, por relacionarse con la adivinación, prodigios, exceso de adoración y/o temor hacia alguna de divinidad, supercherías, ejecución de rituales concretos en privado, etc.

[15] Escritor y padre de la iglesia del cristianismo primitivo, en el imperio romano.

[16] W. M. Reeve, Jeremy Collier; The Library of Victoria University. Apology of Tertullian and the Meditations of the Emperor Marcus Aurelius Antoninus (1907); Chapter VII: That common fame is but an ill evidence.

[17] Período de profunda crisis política, económica y social en el interior del imperio romano, que duró aproximadamente 50 años.

[18] Partidarios del maniqueísmo, religión universalista fundada por el autodenominado profeta persa, Mani, que afirmaba ser el último enviado por dios.